RC: Cadena parte 3. Ekain (2018)

Me gustaría presentarme, pero no va a ser posible; por lo menos por ahora.

Quiero seguir con la cadena de mensajes iniciada por Iker Gauss, ingeniero desaparecido junto a su mujer y otras personas cercanas. A mi parecer se está obrando muy mal con este asunto en el que claramente se han saltado a la torera los derechos de los ciudadanos. Es todo demasiado turbio. No hablo de un hecho ocurrido en un país remoto, hablo de sucesos que transcurren en La Rioja y en Euskadi, hasta donde yo sé.

Conozco a un trabajador de una empresa de seguridad privada que sustituía a un compañero en las cuevas de Ekain en Zestoa, Gipuzkoa. Son cuevas con pinturas rupestres espectaculares que forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde hace tiempo. Él me contó lo que ahora mismo relato.

El día en cuestión todo iba como la seda. Empezó una nueva ronda relajado sin pensar en nada. Tenía que revisar una zona donde había material muy caro para escaneo y fotografía. Estaban en la segunda fase de una digitalización del contenido de las cuevas para deleite de todo el mundo. Ya habían colgado varias fotos y la gente podía disfrutar del interior de las enormes cavernas mediante su navegador. La calidad de esas fotografías es espectacular. Todavía se pueden ver.

Cuando pasó por allí, un ruido llamó su atención. Se trataba del disparador de una cámara réflex. El lugar debería estar vacío. Se imaginó que algún currela estaría metiendo horas y decidió ir a llamarle la atención, ya que su hora de retirada iba ligada a la salida del colega. Al verle aparecer, el individuo guardó la máquina y salió corriendo del lugar. Se inició una tremenda persecución en la que el vigilante, bastante pasado de peso, dijo darlo todo por atrapar al ladrón. Estaba seguro de que se trataba de alguien que se llevaba alguna de las cámaras. En la carrera, el guarda se cayó y rompió el walkie, además de parte del uniforme. En resumen, el fugitivo se escapó y le echaron una bronca tremenda por romper material de la empresa, incluso por el uniforme, que ya tenía más de cinco años. El jefe no se creía nada de lo que le contaba porque no había desaparecido nada, no había registros en vídeo ni huellas. Ya había tenido algún encontronazo con él a causa de su dejadez y su baja forma física.

Después de varias cañas y de ver como la Real casi volvía a dejarse remontar, me empezó a contar lo sucedido. Despotricó sobre el jefe y la baja estima que le profesaba. «Ese cabrón piensa que me caí sobre el walkie sin más. Él sí que es un puto torpe», me decía caliente por la cerveza. Me divertía toda la historia y empecé a interrogarle sobre cómo era el presunto ladrón. Me dijo que llevaba coleta, tenía grandes entradas, y vestía una cazadora de cuero. Además, en el cuello llevaba un tatuaje con unos y ceros. Estos dígitos se repetían como si fueran algo significativo en varias líneas. He de reconocer que mi colega tenía cierto don para fijarse en detalles importantes y que, yo, con algo de alcohol en el cuerpo, podía parecer la sombra de Jessica Fletcher.

Todo quedó en una simple anécdota hasta que, un día, cuando salía del trabajo, me encontré con un individuo que encajaba perfectamente con la descripción de mi amigo. No le di importancia hasta que me lo encontré varias veces más. Le vi con un bolso para material fotográfico profesional. Lo comenté con mi amigo y me instigó a que le siguiera. Me picaba la curiosidad, así que una tarde le seguí hasta su domicilio. Entró a un portal y, desde la calle, tras unos segundos de espera, se encendía una luz en el segundo piso. Me iba a acercar para ver si ponía algún nombre en el telefonillo, pero entonces dos hombres se dirigieron al portal. Disimulé un poco y, cuando entraron, miré los nombres. Ponía «J.C. Cuadrado». De repente, varios cristales llovieron de la ventana rota y el sospechoso cayó después torciéndose el pie derecho. Con una cojera pronunciada me atropelló en su torpe huida. Se paró, me entregó un pendrive repitiendo la frase «corre por tu vida» y salió escopetado. Escuché ruidos desde el segundo piso y me escondí entre varios setos. Cuando se calmó el asunto conseguí reunir el valor suficiente para abandonar el escondite y poner rumbo a mi casa.

Pensaba que me había librado de morir en extrañas circunstancias hasta que vi el contenido del pendrive. Me quedó muy claro que había que compartirlo.

Os dejo el enlace:

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