Audio Relato: Fuera de servicio

En un oscuro caserio situado en los montes del País Vasco ocurre esta inquietante historia. La podéis leer en Fuera de servicio y la podéis escuchar ahora locutado por Juan Carlos Albarracín en su proyecto personal Locuciones Hablando Claro.

Audio relato: Fuera de servicio. Autor: Jorge García Garrido. Locutor: Juan Carlos Albarracín. ©Jorge García Garrido.

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Fuera de servicio

Tenemos el caserío rodeado. Gracias a un pequeño trozo de helecho, abundante en este monte guipuzcoano, ha sido posible acotar la búsqueda. En realidad, fue la coincidencia del rastro vegetal en dos de los lugares donde desaparecieron los niños, lo que activó los radares de la científica.

            La estructura de la casa está muy deteriorada. Se nota el paso del tiempo. La densa vegetación envuelve las piedras de sus muros y da la impresión de engullirla poco a poco. Un acceso casi invisible nos ha facilitado, por decirlo de alguna manera, la llegada desde una carretera secundaria bastante alejada.

            Empieza la operación. Entro la tercera por la puerta principal. Otros tres agentes se introducen por la puerta de atrás. En breves instantes tenemos asegurada la primera planta. José, el cargo al mando, sube con dos compañeros por las escaleras para inspeccionar el piso de arriba mientras los demás buscamos algún acceso a una estancia oculta.

            El interior se encuentra igual de destartalado que la parte externa y se aprecian indicios de una ocupación rudimentaria.

            Hace un frío exagerado que contrasta de manera inusual con el cielo despejado y la temperatura agradable del exterior.

            —¡Por aquí!

            Nos acercamos nerviosos hasta el lugar del hallazgo. Una pequeña puerta detrás de la nevera indica que existe ese sitio oscuro, presente en nuestra imaginación desde el comienzo de los desgarradores sucesos, en donde tememos que han acabado los pobres críos. Toda la comunidad se encuentra impactada hasta extremos impensables debido al terror que se ha instalado a nuestro alrededor.

            La solución está delante de nosotros.

            De una patada potente un agente revienta la puerta. Entramos con nuestras armas y linternas dispuestos a terminar con esta locura. Varios escalones destartalados nos llevan a una estancia oscura y húmeda repleta de útiles para la labranza. Predomina la roña que envuelve amasijos de hierros preparados para trabajar la tierra y que representan distintas épocas. Algunas piezas parecen tener cientos de años. La luz solar se cuela por las grietas de las paredes en su parte alta, ya que poseen un gran porcentaje de su superficie por debajo del suelo. Se nota el deterioro de años sin ningún tipo de mantenimiento.

            Inspeccionamos la estancia con las linternas. Es muy amplia y nos dispersamos un poco. Me parece ver algo en el suelo.

            —¡Hay un rastro de sangre por aquí!

            Avanzo con cuidado, siguiendo las manchas mientras mis compañeros se acercan desde sus posiciones.

            De entre dos trillos pesados sale un hombre enorme, como el de las descripciones, y me empuja contra unas maderas con mucha fuerza. Tiene el brazo izquierdo ensangrentado. El chaleco me ha parado casi todo el golpe, aunque el impacto repercute en mi columna y me caigo dolorida.

            —¡Quieto, Ertzaintza!

            Lo veo coger un azadón y alejarse de mí. Me reincorporo e inicio la persecución. Se escuchan gritos de alto y de dolor. Dos disparos terminan con el ruido. Me acerco y me encuentro una estampa horrorosa: uno de mis compañeros yace con el cuello reventado y al otro le cuelga el brazo izquierdo. El sospechoso está tumbado boca arriba con dos impactos de bala en el tórax.

            —¡Agente herido! —digo tras pulsar el botón de la radio— ¡Agente herido! ¡Solicito dos unidades médicas!

            Me acerco hasta mi compañero.

            —¡Igor, me oyes! ¡Igor! —Me mira y asiente lentamente— ¡Viene ya la ayuda!

            Cojo un trapo, lo sacudo y lo pongo en la herida de la garganta del otro agente. No sé dónde apretar ya que parece ahogarse.

            —¿Qué sucede aquí? —Llega el resto del equipo.

            —Estaba escondido. Nos ha cogido por sorpresa.

            José se pone encima de la bestia que ha hecho todo esto.

            —¡Aún respira! ¿Dónde están los niños? —Le propina un par de bofetadas al no obtener respuesta— ¡Dónde están los niños!

            —No… no he podido salvarlos.

            —¡Dónde están!

            —Me obligó. No podía soportarlo más.

            —¿Quién te ha ayudado?

            —Le he cortado la cabeza. Hay que quemarla al sol.

            —¿Qué dices?

            —No se pueden juntar las partes.

            —¡Dónde están los niños! —Empieza a perder la paciencia.

