Solo quería abrazarla, besarla, estremecerla de placer, como tantas veces había imaginado. Podría entonces cantarle una canción al oído inspirada por su existencia.
Si eso es lo que deseaba, ¿por qué atravesé su costado con ese cuchillo? ¿De dónde salió esa punta afilada? Esta vez me propuse evitar el fatídico final, pero parece ser imposible. Se asustó como todas, sin saber que no debía temerme para sobrevivir.
¿Y por qué no se muere? Se me acerca firme mirándome con sus enormes ojos.
«Has usado la llave al infierno.
Demasiadas vidas, demasiado tiempo.
No eres nada, solamente un necio.
Tu terror y tu miedo es el precio», me canta al oído; mostrándome de seguido sus colmillos.