Hoy, en este hemiciclo, España y el mundo despertarán

¡Buenas! Me complace ofreceros mi última novela titulada «Hoy, en este hemiciclo, España y el mundo despertarán». Va acompañada de nueve relatos cortos entre los que podéis encontrar un obra de teatro. También lleva cuatro canciones nuevas.

Lectura trepidante y cargada de aventuras. España se encuentra en un momento muy preocupante. Nada es lo que parece.

En esta novela presento una situación tensa y crítica en El Congreso de los Diputados español. Un grupo de hombres y mujeres lo asaltan en medio de un hecho que congrega a todos los representantes de la nación. Saltarán todas las alarmas y la presión sacará lo mejor y lo peor de los distintos talantes políticos.

«Apunto con mi pistola a la cabeza del presidente del gobierno. Lo tengo delante, a menos de dos metros. No podemos confiar en él ni en nadie de su círculo, a quienes debo mi lealtad por encima de todo lo demás. La situación es demasiado complicada para que me hicieran caso estando desarmado. Vuelvo a pedirles la mayor atención posible y, claro está, que no se muevan de sus escaños o serán castigados. Por lo menos no disparo y controlo mis nervios.

—Señor presidente, venimos a terminar con esta farsa en la que nos hemos metido sin apenas darnos cuenta».

Se trata de una novela corta de 150 páginas que viene acompañada de nueve relatos cortos y cuatro canciones nuevas. Los relatos al igual que la novela tienen un tono de ciencia ficción que se mezcla con el género de terror y de la fantasía. Siempre a mi estilo que consiste en combinarlo con la realidad más cercana.

En esta antología, que acompaña a la historia que da título al libro, hay una pequeña obra de teatro que escribí en clave de humor. He de decir que el humor siempre impregna mis textos y en este caso está presente en casi todos los cuentos.

Visión artificial

Un prototipo de visión artificial que sorprende por sus resultados y pone la vida de la desarrolladora y del primer usuario patas arriba.

—A ver, prueba a activarlo ahora —dice Lurdes después de ajustar unas gafas en la cabeza de Mikel.

Se encuentran en la sala de estar del apartamento del chico. Él aprieta un botón.

—¡No veo nada! —grita de repente—. ¡Estoy ciego!

—Qué idiota eres. —Sonríe, divertida—. La idea es que estas gafas vean por ti.

—Habla más bajo… —susurra, adelantando el rostro, a pesar de que Lurdes se haya colocado detrás de él—, está Lulú de cuerpo presente.

Una perra lazarillo, tumbada a pocos metros de ellos, levanta la cabeza al oír su nombre, atenta a las necesidades de su compañero de piso. Al comprobar que no le dice nada, vuelve a apoyarla en el suelo.

—Todavía no me creo que hayas llamado a la perra como yo.

—¿Qué perra? —Separa las manos hacia los lados como si no se enterase de nada—. Oye, tú casi me muerdes.

—Te interpusiste entre mi hamburguesa y mi boca.

—Reconoce que te atraigo.

—Uy, sí, me encanta cómo me miras.

—Ay —se agarra el pecho—, perra mala.

Lurdes se acerca a Lulú y la acaricia.

—Qué paciencia tienes, bonita. —Coge su móvil y desliza el dedo, revisando varias aplicaciones abiertas—. No sé qué pasa, debería funcionar.

—A estas redes neuronales parece que les falta la chispa… o un tornillo.

—Perdona, pero no eres el más indicado para hablar. —Se ríe ante la mueca de enfado de Mikel—. Llevas un sistema que ha sido entrenado con millones de imágenes, con trillones de sonidos y una cantidad obscena de vídeos de todas las clases. Nada porno.

—Menos mal, aunque sería toda una experiencia. Por otro lado, si consiste en buscar semejanzas entre lo que capta la cámara y las imágenes estudiadas…, ya sabes que las comparaciones son odiosas.

—Te ayudaría cuando olvides subirte la bragueta.

—Muy graciosa… ¿Has pulsado el botón de power, lista?

—Espera, ¿qué haces? —La joven se abalanza sobre el brazo del chico para ver lo que tiene en la mano. Mikel aprieta un mando similar a un cigarrillo electrónico—. Estás dando al botón de subir el volumen.