            —¡Tengo que acabarlo! —Nos vuelve a sorprender debido el arrebato de energía que le proporciona fuerzas extras con las que lanza hacia atrás al mando. Coge de nuevo el azadón y se incorpora ante nuestras miradas de asombro —¡Vais a morir si no lo termino!

            De un golpe aparta una de las pistolas que lo encañonan, pero el resto cumplen su cometido y lo acribillamos a disparos. Cae al suelo mientras fija su mirada en mí.

            —No lo entendéis… vais a… morir…

            Ahora estoy segura de que ha pronunciado sus últimas palabras.

            —Este tío es un zumbado. ¿Elena estás bien?

            Muevo la cabeza y asiento para dejarle claro a mi superior que no tengo nada roto y oculto el mal cuerpo que me ha provocado esta situación. Las miradas de mis compañeros me dicen que el sentimiento es mutuo.

            —Hay que parar esas hemorragias.

            Me quedo helada mientras busco una pieza que parece faltar en este tétrico puzle. Recuerdo que he seguido el rastro de sangre hasta encontrar al sospechoso. Este rastro no sé muy bien de dónde venía. El difunto tenía la herida en el brazo cuando lo descubrí por lo que se lo debía de haber hecho en otro lugar.

            Me dispongo a localizar de nuevo la manchas carmesís en un escenario muy alborotado por los acontecimientos. Hay muchos más charcos de sangre que antes. Me centro en las señales y al final descubro una vía desconocida.

            —¡Oficial, aquí hay algo!

            —¿Qué ocurre?

            Le enseño las gotas que se acaban delante de un armario de madera de roble.

            —Estaba herido cuando lo hemos encontrado, seguro que hay algo en ese armario.

            —Joder, a ver si llegan las ambulancias. ¡Raúl, Carlos, quedaos con los heridos!

            Tras recibir sus respectivas confirmaciones nos disponemos a inspeccionar el mueble. Lo abre mientras yo le cubro preparada para terminar con lo que salga de dentro. Demasiado estrés como para andar con miramientos.

            No sale nadie y suelto un soplido de alivio. He aguantado la respiración todo el rato. El interior parece estar vacío.

            —Elena, tranquila. Coge aire, no puedes disparar a todo lo que se mueva. Si se trata de uno de los niños…

            Lo miro algo preocupada e intento disimular el temblor de mis manos. Sostener el arma con fuerza me ayuda.

            Me vuelvo a quedar sin respiración al ver cómo un ser atrapa a José y lo mete en la oscuridad que llena unos instantes el interior del armario. Asustada enfoco las maderas del fondo y veo destellos de su arma y su linterna por algunas rendijas. Empujo las tablas, pero no ceden. ¿Cómo cojones ha conseguido atravesarlas sin dañarlas? Parece cosa de brujería barata en una película de bajo presupuesto.

            Tengo que rescatar a José. Localizo una robusta azada y cargo contra la barrera de madera. Con mucho esfuerzo consigo reventarla para descubrir una galería oscura en cuyo final se aprecia una tenue luz cálida.

            Mis compañeros están alejados de nuestra posición. No puedo esperar más. Entro con los nervios a flor de piel. Camino con rapidez pendiente de cualquier movimiento extraño por el suelo y las paredes. Temo disparar sin pensarlo. Ahora parece que es más importante hacerlo instintivamente que con cabeza. Todavía no entiendo cómo ha podido llevárselo delante de mis ojos. Ha sido en un puto pestañeo.

            La galería finaliza en una estancia iluminada por muchas velas. Es muy austera. Recuerda a una antigua bodega excavada en la montaña. Las paredes muestran un tratamiento rudimentario, pero efectivo. La mezcla de carne en proceso de putrefacción, orines y heces llena la estancia de un aroma repugnante.

Una muchacha se encuentra encima de José. Lleva una especie de camisón blanco transparente que desvela la ausencia de ropa interior. Está agachada y me da la espalda. Solo escucho sonidos guturales, como si se estuviera alimentando.

            No puedo pensar, parece una de las niñas, pero no estoy segura.

            —¡Quieta!

            Se gira hacia mí y me horroriza ver que su cabeza cuelga a un lado. Solo algunos cartílagos evitan que caiga al suelo.

            Mi compañero tiene el cuello desgarrado.

            Disparo cuatro veces contra la muchacha y le doy un par de balazos. Se mueve muy rápido. De dos saltos ágiles consigue cubrirse con una caja de madera llena de arena.

            Compruebo el estado de José y no le encuentro el pulso. Miro hacia una de las esquinas de la estancia y descubro la fuente del mal olor. Son los cuerpos de los seis críos desaparecidos en estado de putrefacción. Tienen dentelladas y los huesos sin carne en algunas zonas de su anatomía.

            Mi estómago no soporta tanta sobreestimulación y vomito todo su contenido.

            —¡Sal de ahí! —Encañono al monstruo. Veo que la caja está rota y entre las tablillas, astillas y la arena derramada hay un hacha cubierta de una sustancia oscura similar a la que mancha el atuendo de la muchacha.

