Audio Relato: Fuera de servicio

En un oscuro caserio situado en los montes del País Vasco ocurre esta inquietante historia. La podéis leer en Fuera de servicio y la podéis escuchar ahora locutado por Juan Carlos Albarracín en su proyecto personal Locuciones Hablando Claro.

Audio relato: Fuera de servicio. Autor: Jorge García Garrido. Locutor: Juan Carlos Albarracín. ©Jorge García Garrido.

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Fuera de servicio

Tenemos el caserío rodeado. Gracias a un pequeño trozo de helecho, abundante en este monte guipuzcoano, ha sido posible acotar la búsqueda. En realidad, fue la coincidencia del rastro vegetal en dos de los lugares donde desaparecieron los niños, lo que activó los radares de la científica.

            La estructura de la casa está muy deteriorada. Se nota el paso del tiempo. La densa vegetación envuelve las piedras de sus muros y da la impresión de engullirla poco a poco. Un acceso casi invisible nos ha facilitado, por decirlo de alguna manera, la llegada desde una carretera secundaria bastante alejada.

            Empieza la operación. Entro la tercera por la puerta principal. Otros tres agentes se introducen por la puerta de atrás. En breves instantes tenemos asegurada la primera planta. José, el cargo al mando, sube con dos compañeros por las escaleras para inspeccionar el piso de arriba mientras los demás buscamos algún acceso a una estancia oculta.

            El interior se encuentra igual de destartalado que la parte externa y se aprecian indicios de una ocupación rudimentaria.

            Hace un frío exagerado que contrasta de manera inusual con el cielo despejado y la temperatura agradable del exterior.

            —¡Por aquí!

            Nos acercamos nerviosos hasta el lugar del hallazgo. Una pequeña puerta detrás de la nevera indica que existe ese sitio oscuro, presente en nuestra imaginación desde el comienzo de los desgarradores sucesos, en donde tememos que han acabado los pobres críos. Toda la comunidad se encuentra impactada hasta extremos impensables debido al terror que se ha instalado a nuestro alrededor.

            La solución está delante de nosotros.

            De una patada potente un agente revienta la puerta. Entramos con nuestras armas y linternas dispuestos a terminar con esta locura. Varios escalones destartalados nos llevan a una estancia oscura y húmeda repleta de útiles para la labranza. Predomina la roña que envuelve amasijos de hierros preparados para trabajar la tierra y que representan distintas épocas. Algunas piezas parecen tener cientos de años. La luz solar se cuela por las grietas de las paredes en su parte alta, ya que poseen un gran porcentaje de su superficie por debajo del suelo. Se nota el deterioro de años sin ningún tipo de mantenimiento.

            Inspeccionamos la estancia con las linternas. Es muy amplia y nos dispersamos un poco. Me parece ver algo en el suelo.

            —¡Hay un rastro de sangre por aquí!

            Avanzo con cuidado, siguiendo las manchas mientras mis compañeros se acercan desde sus posiciones.

            De entre dos trillos pesados sale un hombre enorme, como el de las descripciones, y me empuja contra unas maderas con mucha fuerza. Tiene el brazo izquierdo ensangrentado. El chaleco me ha parado casi todo el golpe, aunque el impacto repercute en mi columna y me caigo dolorida.

            —¡Quieto, Ertzaintza!

            Lo veo coger un azadón y alejarse de mí. Me reincorporo e inicio la persecución. Se escuchan gritos de alto y de dolor. Dos disparos terminan con el ruido. Me acerco y me encuentro una estampa horrorosa: uno de mis compañeros yace con el cuello reventado y al otro le cuelga el brazo izquierdo. El sospechoso está tumbado boca arriba con dos impactos de bala en el tórax.

            —¡Agente herido! —digo tras pulsar el botón de la radio— ¡Agente herido! ¡Solicito dos unidades médicas!

            Me acerco hasta mi compañero.

            —¡Igor, me oyes! ¡Igor! —Me mira y asiente lentamente— ¡Viene ya la ayuda!

            Cojo un trapo, lo sacudo y lo pongo en la herida de la garganta del otro agente. No sé dónde apretar ya que parece ahogarse.

            —¿Qué sucede aquí? —Llega el resto del equipo.

            —Estaba escondido. Nos ha cogido por sorpresa.

            José se pone encima de la bestia que ha hecho todo esto.

            —¡Aún respira! ¿Dónde están los niños? —Le propina un par de bofetadas al no obtener respuesta— ¡Dónde están los niños!

            —No… no he podido salvarlos.

            —¡Dónde están!

            —Me obligó. No podía soportarlo más.

            —¿Quién te ha ayudado?

            —Le he cortado la cabeza. Hay que quemarla al sol.

            —¿Qué dices?

            —No se pueden juntar las partes.