—Oye, me pones unas gafas superinteligentes y no les añades los mandos en las patillas.

—Es un prototipo y tú eres el afortunado en probarlo.

Le quita el mando y aprieta el botón de encendido.

—Hola, Mikel —una voz masculina sale de un pequeño altavoz colocado en la patilla derecha—, me complacerá ayudarte en todo lo que pueda.

—Vaya, es como un asistente del teléfono.

—Soy algo más: analizo el entorno en el que te mueves.

Los dos chicos se ríen ante la iniciativa del asistente.

—Está entrenado con tu forma de hablar y conversará contigo siempre que lo vea adecuado. Lo puedes desconectar con el mando o con el comando de voz «Sin Visión».

—Lo has llamado Visión, qué friki.

—Es que es para eso. Blanco y en botella.

—¿Y por qué no me dice qué tengo delante?

—El camino está despejado —contesta la voz de las gafas—. Si quieres una descripción más precisa: delante de ti hay un tresillo a dos metros; en la pared a tu derecha, a tres metros, una cama de perro con uno tumbado, y justo a tu izquierda, una lámpara de pie encendida.

—Te falta poner una cámara detrás.

—Justo detrás de ti hay una chica morena de pelo largo y alborotado. Te recomiendo moverte hacia delante para evitar el choque.

—Vaya control.

—Si algo viene deprisa por detrás, te avisará para que te apartes. Y te indicará hacia dónde.

—Oye, ¿y es guapa la chica que has visto?

—Cara sonriente, altura media, medidas proporcionadas, estilo alternativo, dentadura perfecta, ojos gris claro…

—Vale, vale. Sabe hasta el color de tus bragas.

—No llevo.

—Oh, qué provocona.

Ríen los dos con ganas.

—Pruébala una semana en tu día a día y apunta lo que funcione mal.

—¿Cómo voy a apuntar…? Ah, vale, Visión me ayudará.

—Efectivamente. Espera…

—La chica se sitúa delante de ti. Coge un cojín y lo lanza hacia tu pecho.

Mikel reacciona enseguida y agarra el cojín antes de que le impacte.

—¡Eh! ¡Que soy ciego!

—Muy bien. No pensaba que fueras a pararlo. La detección artificial es muy rápida, por lo que debería darte tiempo para reaccionar.

—También cuenta que tengo reflejos de ninja. —Mueve las manos dos veces como si cortara el aire.

—Sí…, eso también cuenta.

—La chica se acerca a la perra.

—A ver, Visión, ella se llama Lurdes y la perra, Lulú.

—Entendido. Lurdes se agacha y acaricia a Lulú. Te mira y guiña un ojo.

—Bueno, será mejor que os deje para que os vayáis conociendo. —La joven acerca más la cara a la perra—. Hasta otro día, guapa. Si esos dos te dan mucho la turra, avísame.

Lulú suelta un gemido a modo de despedida.

—Mañana vuelvo.

Mikel se mueve hacia ella.

—Lurdes está a dos metros… A un metro… A menos de un metro.

Se para y extiende el brazo para coger el de la chica.

—Sabes que te puedes quedar a dormir… —un silencio desconcertante los envuelve—, dientes perfectos.

—Lurdes está muy cerca —puntualizan las gafas.

Entonces es Mikel el que se extraña de la reacción.

—No me acuesto con ninjas.

—Espera, ya sé cómo eres, ¿pero tú cómo me ves a mí? ¿Estoy follable?

—Eres como Brad Pitt, aunque muchísimo más feo.

—O sea, como todos.

Ríen de nuevo.

—Algún día caerás en mis redes. Ahora tengo supervisión.

—Anda con cuidado hasta que te hagas con los mandos.

El aparato electrónico le describe cómo Lurdes sale del piso y cierra la puerta. Empieza a poner a prueba a Visión con un reconocimiento del entorno.

En la cocina fríe un par de huevos siguiendo las instrucciones de Visión y la charla entre ellos se vuelve de lo más fluida. Encuentran problemas para diferenciar la sal del azúcar, el aceite del vinagre, el agua del vodka y, en general, todo aquello que se parece mucho visualmente. Antes de apuntarlo como fallo del sistema, intenta enseñar a la inteligencia artificial a distinguirlos. Chequean las etiquetas para determinar el contenido de los recipientes. Se percata de que como lector de textos es una maravilla y no tarda en usarlo como guía de internet y como narrador de novelas a las que siempre le ha costado más acceder.