            —Espera, no me hagas daño. —Su voz suena angelical, frágil.

            —¡Sal de ahí!

            Lo hace para mi disgusto. Parece estar nerviosa y asustada, además de llevar la cabeza colgando. La herida se hace un poco más pequeña sin llegar a cerrarse.

            —Él, me ha hecho esto. Me obliga a matar para que cumpla sus deseos.

            —¿Qué… demonios eres? —El tono suave de sus palabras me relaja bastante y el horror que debería sentir pierde mucho terreno.

            —Soy una caminante nocturna. Me llamo Eva. No quiero hacer daño a nadie. Necesito sangre para vivir.

            —Habéis matado a esos niños. —La ira me sobrecoge y mi dedo tira del gatillo con rabia.

            —No, —Consigue detenerme de repente. El ambiente, igual que yo, reacciona ante sus gestos y sonidos—, no me hagas daño. Puedo sobrevivir de animales. Vasile no me dejaba alimentarme de otra cosa. —Adelanta sus manos pálidas y sucias—. Ponme los grilletes. No quiero hacer daño a nadie más.

            La situación me sobrepasa. Noto una nebulosa en mis ojos. Sacudo la cabeza y le lanzo las esposas.

            —Póntelas por la espalda y date la vuelta.

            Me obedece y me calma un poco más saber que está esposada.

            —¿Qué vas a hacer conmigo? He hecho cosas horribles.

            —Tendrás que pagar por ellas.

            —Jamás he tenido una oportunidad de vivir mi vida. El yugo de los hombres siempre ha dominado mi destino. ¿Qué te hace pensar que voy a ser juzgada con dignidad por un juez que solo sabe de leyes humanas?

            —Eres una abominación. —Un sopor me invade. Demasiadas emociones—. Eran niños y están destrozados. ¿Te los has comido?

            —Me han convertido en un monstruo. Yo solo quiero sobrevivir. El mundo es muy duro. Tú, lo sabes bien.

            Me vienen imágenes del pasado en el que tuve que parar las intenciones de varios de mis compañeros; la mirada de superioridad de cualquier hombre con uniforme que me encontraba en el cuartel; el esfuerzo extra para demostrar mis aptitudes.

            —Vámonos. Camina.

            —Ese esfuerzo por llegar hasta aquí —Parece que lee mi mente— y siempre estarás bajo sus batutas.

            Se me acerca liviana rodeada de un aura mágico a pesar de su horrible estado. Me aparto para que continue hacia la galería. Es un ser imposible, algo creado para alimentar cuentos y leyendas aleccionadoras. El hecho de existir echa por tierra todas las leyes naturales y, sin embargo, existe. Camina justo delante de mí.

            De repente se para.

            —No lo van a entender. Nadie lo entiende.

            —Continúa.

            Se da la vuelta.

            —Es mejor que acabes conmigo y así dejaré de sufrir. O puedes aprovechar una oportunidad genuina.

            —¿Qué dices?

            —Te ofrezco una vida llena de gloria y fortuna. Ayúdame y te serviré el resto de tu existencia.

            —¿De qué me sirve un monstruo asesino?

            —Solo mataré lo que tú quieras que muera y soy muy fuerte para acabar con cualquier peligro que nos aceche.

            Me excita el hecho de recibir una propuesta tan sugerente. Empiezo a perder de vista a la bestia y a apreciar a la bella criatura excepcional que se ofrece a cumplir mis deseos. Pero significa ir contra la ley; hacer la vista gorda sobre hechos atroces; continuar un plan con tintes antinaturales.

            —¿Tienes miedo? —Descubro que no quiere salir de ahí. Es muy poderosa, pero no quiere exponerse. Debe ser la luz del Sol, ya que seguro que puede acabar con nosotros— ¿Es al Sol al que temes?

            —Me condenaron a caminar por la oscuridad. Podemos beneficiarnos mutuamente, preciosa.

            —¿Qué clase de trato tenías con el de ahí fuera? —Intento luchar contra el cansancio.

            —Era un cerdo degenerado. Me traía esos niños y me convertía en su ángel sexual. El fluido vital de estos pequeños me dan un vigor excepcional. —Un calor agradable y un hormigueo sanguíneo en mis genitales potencian esa imagen lujuriosa—. Pero también puedo alimentarme de otros seres y vivir con cierta plenitud.

            Baja un poco el nivel de radiación animal mientras mantiene mis sentidos expectantes. Me encandila demasiado. Empiezo a pensar que puedo sacar a José y decir a todos que se nos ha escapado.

            —Es fácil llegar a un compromiso mutuo. —Me tiene en la palma de su mano.

            —Hay que pensar cómo esconderte.

            Examino la caja con la arena y un brillo en el metal del hacha abandonada me recuerda la mirada de Vasile y sus últimas palabras. Estaba aterrorizado y no parecía ser el pervertido que me ha descrito la criatura. Nos decía que no lo soportaba más y que tenía que terminarlo. Lo habíamos interrumpido justo en el momento en el que había cortado el cuello de la muchacha. Era un esclavo, un siervo de este ser malvado.