            —¡Dónde están los niños! —Empieza a perder la paciencia.

            —¡Tengo que acabarlo! —Nos vuelve a sorprender debido el arrebato de energía que le proporciona fuerzas extras con las que lanza hacia atrás al mando. Coge de nuevo el azadón y se incorpora ante nuestras miradas de asombro —¡Vais a morir si no lo termino!

            De un golpe aparta una de las pistolas que lo encañonan, pero el resto cumplen su cometido y lo acribillamos a disparos. Cae al suelo mientras fija su mirada en mí.

            —No lo entendéis… vais a… morir…

            Ahora estoy segura de que ha pronunciado sus últimas palabras.

            —Este tío es un zumbado. ¿Elena estás bien?

            Muevo la cabeza y asiento para dejarle claro a mi superior que no tengo nada roto y oculto el mal cuerpo que me ha provocado esta situación. Las miradas de mis compañeros me dicen que el sentimiento es mutuo.

            —Hay que parar esas hemorragias.

            Me quedo helada mientras busco una pieza que parece faltar en este tétrico puzle. Recuerdo que he seguido el rastro de sangre hasta encontrar al sospechoso. Este rastro no sé muy bien de dónde venía. El difunto tenía la herida en el brazo cuando lo descubrí por lo que se lo debía de haber hecho en otro lugar.

            Me dispongo a localizar de nuevo la manchas carmesís en un escenario muy alborotado por los acontecimientos. Hay muchos más charcos de sangre que antes. Me centro en las señales y al final descubro una vía desconocida.

            —¡Oficial, aquí hay algo!

            —¿Qué ocurre?

            Le enseño las gotas que se acaban delante de un armario de madera de roble.

            —Estaba herido cuando lo hemos encontrado, seguro que hay algo en ese armario.

            —Joder, a ver si llegan las ambulancias. ¡Raúl, Carlos, quedaos con los heridos!

            Tras recibir sus respectivas confirmaciones nos disponemos a inspeccionar el mueble. Lo abre mientras yo le cubro preparada para terminar con lo que salga de dentro. Demasiado estrés como para andar con miramientos.

            No sale nadie y suelto un soplido de alivio. He aguantado la respiración todo el rato. El interior parece estar vacío.

            —Elena, tranquila. Coge aire, no puedes disparar a todo lo que se mueva. Si se trata de uno de los niños…

            Lo miro algo preocupada e intento disimular el temblor de mis manos. Sostener el arma con fuerza me ayuda.

            Me vuelvo a quedar sin respiración al ver cómo un ser atrapa a José y lo mete en la oscuridad que llena unos instantes el interior del armario. Asustada enfoco las maderas del fondo y veo destellos de su arma y su linterna por algunas rendijas. Empujo las tablas, pero no ceden. ¿Cómo cojones ha conseguido atravesarlas sin dañarlas? Parece cosa de brujería barata en una película de bajo presupuesto.

            Tengo que rescatar a José. Localizo una robusta azada y cargo contra la barrera de madera. Con mucho esfuerzo consigo reventarla para descubrir una galería oscura en cuyo final se aprecia una tenue luz cálida.

            Mis compañeros están alejados de nuestra posición. No puedo esperar más. Entro con los nervios a flor de piel. Camino con rapidez pendiente de cualquier movimiento extraño por el suelo y las paredes. Temo disparar sin pensarlo. Ahora parece que es más importante hacerlo instintivamente que con cabeza. Todavía no entiendo cómo ha podido llevárselo delante de mis ojos. Ha sido en un puto pestañeo.

            La galería finaliza en una estancia iluminada por muchas velas. Es muy austera. Recuerda a una antigua bodega excavada en la montaña. Las paredes muestran un tratamiento rudimentario, pero efectivo. La mezcla de carne en proceso de putrefacción, orines y heces llena la estancia de un aroma repugnante.

Una muchacha se encuentra encima de José. Lleva una especie de camisón blanco transparente que desvela la ausencia de ropa interior. Está agachada y me da la espalda. Solo escucho sonidos guturales, como si se estuviera alimentando.

            No puedo pensar, parece una de las niñas, pero no estoy segura.

            —¡Quieta!

            Se gira hacia mí y me horroriza ver que su cabeza cuelga a un lado. Solo algunos cartílagos evitan que caiga al suelo.

            Mi compañero tiene el cuello desgarrado.

            Disparo cuatro veces contra la muchacha y le doy un par de balazos. Se mueve muy rápido. De dos saltos ágiles consigue cubrirse con una caja de madera llena de arena.

            Compruebo el estado de José y no le encuentro el pulso. Miro hacia una de las esquinas de la estancia y descubro la fuente del mal olor. Son los cuerpos de los seis críos desaparecidos en estado de putrefacción. Tienen dentelladas y los huesos sin carne en algunas zonas de su anatomía.