A través de la descripción detallada de Visión, imagina por primera vez cómo come su fiel compañera. Desde que Lurdes se ha marchado, lo persigue por la casa, pendiente de sus necesidades. Visión también le ha servido para localizar y entender mejor el comportamiento de la perra. En varias ocasiones lo ha impresionado con consejos certeros para acomodarla mejor.

Apunta un fallo que hay que tener en cuenta: no se lo puede llevar a la ducha. Más tarde borra la sugerencia por ser un poco turbia.

Unas voces lo despiertan. Tarda unos instantes en superar el estado somnoliento. Se acuerda de que en la mesilla ha puesto a cargar su nuevo juguete.

—Visión, ¿qué hora es?

—Son las tres y treinta de la madrugada del domingo 26 de mayo de 2024.

Tras varios segundos de silencio, las ganas de orinar lo animan a abandonar el cómodo colchón para vaciar la vejiga y poder conciliar el sueño. Lulú se levanta al verlo salir de la cama, ya que tiene un pequeño catre en el cuarto. Esta vez, Mikel va acompañado por su fiel compañera y el costoso prototipo de Lurdes. Sigue sus indicaciones con gran soltura y descarga, sentado en la taza, los sobrantes de las últimas horas. Aprovecha para comprobar los útiles de aseo de los que dispone en esos momentos y elabora un principio de lista de la compra para el lunes.

De vuelta por el pasillo, nota una caída de la temperatura muy pronunciada. La perra gruñe. A Mikel se le pone la piel de gallina.

—Hay un hombre en la puerta del salón —dice Visión.

Se queda inmóvil. Enseguida se da cuenta de que se refiere a lo que ve por la cámara trasera.

—De metro noventa, con un cuchillo en la mano derecha. Mira hacia nuestra posición.

Mikel nota cómo los testículos se le esconden dentro del cuerpo y le producen un profundo dolor, añadido al estado de entumecimiento que solo puede asemejarse a la sensación de terror que tantas veces se ha descrito en las películas y novelas de género.

—Se acerca. Está a cuatro metros… A tres metros… A dos metros… A un metro…

El chico y la perra corren hacia el cuarto mientras la inteligencia artificial intercala instrucciones para guiar a Mikel e informar del progreso del ser que ha aparecido en su salón.

Entran en el dormitorio y el humano termina de cerrar la puerta que su acompañante, nerviosa, ya ha empujado. Expectantes, se alejan de la robusta madera. Lulú no para de gruñir y él se agacha para calmarla. Nota sus temblores, pero el calor de su cuerpo lo tranquiliza también.

—Un brazo con un cuchillo atraviesa la puerta.

Mikel se cae hacia atrás y Lulú se mueve a su lado, ladrando y gimiendo.

—Ven, pequeña. —La agarra y la abraza. Se calma un poco, pero sigue gimiendo, asustada—. ¿Hay alguien ahí? —No se oye ningún ruido—. Visión, ¿ves algo?

—La puerta está cerrada y no hay nadie.

—¿Qué cojones?

Intenta pensar. Debería llamar a la policía, pero no sabe dónde ha dejado el móvil.

—¿Ves mi móvil?

—Levántate para que inspeccione el entorno.

El chico obedece.

—No está en la habitación. En el inventario del salón encuentro un teléfono.

—Joder. Te puse a cargar y me olvidé del móvil. Espera… Llama a la policía.

—Lo siento, el sistema no dispone de ese servicio.

—Pues manda un email.

—Tampoco puedo mandar emails. ¿Lo apunto como posible mejora del sistema?

Mikel no escucha la pregunta, tratando de dilucidar qué hacer. Poco a poco, se acerca hasta el acceso cerrado. Mira a su alrededor.

—¿Ves algo que me sirva para protegerme? —La voz le tiembla, alterada por el momento vivido.

—Hay un paraguas a tu izquierda, entre el armario y la pared.

—¿En serio?