            Consigo desvanecer la niebla que nublaba mi mirada y me acerco a la caja. Eva hace un gesto y la reconstruye astilla por astilla. Entiendo que algo parecido ha utilizado cuando se ha llevado a José. Se me parte el alma a recordar que está muerto. Levanto el hacha y me encaro al monstruo.

            —Eres una mentirosa. Te sirves de nosotros para conseguir tus fines. Hoy no vas a jugar con nadie más.

            —No, por favor. —La galería está a su espalda. Se gira indecisa—. No, no tengo por qué mentirte.

            —Me necesitas para salvarte y después a saber qué es lo que me harás. Quieres que llegue la noche y tu prioridad es ganar tiempo.

            Su rostro se vuelve monstruoso. Intenta quitarse las esposas sin conseguirlo. Debe estar muy debilitada debido a la herida en el cuello. Me mira enfadada y se lanza contra mi pistola sin miedo. Consigo pegarle un tiro en el trayecto, que no la para, y me incrusta contra la pared. Su cabeza lanza dentelladas contra mi cuerpo y noto sus colmillos en mi antebrazo derecho. Pierdo el arma.

            —Te equivocas mortal, la noche siempre llega. La oscuridad no responde ante nadie.

            Con las dos piernas consigo quitármela de encima y ruedo a un lado mientras sujeto con las dos manos el hacha. Vuelve a atacar y yo le intento incrustar el filo en su cuerpo. Me esquiva. Noto que se vuelve un poco más lenta y el líquido ponzoñoso de su cuerpo se vierte por la herida a borbotones. Aprovecho para atacar y de un fuerte golpe consigo desequilibrarla. Cae de rodillas a poca distancia de mi posición y no lo pienso más: la decapito con todas mis fuerzas.

            El ambiente se libera de una carga que lo controlaba y lo oprimía. Escucho cómo mi corazón martillea mi cabeza tras el esfuerzo. Mis piernas no me sostienen y me arrodillo con el arma todavía en las manos.

            Cierro los ojos mientras respiro profundamente. Una imagen de Eva, levitando enfrente de mí, me colapsa la mente y consigue alterarme de nuevo. Todavía queda una conexión con ella, esto no ha terminado.

            Levanto el cuerpo y me lo pongo en el hombro. Es más ligero de lo que pensaba. Agarro la cabeza y salgo por la galería ante la mirada atónita de los compañeros. No entienden nada. Para ellos han pasado treinta segundos desde que nos adentramos en el armario. Sin hacerles mucho caso subo el cadáver al exterior del caserío y lo expongo al Sol. Reacciona incrementando la temperatura de la piel. Me fijo en las paredes de la casa y encuentro lo que preveía encontrar: un bidón de gasolina. Vasile lo había preparado. Derramo el contenido sobre el cuerpo y entra en combustión al instante.

            En menos de dos minutos solo queda el rastro del fuego sobre el terreno. Da la impresión de que estaba vacía por dentro. Las sirenas de las ambulancias aumentan poco a poco su intensidad mientras llegan al caserío lo más rápido que pueden. Me siento en el suelo e intento darle sentido a todo lo que he vivido. Sé que he obrado bien y a pesar de ello sigo asustada. Solo pensar en que haya más seres como Eva me hiela el alma.

Audio relato: La niña que podía matarte con la mirada.

Os presento el relato de terror La niña que podía matarte con la mirada ahora locutado por Juan Carlos Albarracín en su proyecto personal Locuciones Hablando Claro.

Se trata de un audio de 17 minutos en el que podréis disfrutar de la historia de una manera diferente.

Audio relato: La niña que podía matarte con la mirada. Autor: Jorge García Garrido. Locutor: Juan Carlos Albarracín. ©Jorge García Garrido

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Karma 2.0

Asunto: KARMA v2.0. El Diablo está presente en la red.

De: epa@jgg.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Buenos días.

Necesito con urgencia que la iglesia o el papa hagan algo y cierren una página web que ha sido creada por el mismo señor de las tinieblas. Está en circulación y al alcance de todos. Yo acabé en su dirección por casualidad y casi no lo cuento.

Conocí a una chica nueva de mi oficina hace unos meses. Entre papeles, rutina y tediosas tareas congeniamos de una manera inusual. De repente, los días grises se convirtieron en una gama de colores excitantes y motivadores. Confesamos nuestros miedos, aficiones, gustos y cultos.

Le atraía el budismo por lo que busqué información por internet sobre él. Quedé fascinado en un principio por su doctrina. Pienso que se deberían añadir varios puntos al cristianismo, pero eso es otro tema. El caso es que apareció ante mí el concepto de karma. Según la explicación oficial consiste en la creencia de que todo lo que hagas en esta vida te influirá en el futuro o en tus vidas posteriores. También creen en la reencarnación, claro.