            Mi estómago no soporta tanta sobreestimulación y vomito todo su contenido.

            —¡Sal de ahí! —Encañono al monstruo. Veo que la caja está rota y entre las tablillas, astillas y la arena derramada hay un hacha cubierta de una sustancia oscura similar a la que mancha el atuendo de la muchacha.

            —Espera, no me hagas daño. —Su voz suena angelical, frágil.

            —¡Sal de ahí!

            Lo hace para mi disgusto. Parece estar nerviosa y asustada, además de llevar la cabeza colgando. La herida se hace un poco más pequeña sin llegar a cerrarse.

            —Él, me ha hecho esto. Me obliga a matar para que cumpla sus deseos.

            —¿Qué… demonios eres? —El tono suave de sus palabras me relaja bastante y el horror que debería sentir pierde mucho terreno.

            —Soy una caminante nocturna. Me llamo Eva. No quiero hacer daño a nadie. Necesito sangre para vivir.

            —Habéis matado a esos niños. —La ira me sobrecoge y mi dedo tira del gatillo con rabia.

            —No, —Consigue detenerme de repente. El ambiente, igual que yo, reacciona ante sus gestos y sonidos—, no me hagas daño. Puedo sobrevivir de animales. Vasile no me dejaba alimentarme de otra cosa. —Adelanta sus manos pálidas y sucias—. Ponme los grilletes. No quiero hacer daño a nadie más.

            La situación me sobrepasa. Noto una nebulosa en mis ojos. Sacudo la cabeza y le lanzo las esposas.

            —Póntelas por la espalda y date la vuelta.

            Me obedece y me calma un poco más saber que está esposada.

            —¿Qué vas a hacer conmigo? He hecho cosas horribles.

            —Tendrás que pagar por ellas.

            —Jamás he tenido una oportunidad de vivir mi vida. El yugo de los hombres siempre ha dominado mi destino. ¿Qué te hace pensar que voy a ser juzgada con dignidad por un juez que solo sabe de leyes humanas?

            —Eres una abominación. —Un sopor me invade. Demasiadas emociones—. Eran niños y están destrozados. ¿Te los has comido?

            —Me han convertido en un monstruo. Yo solo quiero sobrevivir. El mundo es muy duro. Tú, lo sabes bien.

            Me vienen imágenes del pasado en el que tuve que parar las intenciones de varios de mis compañeros; la mirada de superioridad de cualquier hombre con uniforme que me encontraba en el cuartel; el esfuerzo extra para demostrar mis aptitudes.

            —Vámonos. Camina.

            —Ese esfuerzo por llegar hasta aquí —Parece que lee mi mente— y siempre estarás bajo sus batutas.

            Se me acerca liviana rodeada de un aura mágico a pesar de su horrible estado. Me aparto para que continue hacia la galería. Es un ser imposible, algo creado para alimentar cuentos y leyendas aleccionadoras. El hecho de existir echa por tierra todas las leyes naturales y, sin embargo, existe. Camina justo delante de mí.

            De repente se para.

            —No lo van a entender. Nadie lo entiende.

            —Continúa.

            Se da la vuelta.

            —Es mejor que acabes conmigo y así dejaré de sufrir. O puedes aprovechar una oportunidad genuina.

            —¿Qué dices?

            —Te ofrezco una vida llena de gloria y fortuna. Ayúdame y te serviré el resto de tu existencia.

            —¿De qué me sirve un monstruo asesino?

            —Solo mataré lo que tú quieras que muera y soy muy fuerte para acabar con cualquier peligro que nos aceche.

            Me excita el hecho de recibir una propuesta tan sugerente. Empiezo a perder de vista a la bestia y a apreciar a la bella criatura excepcional que se ofrece a cumplir mis deseos. Pero significa ir contra la ley; hacer la vista gorda sobre hechos atroces; continuar un plan con tintes antinaturales.

            —¿Tienes miedo? —Descubro que no quiere salir de ahí. Es muy poderosa, pero no quiere exponerse. Debe ser la luz del Sol, ya que seguro que puede acabar con nosotros— ¿Es al Sol al que temes?

            —Me condenaron a caminar por la oscuridad. Podemos beneficiarnos mutuamente, preciosa.

            —¿Qué clase de trato tenías con el de ahí fuera? —Intento luchar contra el cansancio.

            —Era un cerdo degenerado. Me traía esos niños y me convertía en su ángel sexual. El fluido vital de estos pequeños me dan un vigor excepcional. —Un calor agradable y un hormigueo sanguíneo en mis genitales potencian esa imagen lujuriosa—. Pero también puedo alimentarme de otros seres y vivir con cierta plenitud.