Se extraña, ya que no se acuerda de ese rincón que seguramente no ha usado en varios meses. Explora el hueco y saca el objeto lleno de polvo. Tose un par de veces.

—¿Dónde está Lulú?

—A tus pies.

—Vale, preciosa, quédate aquí dentro. —La acaricia y esta le lame la cara—. Vete a tu sitio. —La perra se acurruca en su camastro, gimiendo.

Sale de la habitación con cuidado, empuñando el paraguas a modo de espada de acero valyrio.

—Visión, descríbeme todo.

—El pasillo está despejado. Al final, en el salón, se ve una luz parpadeante.

—¿Qué luz?

—La luz de un televisor.

De nuevo, baja la temperatura. Asume la imposibilidad del propio suceso: no tiene televisión desde hace años. Con el arma a punto, entra.

—En mitad de la estancia hay un tresillo y, a cada lado, un sillón. Tienes uno de ellos a dos metros… A un metro… Ahora estás sobre el sillón.

—No es real. —Se asombra ante ese descubrimiento.

—A tu derecha, hay un televisor encendido. Delante de ti, a un metro, está el tresillo. Un hombre desnudo se encuentra tumbado boca abajo sobre una mujer también desnuda y tumbada boca arriba. Parecen dormidos.

Mikel se acerca.

—Ambos tienen el cuerpo ensangrentado. O están muy malheridos o muertos. Hay un cuchillo manchado de sangre en el suelo, al lado del brazo de la chica, que cuelga desde el sofá.

—¿Cómo es?

—Rubia, delgada, de piel blanca. Tiene los ojos cerrados.

—¿Y él?

—Pelo muy corto y oscuro, complexión atlética y con un tatuaje tribal de un puñal en el brazo derecho. Ha abierto los ojos.

—¿Quién?

—La chica.

Se escucha un grito terrorífico en los altavoces de las gafas y Mikel se las quita por acto reflejo.

—Sin Visión.

El sonido se apaga y las gafas se desactivan.

Vuelve a su habitación por el camino que ya conoce, confuso y aún alterado. La temperatura parece normalizarse a la propia de ese mes del año. Al entrar en el cuarto, Lulú lo recibe nerviosa y alegre. Se sienta junto a la cama de la perra hasta que se queda dormida. Él también lo intenta, pero la cabeza le funciona a cien por hora, repleta de pensamientos oscuros. Su cuerpo llega al límite y cae rendido.

Al parecer, hay un problema de funcionamiento bastante considerable.

—¿Estás seguro de lo que viste…, digo, oíste? —Lurdes, en el tresillo, lo mira incrédula por lo que le acaba de narrar.

—Tengo un dolor de espalda tremendo por la noche que he pasado. Me lo contó al oído como si fuera una película de terror. Ese chisme está muy mal.

—Llevo tres meses probándolo y no me ha dado ningún problema.

—¿De día?

—Claro, de noche duermo como todo el mundo.

—Pues nos acojonó. Lulú, la pobre, no sabía qué hacer.

—Espera. Guardo un registro de todo lo que recogen las cámaras y los micrófonos.

—¿Cómo? ¿Y no me lo habías dicho antes?

—Es que no es muy legal. Solo lo he activado para esta fase de pruebas.

—Me siento… —pone una mueca de asco— violado.

—Perdóname, no pensaba revisarlo si no era necesario y te iba a pedir permiso.

—Necesitarás esforzarte más para compensar este ultraje.

Mikel cambia la cara y se muestra serio.

—¿Quieres un póster mío desnuda? —pregunta con una sonrisa pícara. Se conocen muy bien y nota cuándo le toma el pelo.

—Sabes que no sirve de nada.

—Claro —replica, divertida—, no tiene relieve.

—Qué arpía. ¿Y si me hubiera pajeado con las gafas puestas?

—Estarías en internet con millones de visualizaciones, pero deberías enfocar bien.

—Qué graciosa…

El chico mantiene el gesto de enfado mientras espera una respuesta.

—Venga, te estoy haciendo un favor con este proyecto. Somos pioneros. —Lurdes no da su brazo a torcer—. Vale… Te compro una caja de cervezas y dos calipos de limón.

Mikel gira la cabeza en su dirección, todavía enojado.