Estudiándolo con detenimiento me fascinó. Numerosos creyentes daban constancia de vidas pasadas y reconocían su estatus actual debido a su comportamiento anterior. Algunos habían sido redimidos de sus pecados o sus actos negativos y ahora disfrutaban de una notable existencia.

Enlace a enlace y buceando por curiosidades encontré la página titulada Karma 2.0. En ella se proponía un sencillo test para conocer las posibles repercusiones en un futuro cercano de mis últimas acciones. Pulsé en el botón que llevaba la etiqueta de «Karma Test».

La siguiente pantalla me advertía de la seriedad de la aplicación con el siguiente texto:

Para un óptimo resultado es necesaria la sinceridad y tomar al oráculo con seriedad. Si no se siguen estas indicaciones el resultado puede ser inadecuado.

Ningún dato aquí expuesto se guardará en un soporte digital.

Obviamente estaba en internet y este tipo de apreciaciones me las pasé por… bueno, no hice caso. Pulsé en el botón de continuar. En la siguiente pantalla me indicó que le escribiera cómo quería que me llamase. Le puse «Putoamo». En año de nacimiento introduje el «69». Seguí adelante y llegué a un decálogo de buenas acciones. La pantalla hizo una interferencia rara, pero no le di mucha importancia. Las diez acciones venían encabezadas con una frase que me pareció curiosa.

Hola, Puto, ¿has hecho algo bueno esta semana?

Me había cambiado el nombre. Me pareció muy cachondo por lo que proseguí con mi elección. Además no vi la manera de poder cambiarlo. Entre varias opciones muy altruistas y humanitarias me decanté por una que rezaba: «He realizado todas mis tareas a tiempo». No era la más espectacular, pero como preveía la siguiente pregunta me pareció la más adecuada.

Pulsé en «Siguiente».

Muy bien, Puto, has sido una persona buena, pero puedes mejorar.

Ahora, Puto, ¿has hecho algo malo esta semana?

Aquí me lo veía venir y elegí la más interesante: He torturado y matado a un ser vivo. De la lista con las diez acciones negativas me decanté por la más destructiva. Podía haber indicado anteriormente que había salvado la vida de un ser vivo y no lo hice porque en mi cabeza sonaba razonable lo de una vida por la otra. Pensaba que se anularía el efecto ya que estaban en extremos opuestos.

Seguí con el test y ya no me preguntó nada más. Ante mis ojos aparecían y desaparecían palabras mientras una cuenta pasaba por siete cálculos mágicos. Después del séptimo proceso la aplicación me mandó un mensaje.

Posees un karma muy descompensado. Para llegar al equilibrio perderás uno de tus ojos y uno de tus brazos en un plazo de una semana.

Camina con conocimiento de tus semejantes y trata a todos los seres vivos como te gustaría que te trataran a ti. Nos encontraremos de nuevo.

Sé feliz, Puto.

 Me quedé sorprendido ante la claridad de la sentencia. ¿Sería lo mismo matar a una hormiga o a una persona? El veredicto no necesitaba de esa aclaración. Si el muerto que confesaba era un insecto no me salía a cuenta lo de mis posibles pérdidas. Sin embargo, a cambio de un asesinato, a lo mejor sí estaría más proporcionado.

Una mosca superdesarrollada, ya que era siete veces una normal, se estrelló contra el cristal de mis gafas dándome un susto de muerte. Duró un milisegundo en el que el aleteo desconcertado del bicho me alteró demasiado. También ayudó a la aceleración de mi ritmo cardíaco la sugestión que experimentaba después de usar la aplicación.

Me reí en soledad para quitarle hierro al asunto y negar que algo tan aleatorio pudiera influir en mis convicciones.

El móvil empezó a vibrar para llamar mi atención sobre un grupo de amigos que compartía. Llegaron siete mensajes casi seguidos por lo que no pude desatenderlo. Había una feria medieval en el centro de la ciudad y uno del chat nos animaba para que fuéramos a dar una vuelta. Se hacía una vez al año y casualidad, coincidía que era este fin de semana. Construían puestos de venta ambulante con maderas y se disfrazaba una amplia zona para ambientar el festejo. Era muy común en muchas ciudades y pueblos españoles. Entre varias actividades propias de aquellos años se encontraban las exhibiciones de arco y flechas, de tiro con ballestas y de duelos con espadas y armamento pesado.

¿Qué podía salir mal? Pensé cuando me saltaron varias alarmas sobre mi integridad física y la posibilidad de dar veracidad al test realizado. Las dudas se me disiparon nada más ver en una de las historias de mi compañera de oficina que ya estaba en la feria. Me imaginaba una tarde agradable en la que sumaría muchos puntos si le regalaba algo de bisutería esotérica. Sabía que le encantaba.

Todo por amor.