            Baja un poco el nivel de radiación animal mientras mantiene mis sentidos expectantes. Me encandila demasiado. Empiezo a pensar que puedo sacar a José y decir a todos que se nos ha escapado.

            —Es fácil llegar a un compromiso mutuo. —Me tiene en la palma de su mano.

            —Hay que pensar cómo esconderte.

            Examino la caja con la arena y un brillo en el metal del hacha abandonada me recuerda la mirada de Vasile y sus últimas palabras. Estaba aterrorizado y no parecía ser el pervertido que me ha descrito la criatura. Nos decía que no lo soportaba más y que tenía que terminarlo. Lo habíamos interrumpido justo en el momento en el que había cortado el cuello de la muchacha. Era un esclavo, un siervo de este ser malvado.

            Consigo desvanecer la niebla que nublaba mi mirada y me acerco a la caja. Eva hace un gesto y la reconstruye astilla por astilla. Entiendo que algo parecido ha utilizado cuando se ha llevado a José. Se me parte el alma a recordar que está muerto. Levanto el hacha y me encaro al monstruo.

            —Eres una mentirosa. Te sirves de nosotros para conseguir tus fines. Hoy no vas a jugar con nadie más.

            —No, por favor. —La galería está a su espalda. Se gira indecisa—. No, no tengo por qué mentirte.

            —Me necesitas para salvarte y después a saber qué es lo que me harás. Quieres que llegue la noche y tu prioridad es ganar tiempo.

            Su rostro se vuelve monstruoso. Intenta quitarse las esposas sin conseguirlo. Debe estar muy debilitada debido a la herida en el cuello. Me mira enfadada y se lanza contra mi pistola sin miedo. Consigo pegarle un tiro en el trayecto, que no la para, y me incrusta contra la pared. Su cabeza lanza dentelladas contra mi cuerpo y noto sus colmillos en mi antebrazo derecho. Pierdo el arma.

            —Te equivocas mortal, la noche siempre llega. La oscuridad no responde ante nadie.

            Con las dos piernas consigo quitármela de encima y ruedo a un lado mientras sujeto con las dos manos el hacha. Vuelve a atacar y yo le intento incrustar el filo en su cuerpo. Me esquiva. Noto que se vuelve un poco más lenta y el líquido ponzoñoso de su cuerpo se vierte por la herida a borbotones. Aprovecho para atacar y de un fuerte golpe consigo desequilibrarla. Cae de rodillas a poca distancia de mi posición y no lo pienso más: la decapito con todas mis fuerzas.

            El ambiente se libera de una carga que lo controlaba y lo oprimía. Escucho cómo mi corazón martillea mi cabeza tras el esfuerzo. Mis piernas no me sostienen y me arrodillo con el arma todavía en las manos.

            Cierro los ojos mientras respiro profundamente. Una imagen de Eva, levitando enfrente de mí, me colapsa la mente y consigue alterarme de nuevo. Todavía queda una conexión con ella, esto no ha terminado.

            Levanto el cuerpo y me lo pongo en el hombro. Es más ligero de lo que pensaba. Agarro la cabeza y salgo por la galería ante la mirada atónita de los compañeros. No entienden nada. Para ellos han pasado treinta segundos desde que nos adentramos en el armario. Sin hacerles mucho caso subo el cadáver al exterior del caserío y lo expongo al Sol. Reacciona incrementando la temperatura de la piel. Me fijo en las paredes de la casa y encuentro lo que preveía encontrar: un bidón de gasolina. Vasile lo había preparado. Derramo el contenido sobre el cuerpo y entra en combustión al instante.

            En menos de dos minutos solo queda el rastro del fuego sobre el terreno. Da la impresión de que estaba vacía por dentro. Las sirenas de las ambulancias aumentan poco a poco su intensidad mientras llegan al caserío lo más rápido que pueden. Me siento en el suelo e intento darle sentido a todo lo que he vivido. Sé que he obrado bien y a pesar de ello sigo asustada. Solo pensar en que haya más seres como Eva me hiela el alma.

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Anomalía

Solo quería abrazarla, besarla, estremecerla de placer, como tantas veces había imaginado. Podría entonces cantarle una canción al oído inspirada por su existencia.

Si eso es lo que deseaba, ¿por qué atravesé su costado con ese cuchillo? ¿De dónde salió esa punta afilada? Esta vez me propuse evitar el fatídico final, pero parece ser imposible. Se asustó como todas, sin saber que no debía temerme para sobrevivir.

¿Y por qué no se muere? Se me acerca firme mirándome con sus enormes ojos.

«Has usado la llave al infierno.

Demasiadas vidas, demasiado tiempo.

No eres nada, solamente un necio.

Tu terror y tu miedo es el precio», me canta al oído; mostrándome de seguido sus colmillos.