—Dos de limón y dos de fresa —dice y sonríe triunfal.

—Qué aprovechado eres, capullo.

Sonrientes, se disponen a enchufar las gafas en el portátil de la chica. Lurdes abre un software en el que se visualizan las cuatro cámaras integradas en las gafas. Transfiere los datos en un minuto y reproduce el vídeo, en el que aparece una línea de tiempo.

—¿A qué hora fue?

—A las tres y media.

—¿Esa no es la hora del diablo?

—Anda, tía, no me acojones aún más.

—A ver…

Conforme se reproducen las imágenes, se van seleccionando elementos del entorno que luego pasan a ser información para el usuario. Cuando llega la hora indicada, Mikel aparece frente al espejo del baño con las gafas puestas.

—Veo que duermes con pijama.

—Qué torta te daba.

—¿Para qué quieres un espejo en el baño? —Ríe y desliza el cursor hasta las imágenes de regreso al cuarto—. Hostias…

Sorprendida, Lurdes no puede dejar de mirar lo que sucede en el vídeo, donde el asistente narra la situación a Mikel. En realidad, no detecta nada raro en el entorno, pero el programa va marcando siluetas de objetos y personas que no están en el piso. Aprecia perfectamente cómo una de esas selecciones es la de un hombre que entra con un cuchillo enorme y sigue a su amigo hasta el dormitorio. Después ve salir a Mikel con un paraguas.

—¿Cogiste un paraguas? ¿Para enfrentarte a un cuchillo de carnicero? Vaya huevos.

—Tenía la mente nublada. Mejor que las cervezas, cómprame una porra extensible y un táser.

Lurdes lo revisa varias veces y no da crédito a lo que ven sus ojos.

—Es alucinante —dice mientras apoya la espalda en el sofá—. Esto sí que no me lo esperaba.

—¿Piensas que me invento algo así por gusto?

—Creía que era una treta tuya para que durmiera contigo.

—No necesito esas artimañas, guapa. Esto… Entonces, ¿te quedas esta noche?

Lurdes calla unos segundos.

—He de reconocer que como estrategia es muy buena.

—¡Bien! ¡Fiesta de pijamas! Nos lo vamos a pasar en grande.

—Pero nuestro amiguito visionario también está invitado.

—Tres son multitud —dice Mikel con fastidio—. Espera…, ¿te molan los tríos? —Se muestra expectante por la posible respuesta.

—Mientras no sea con otro ciego, me apunto.

—No sé si vamos a dormir como sigas así.

—Ya te digo yo que no. Me voy a casa a por una muda y un cepillo de dientes.

—Y el pijama.

—No uso. —Sonríe, acercándose a la puerta.

—Qué fresca.

Antes de marcharse, Lurdes se gira para mirar al anfitrión.

—Me paso por el chino.

—De acuerdo, recuerda mis cervezas y los calipos. —Tras decir esto, le saca la lengua.

A las dos horas, llega con la compra, una mochila con sus enseres y una tableta electrónica muy potente desde la que puede monitorizar en tiempo real el sistema de cámaras de las gafas y, de esa manera, ganan movilidad para su futura sesión nocturna.

Lurdes se pasa la tarde investigando en su ordenador el posible error que ha cometido con la programación del prototipo. Realiza pruebas modificando las variables: con la luz apagada, con una distribución diferente del entorno, con varias cámaras tapadas y reajustando la precisión que utiliza la inteligencia artificial, y no encuentra nada extraño. Ese parámetro lo considera esencial. Si estuviese muy bajo, el sistema se inventaría lo que ve según lo que conoce: una farola podría identificarla como una columna o un árbol. En cambio, si estuviera demasiado alto, el objeto tendría que ser exactamente igual que el fotograma capturado y analizado para que lo reconociese.

Mikel se entretiene escuchando pódcast en los que se habla de apariciones fantasmales y de la hora del diablo. Algunos presentadores se proclaman videntes o personas con sensibilidad especial. Cae por azar en uno que dedica un programa a fotografías hechas a fantasmas y esto atrae la atención de los dos.

—Oye, a mí me cuadra. Has entrenado este chisme con fotos de fantasmas y ahora los ve por cualquier lado.