Salí de casa enfundado con mis metas más optimistas sin dar crédito a ninguna creencia pagana y tomé rumbo al lugar donde se divertían mis amigos. He de reconocer que en el justo momento de atravesar el umbral de la puerta de acceso a mi apartamento no pude evitar santiguarme como se lo había visto hacer a mis abuelas y a las ancianas del pueblo. Miré hacia los lados antes de conjurar la costumbre católica para asegurar que no me viera nadie.

La ruta más directa pasaba al lado de unas obras urgentes, de esas que cambian la configuración vial de toda la ciudad y que por consiguiente, debían realizarse también en fin de semana. Me sorprendí buscando otra alternativa menos aparatosa y más segura. Después de pensarlo y reconocer el absurdo de la situación tomé el camino más corto. Las risas que se iban a echar los colegas a mi costa cuando se lo contase, me animó a restarle importancia e intentar continuar con mi vida de manera normal.

El trago de incredulidad me duró hasta que el ruido de un martillo neumático me hizo dar un brinco hacia el escaparate de un comercio que tenía la persiana echada. La estructura metálica sonó casi más fuerte que la herramienta mecánica. Los transeúntes se sobresaltaron por mi reacción molestos ante una alteración de sus sentidos tan extraña. Me di un golpe muy fuerte en el hombro izquierdo contra el hierro.

—Estoy bien, estoy bien…

Quise tranquilizar al personal y a mí mismo. Notaba que mi extremidad colgaba sin problema de mi cuerpo. Solo se encontraba algo resentida.

La circulación volvió a la normalidad medio segundo después de comprobar que se trataba de un imbécil con una atracción extraña hacia las persianas metálicas.

Reanudé mi marcha y una paloma voló por encima de mi cabeza. Me agaché como si el mismo cuervo del infierno me viniera a sacar los ojos. Un grito agudo de pavor salió de mi tensa garganta.

—¡Joder! —protestó un cincuentón que casi me atropella.

—Perdona.

En mi defensa he de decir que la afición por visitar las terrazas desarrollada por varios tipos de aves urbanitas hace que sus vuelos sean cada vez más rasantes sobre nuestras cabezas. Suelen tener muy buenos reflejos, pero hoy podría ser el día en el que me topara con un pájaro torpe.

Por cada cruce regulado por semáforos sufría otra crisis que me paralizaba y me obligaba a comprobar mil veces la seguridad del tráfico. Al final corría de una acera a otra como si me quemaran los pies en la arena ante la cara de asombro de la gente que me rodeaba.

Los intentos por seguir con mi vida de manera normal no parecían muy efectivos. Me doy cuenta de que es uno de tantos motivos para cerrar esa dichosa página. Ya sé que en estos entresijos de la fe es importante el temor al ser omnipotente al que se venera, sin embargo, tanto temor me parece muy cargante.

Me puse los cascos inalámbricos para ver si me calmaba. Ahora lo veo como una temeridad por mi parte: anular el sentido del oído en semejante estado de emergencia seguro que no se encontraba entre las primeras opciones lógicas de seguridad. En ese momento me pareció una buena idea. Evité el Death Metal ya que, a mi parecer, era muy adecuado para un accidente gore y elegí un disco de Hard Rock.

El riff pegadizo de la primera canción provocó una tranquilidad casi inmediata en mi interior.

Jimmy ya no es ese joven soñador.

La vida cruel ha roto su corazón.

Un idiota infiel que error tras error

acabó por perder a su único amor.

El aislamiento que conseguí me hizo avanzar muy rápido e ignorar todas las señales que con anterioridad me provocaban alteraciones en mi conducta normal. Un chico en un patinete eléctrico pasó a toda velocidad a pocos milímetros de mi espalda. Había decidido tocar su timbre para que me apartara en vez de aminorar la marcha. Lo vi despotricar mientras se alejaba a una velocidad, a mi parecer, fuera de lo normalizado.

Alguien se dio cuenta de que estaba tarareando la siguiente estrofa en un imperfecto inglés. Me lanzó un gesto sutil, pero evidente, con el que me demostraba el poco interés que debían tener los demás sobre mis gustos musicales. Me sentí como si fuera en un coche con la música a tope y las ventanillas bajadas.

Mara, decepcionada, sin su juventud,

apuesta con su alma a favor de la luz

que vio en esa mirada vestida de azul.

Dos aves enjauladas, una vida en común.

El suelo vibró justo cuando llegaba el subidón del estribillo. La canción me tenía ganado y en ese momento era uno más del coro de la banda de rock.

Woah, decían que se amaban,

oh-oh, ninguno, midió sus palabras.

Woah, anhelaban viejos tiempos.

Oh-oh, sus manos entrelazadas.

Esa fuerza imparable que ardía por las noches y hacía dulces las mañanas.

¿Dónde quedaron? ¿Por qué abandonaron la batalla?

