RC: Cadena parte 1. Origen (2018)

Me llamo Iker Gauss y soy ingeniero de telecomunicaciones. Hace dos meses me ocurrió algo que no puedo explicar, pero sí narrar. Dejo a las futuras generaciones la decisión de tomar en serio el relato o mandarnos al olvido. Estoy acostumbrado a crear entradas en blogs especializados y ciertas revistas del sector, pero este suceso es difícil de catalogar. Me están llamando loco antes de empezar.

Todo ocurrió en La Rioja la pasada Semana Santa. Mi mujer y dos amigas se fueron la víspera de Resurrección a pasar el día a la famosa calle Laurel de Logroño. A la vuelta pasaron por Nájera para disfrutar de la bonita tarde que, por sorpresa, les brindó ese día. Llegaron a casa bastante más tarde de lo que yo pensaba, pero había visto fotos de la jornada y, sintiendo que se lo estaban pasando muy bien, no le di importancia.

Me iba a retirar a dormir cuando aparecieron muy alteradas. Era ya medianoche. Estaban en estado de shock. Después de un rato tranquilizándolas me contaron lo sucedido. En su trayecto de vuelta, a las afueras de Haro, decidieron venir por una carretera comarcal menos transitada. Obviamente, sabía el porqué, ya que las fotos compartidas lo revelaban, pero no era lo importante en ese momento. En la carretera, mientras cantaban una famosa canción que sonaba en la radio, perdieron el control del coche. Dudaban sobre lo que pasó ya que no se salieron de la carretera, sino que el coche se apagó de pronto y no pudieron frenarlo. El contacto no funcionaba y la radio tampoco. El extraño suceso las dejó confundidas unos segundos antes de que algo cayera sobre el techo y rodara por el parabrisas. Quedó tirado en medio de la carretera delante del morro. Parecía tener forma esférica. Mi mujer y sus dos amigas salieron a ver que era, asustadas y nerviosas. El artefacto, después de soltar varios chispazos, se elevó. Era un ojo mecánico, redondo, de unos veinte centímetros de diámetro. Se apreciaba perfectamente el iris, la pupila y el cristalino. Empezó a vibrar lanzando rayos que quemaban. Las tres se lanzaron a un lado evitando esos millones de agujas luminosas que sentían penetrar en su piel. En pocos segundos, el ojo mecánico estalló, dejando solo minúsculas partículas de metal.

Mientras asimilaba lo que me estaban contando me asaltaron muchas dudas. A ninguna de ellas se les ocurrió hacer una foto. Cuando pregunté casi me lanzan a la cabeza los móviles; fritos por algún tipo de onda electromagnética, pensé. Según me dijeron, el coche empezó a funcionar al reventar la esfera. Salí a ver el coche y vi el bollo en el techo. Sintonicé varias radios para saber si había ocurrido algo parecido, pero no hubo ninguna noticia. Decidimos ir a dormir y descansar. Nos costaría mucho borrar esa noche de nuestras cabezas.

Todo hubiera acabado en ese momento si no fuera por la marca que todavía prevalecía en ellas. Las pesadillas impedían dormir a mi mujer y a sus dos amigas. Por supuesto, si ella no dormía, yo a duras penas lo conseguía. Sin embargo, estas pesadillas desaparecieron cuando limpiamos el coche. Un fin de semana nos dispusimos a darle un repaso a la carrocería armados con mangueras, jabón y esponjas cuando nos dimos cuenta de que el agua dejaba ver un sistema binario impreso en la chapa y el cristal del automóvil. Esta vez sí que sacamos fotos. Daba la impresión de que el agua, vital para la vida, nos mandara un mensaje.

Todavía estoy intentando descifrar qué pone y he decidido compartirlo con todos en el siguiente post:

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