—Sé que hay bancos de imágenes para entrenar, pero no he visto todas. Es imposible. Qué raro… Si fuera así, ¿por qué no los vemos más a menudo?

—Joder, acabaremos llamando al tipo este del misterio.

—Es muy tarde. Vamos a cenar para luego estar preparados.

—Lo digo en serio, ¿no deberíamos llamar a un experto… o a un cura?

—A ver. Entiendo que da mal rollo, pero no te pasó nada, ¿no?

—No. Solo que dicen que a veces va a más.

—Usaremos el paraguas.

—Vete a la mierda… ¿Mañana no tienes que currar?

—Sí, iré como pueda.

La chica calla unos segundos mientras observa al chico ciego.

—Quizás seas una de esas personas especiales capaces de hablar con los muertos.

—Qué graciosa.

—No es broma. A mí no me ha ocurrido nunca. Si no se debe a una interferencia o a un mal funcionamiento, cabe la posibilidad de que tú lo provoques.

—El ciego vidente. Alguien en algún lado se está descojonando de nosotros.

—Puede que sea un error del prototipo. Voy calentando la cena.

Comen con ganas y conversan sobre cómo afrontar las horas que les quedan por delante. También intercambian confesiones personales que los unen con más fuerza. Se ríen, se calman mutuamente y juegan un poco con la perra.

A las dos de la mañana se quedan dormidos en el salón, en pijama.

A las tres y veinticinco, Lurdes se desvela. Todo parece en calma. Se pone las gafas.

—Visión, describe el entorno.

—No hay nada delante de ti. —Ella está segura de que es cierto, a pesar de la escasa luz—. Hay una pared a tres metros delante de ti y una puerta a cuatro metros y medio hacia tu derecha. El pasillo se encuentra más a la izquierda, a cinco metros de distancia.

La chica se mueve por el salón sin notar nada. Lleva la tableta electrónica en las manos y observa los resaltes que hace la aplicación sobre los distintos puntos de la estancia.

—Mikel, despierta. —Se acerca al sillón donde él duerme—. Mikel. Mikel.

—¿Qué…? ¿Qué pasa?

—Es la hora. Son las tres y media.

—¿Y qué?

—Tienes que ponerte las gafas.

—¿Qué dices? —pregunta, indignado—. Habíamos quedado en que te las ponías tú.

—Joder, tío. No puedo mirar la tablet y, a la vez, observar a mi alrededor. Además, conmigo funcionan normal.

—Pues eso me lo tenías que haber dicho.

—Póntelas, no seas cansino.

Accede a regañadientes y, nada más ponérselas, la temperatura baja por lo menos diez grados.

—Qué frío. Ayer pasó lo mismo.

—Esto no me lo habías contado.

—¿No escuchaste los pódcast o qué? Es lo primero que dicen.

—Estoy helada. —Lurdes se arrepiente de haber traído un pijama de verano—. Se me han puesto los pezones para colgar perchas.

—Hostias, qué dentera.

—Delante de ti —Visión interviene—, a cuatro metros, hay un hombre con un cuchillo de carnicero.

Ambos se tensan.

—Me cagüen la puta. ¿Lo estás viendo?

—Hay una silueta que parpadea en la imagen, parece que se ve un cuchillo.

—El hombre se acerca. Está a tres metros… A dos metros…

—Lurdes, ¿qué hago?

—Muévete a tu derecha. ¡Rápido!

Él obedece con torpeza.

—A un metro…

—¡Quítamelo! —Mikel corre como si llevara un avispero en las manos.

—A dos metros…

—Ahora de frente. Hay un sillón delante de él, no lo puede atravesar. —En la pantalla parpadea también el asiento seleccionado, además del hombre del cuchillo.

—A un metro…

—¡Quítamelo! —grita Mikel mientras corre hacia delante.

—Un poco a tu izquierda. Al pasillo. Cuidado con la pared.

—Está muy cerca… —puntualiza el asistente.

—¡Por Dios! ¡Quítamelo! —Mikel sigue agitando las manos.

—Ahora a la izquierda —dice Lurdes, apurada.

Los dos entran en la habitación donde aguarda Lulú tumbada en su camastro y cierran de inmediato.