Cuando me di la vuelta encontré el motivo del movimiento de baldosas: un bloque de hormigón de la obra que condicionaba el tránsito por esa calle había caído a unos metros detrás de mí. Los obreros se apresuraron a parar la circulación y lo recogieron de inmediato. Gracias a Dios, no hubo que lamentar ningún daño personal. Me quité los cascos asustado y salí corriendo hacia mi destino. No iba a dar más oportunidades al karma para demostrar su saber hacer.

Frené justo al llegar a la peatonal en la que se había montado la feria. El ambiente era espectacular. Personas de todas las edades disfrutaban de los puestos y atracciones medievales montadas para el evento. Numerosas ofertas gastronómicas hacían las delicias de padres y madres mientras sus retoños se balanceaban en columpios de madera o se preparaban para girar en una especie de tiovivo impulsado por un ingenioso mecanismo que activaba con esfuerzo el feriante mediante una manivela.

Otra vez, los miedos sugestionados hicieron su aparición. Un puesto con preñados de chorizo apetitosos se convertía, en mi mente, en un lugar con contenedores de grasa que amenazaban con dispararla y destrozarme el ojo. La sección de cetrería, llena de picos y garras me provocaba escenas grotescas y muy dolorosas en las que la frase «cría cuervos y te sacarán los ojos» cobraba un realismo insoportable. Las espadas, escudos, hachas y demás armas pesadas de la época no ayudaban a apaciguar una imaginación demasiado intoxicada con comics, películas y series en las que proliferaban las amputaciones de miembros y de extremidades sin ningún miramiento.

Alterado me dispuse a encontrar a mis amigos. A ver si en compañía me distraía y conseguía superar este mal trago. Había demasiada gente para poder localizarlos. Era difícil concentrarse con tanto peligro potencial a mi alrededor. Un niño gritó por algún motivo y yo casi lo repliqué por acto reflejo. Un ladrido de un perro minúsculo me perforó el oído. Una mano en mi espalda acabó sacando ese alarido contenido.

—¿Qué te pasa tío? —Era Pedro, mi colega.

—Nada, nada. —Solté una risa forzada.

—Estamos en las gradas para la demostración de tiro con arco y ballesta.

—Que bien… yo…

—Venga vamos que nos lo vamos a perder.

Me guio hasta el lugar donde se encontraban otros dos amigos sentados. El espectáculo estaba a punto de empezar. Lo veíamos desde un lateral en la tercera fila de una grada con seis alturas. En el medio de una pista de arena un arquero con los ojos vendados pedía al público que guardara silencio ya que debía concentrarse en su objetivo. A veinte metros delante de él tenía una manzana sobre una columna de madera de metro setenta. Hizo dos veces la gracia de apuntar a las gradas mientras preguntaba si alguien había dicho algo. Todos reían, menos yo, que me retorcía aterrado en mi asiento.

El arquero movió el pie atado a un cordel que agitaba un cascabel situado a poca distancia de la manzana. Respiró hondo y atravesó la fruta con la flecha. Esta se clavó en una barrera de madera que había más adelante. Todos aplaudimos la hazaña.

Vi a lo lejos pasar a Mónica, mi compañera de trabajo. Me levanté como un resorte para llamar su atención y perdí el equilibrio. Caí por encima de las dos filas que tenía debajo y me di un golpe muy fuerte. La arena que habían echado no amortiguó nada mi caída y en cambio, me llenó la sudadera de granos y barro. Algún refresco había hecho argamasa con la arena y distintos materiales existentes en el suelo.

—Estoy bien, estoy bien —dije mientras me levantaba deprisa y me sacudía la ropa. Notaba varios puntos de dolor en mi cuerpo insignificantes comparados con la brecha en mi orgullo.

—¿Estás bien, tío?

Mis colegas llegaron a mi posición con cara de susto.

—Sí, sí, me he tropezado. —Mónica al parecer no me había visto. No la localicé por ningún lado.

—Vaya hostión. Ja, ja.

Se empezaron a reír sin poder parar hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas incontrolables. Me lo iban a recordar durante mucho tiempo.

—Que cabrones. Voy a ver si veo a una compañera de curro.

Me pareció entender que me habían escuchado, aunque no podía distinguir bien sus gestos entre tanta carcajada descontrolada.

Me fui en la dirección en la que había localizado a Mónica y tras examinar el laberinto de puestos de artículos artesanos la encontré agachada, acariciando a un perrito muy bonito. Tras un saludo muy prometedor y una conversación muy interesante sobre perros acabé con una cita para ver la última superproducción de Hollywood, con ella, y con un cachorro de dos meses recién adoptado en mi casa. Un día redondo en el que gané todos los puntos posibles. Los ataques imaginarios continuaron toda la jornada, pero al parecer ella no les dio importancia.

Rayo, mi nuevo compañero de piso, es un torbellino, pura energía.

Por cierto tengo el brazo derecho escayolado y un parche en el ojo izquierdo. A los dos días de adoptarlo se me cruzó cuando salía de la ducha y me resbalé en el baño. Era por esto por lo que deberían cerrar esa página del diablo para que no ocurran más desgracias. Tengo para tres meses antes de recuperarme. ¿Quizás por haber mentido no haya perdido para siempre el brazo y el ojo?

Espero impaciente su respuesta.

            Jorge.

Asunto: KARMA v2.0. Rectifico.

De: epa@jgg.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Hola de nuevo.

Vuelvo a ponerme en contacto con ustedes para que se olviden de mi mensaje anterior. Después de esperar dos meses su respuesta decidí volver a hacer el test. En este caso puse la verdad: que había ayudado a mejorar la vida de un ser vivo. Me dio como resultado siete números con los que probé fortuna.

Soy muy afortunado. El caso es que no he recibido vuestra respuesta. ¿Habéis hecho el test? ¿Por qué nadie responde?

Saludos,

            Jorge.

Alrededor de la hoguera hablamos de pasiones y guerras

Este libro es un compendio de relatos cortos de distintos géneros, de poemas, de canciones y de modestos pensamientos dedicados a fechas determinadas, a situaciones vividas o a distintas reflexiones.

Entre los relatos encontramos líneas repletas de tensiónterrorhumorfantasía ciencia ficción. Son textos sencillos con una historia siempre sorprendente que seguro conseguirá entretenerte.

 Alterno distintos estilos que rompen una prosa continua y recogen numerosas tramas en forma de poemas cortoscanciones y relatos en verso. Todos ellos con una musicalidad muy personal.

Puedes conseguir de manera gratuita la versión ebook pulsando aquí.

Los formatos físicos se pueden obtener en los siguientes botones:

Elisea siente

¿Y si fueras capaz de sentir lo que sienten los demás?

Descubrirías quién miente, quién está triste, quién te desea, quién es un perturbado. ¿Y si no pudieras controlarlo? Tendrías un verdadero problema para saber cuáles son tus propios sentimientos y harías lo que no estás dispuesto a hacer.

Elisea, asesora de la policía, posee ese don y lo utiliza para intentar atrapar a un asesino en serie con características sobrehumanas que aterroriza a la ciudad.

Catorce nuevas canciones ilustran el contenido con momentos inolvidables. Desde el pop más actual hasta el folk de todos los tiempos. Fado, jota, música disco, rock y diferentes estilos retratados con letras cargadas de historias conmovedoras.

Disponible en versión:

Kindle

Tapa blanda

Tapa dura

Empezar a leer los primeros capítulos.

El tesoro de Nita (Parte I y II)

Por clamor popular (2 personas me lo han pedido y no quiero dar sus nombres) he recopilado las dos primeras partes de las fantásticas aventuras de Nita. De esta manera queda un volumen más completo y en los formatos más interesantes.

Nita es envuelta en un mundo oscuro que destruye su infancia y la lanza a la edad adulta. Los juegos y momentos divertidos son sustituidos por aventuras al límite de sus posibilidades. En muchas ocasiones son misiones a vida o muerte.

Lo tenéis en los siguientes formatos:

Kindle

Tapa blanda

Tapa dura

El nido de Mus

    Mus es una pequeña musaraña que se desenvuelve en un mundo salvaje. Se trata del mamífero más pequeño del mundo. Sufrirá una complicada odisea para encontrar su sitio. En su camino nos dará una increíble lección de humanidad. Esa humanidad perdida por aquellos abusones y maltratadores que se creen superiores a los demás. Un grupo de niños en una excursión que marcará sus vidas.

Disponible en Kindle.

Tapa blanda

El tesoro de Nita: El no dragón hambriento.

Nita es una niña de 11 años que vive en los años ochenta. Agosto, sol, juegos, diversión y baños en su bonito pueblo pesquero chocan con un mundo cruel, fantástico y demoledor. Deberá luchar por sus seres queridos descubriendo secretos sorprendentes sobre el entorno que la rodea y sobre sí misma.

Actualmente se puede adquirir en Amazon a un precio muy asequible. Está en versión digital (kindle) y en versión de tapa blanda.

Empezar a leer los primeros capítulos.

Saga:

  1. El no dragón hambriento.
  2. El lenguaje de la tierra.
  3. T-Regina (próximamente)

Tonos

«Cuando lo ves todo negro te agarras a cualquier gris oscuro»

Sigue la vida de cuatro personajes que intentan salir de la oscuridad que envuelve sus vidas. Deseos obsesivos, esclavitud sexual, amenazas de muerte y depresiones se mezclan para crear distintas tonalidades que tiñen sus trayectorias sin remedio aparente.

Una lucha por lo importante de verdad contra monstruos alojados cómodamente en nuestra sociedad.

Catorce nuevas canciones ilustran el contenido con momentos inolvidables, situaciones hilarantes y encrucijadas desesperadas. Desde el pop más actual hasta el folk del otro lado del atlántico. Tango, joropo, música disco, rock y diferentes estilos retratados con letras cargadas de historias conmovedoras.

Disponible en versión:

Kindle

Tapa blanda

Tapa dura

Empezar a leer los primeros capítulos.