—Un brazo atraviesa la puerta con el cuchillo —narra la voz artificial—. Desaparece. Aparece. Desaparece.

—Otra vez lo mismo. Esto es increíble. —Lurdes no da crédito a lo que sucede. Acaba de confirmar que lo que pensaba que era un fallo casual es un error perfectamente reproducible.

—Menos mal que el arroz es astringente —afirma Mikel, asustado.

—Espera… Sigue mirando a la puerta.

—Lurdes se acerca hasta la puerta y apoya la cabeza en ella.

—¿Qué haces? ¿Estás loca?

—Calla. —Tras unos segundos, dice—: No se oye nada.

De repente, un golpe hace vibrar la madera.

—Hostia.

—Lurdes corre hacia ti.

Se agarran, a la espera de lo que pueda entrar.

—Es una pasada —dice Mikel con cara de asombro—. ¿Has sentido el frío igual que yo?

—Sí, lo he notado. Lástima que no haya puesto un sensor de temperatura.

—Sería mejor que un detector de psicópatas infernales.

—Vamos a ver qué hay fuera.

—Joder. Tú estás loca.

—No creo que pueda hacernos nada.

—Hostias, no… ¿Y la temperatura y el golpe en la puerta? Ayer no la golpeó. Creo que hoy está más intenso.

—En la sala no nos perseguía porque la distribución era distinta. Está limitado por esa configuración. Además, dijiste que después no lo volviste a oír.

—Puuf. ¿Has traído algo?

—Como qué.

—Un crucifijo, una ristra de ajos, agua bendita…, ¡algo! ¿O tengo que usar el paraguas?

—¿Ahora eres creyente?

—No sé, toda ayuda es bienvenida.

—Venga. Te sigo.

—La puerta está a cuatro metros… A tres metros… A dos metros…

—¿Estás segura? —Mikel se para antes de abrirla—. ¿No prefieres echar un polvo?

—Qué pesado eres.

—Delante tienes el pasillo. Puedes girar a ambos lados. A tu derecha se encuentran los accesos a la sala de estar y al baño. Y, a la izquierda, otra habitación.

El chico se gira hacia el salón.

—¿Hay alguien?

—No. Todo despejado.

—Avísame de cualquier cambio.

—De acuerdo, Mikel. El acceso está a tres metros… A dos metros… A un metro… Has entrado en la sala.

—¿Ves algo raro?

—Todo está bien —contesta Visión.

—No, no está bien —replica Lurdes—. ¿Notas la bajada de la temperatura?

—Otra vez, nos va a matar de pulmonía.

—Céntrate.

—A ver, Visión, descríbeme el salón.

—Hay un tresillo en el medio, dos sillones…

—Vale. ¿Qué hay en el tresillo?

—Un hombre desnudo sobre una mujer, también sin ropa.

—Descríbelos.

—El hombre es de complexión atlética, pelo muy corto y oscuro, está depilado, piel morena, atractivo.

—¿Qué clase de asistente me has puesto?

—Calla.

—Sigue, Visión.

—La chica es rubia, de pelo rizado, piel blanca, atractiva.

—¿Tienen algo especial?

—Están ensangrentados. El hombre parece que ha muerto, presenta varias puñaladas en la espalda. Cuento doce.

—¿Se ha tragado un csi?

—¡Te quieres callar! —habla en voz baja, pero enfatiza cada fonema.

—Sigue, Visión.

—Lleva un tatuaje tribal en el brazo. Se asemeja a un cuchillo o a una punta de lanza.

—¿Y la chica?

—Lleva un pirsin en la nariz y una rosa tatuada en su antebrazo izquierdo. No hay ninguna marca de puñal a la vista, aunque la cubre mucha sangre. No está muerta.

—¿Por qué lo sabes?

—Ha abierto los ojos.

Un chillido terrorífico les hiela la sangre.

—Joder. Sin…

—No —le corta Lurdes—. Dile que te describa lo que pasa.

—Visión, ¿qué ocurre?

—La mujer llora y grita al ver al hombre muerto sobre el sofá.

—Creo que está confundiendo los lugares.

—¿En serio? —Mikel se lo piensa unos instantes—. Visión, inspecciona la sala.

—¿Qué haces?

—Déjame. Visión, adelante.

Los dos jóvenes se mueven por la estancia libre de obstáculos.

—Pasas por encima de los dos cuerpos. Estás frente a la puerta principal.

—¿Hay algún mueble?

—Sí, un recibidor a la derecha de la puerta. Estás a tres metros… A dos metros… A un metro. Hay llaves y cartas.

—¿Ves la dirección?

—La mujer ensangrentada está al lado tuyo.

—¿Qué?

Mikel se gira para mirar hacia atrás y nota que algo le quema la piel en el antebrazo derecho.

—¿quién eres? —La voz sale del altavoz de las gafas. Suena como si el príncipe de las tinieblas hubiera hablado por él.

—¡Ay, me quema! ¡Quítamelo!

—Apágalo —propone Lurdes.

—¡Corre! —Mikel sale disparado hacia el pasillo.

—La pared está a dos metros. Ve hacia la izquierda. Sigue recto un poco a la derecha. Ahora a la izquierda.

Lurdes lo sigue y Visión los dirige de nuevo al dormitorio. Dentro, en cuanto cierran la puerta, vuelven a sonar dos golpes fuertes contra la madera.

Se juntan en el camastro de la perra y esta se une al desconcierto.

—¿Qué ha ocurrido?

—Me ha tocado el brazo y quemaba como el hielo.

La chica le mira el antebrazo y lo ve enrojecido.

—Tenemos que ir a por algo para curarte.

—¿Y salir ahí? Puedo vivir sin un brazo, no me costará mucho.

—Vale, iré yo. Tú quédate con Lulú.

—No seas insensata. Esto es un rasguño. No quiero perderte —remata con voz afligida.

—Qué bobo eres.

—Vale, pero llévate el paraguas.

Ella se resigna a aguantar al teatrero de su amigo.

—Lurdes se aleja en dirección a la puerta.

—¿Lleva el paraguas?

—No.

—Insensata. ¡Ponte una rebequita!

La joven desaparece por la puerta. Y la cierra en cuanto sale.

—Tranquila, Lulú, mamá estará bien. Es más fuerte que nosotros.

La perra lo mira y le da dos lametones.

De pronto, se abre la puerta lentamente hasta pegar con la pared.

—¿Qué pasa, Visión?

—La mujer ensangrentada se encuentra en el umbral de la habitación.

Nada más oír a Visión, se apresura a buscar el paraguas por el suelo.

—¡tú lo has matado!

—Hostias. —Da un respingo por el susto del altavoz—. ¡Yo no he matado a nadie! ¡Había un hombre enorme con un cuchillo de carnicero!

—¡Lo has visto! —Esta vez, suena una voz dulce de mujer.

—Bueno, yo soy ciego, pero está grabado.

—¡te ríes de mí!

—La mujer está enfrente de ti.

Mikel chilla mientras coge el paraguas y lo abre. Se lo pone como escudo.

Durante unos segundos no sucede nada.

Alguien le quita el paraguas de las manos y Mikel pega otro grito.

—¿Qué pasa? —pregunta Lurdes.

Mikel se abraza a ella.

—Eres tú. Eres tú.

—Sí, y me estás ahogando.

—Ha funcionado. —Ríe, nervioso—. Ha funcionado.

—¿El qué?

—El paraguas.

—Apaga a Visión y déjame que te cure esa herida.

Mikel se deja querer por Lurdes, que le ofrece cuidados básicos, y consigue que se acueste con él, alegando que preferiría no estar solo esta noche. Por si acaso. Ella accede, ya que tampoco quiere quedarse sola. En la cama hablan de la insólita situación y elaboran hipótesis de las distintas posibilidades. La mujer de la pesadilla culpa a Mikel de haber matado al hombre, por lo que la teoría más fiable es que el extraño que empuñaba el cuchillo fuera el asesino.

Los momentos serios y las risas al recordar el pánico vivido los ayuda a tranquilizarse y conciliar el sueño.

Por la mañana, Mikel se despierta solo en la cama. Cuando llega al salón, se da cuenta de que Lurdes todavía anda por ahí.

—Te he preparado café.

—¿No tenías que ir a currar?

—Me he tomado el día libre. Por gripe.

—Qué mentirosilla y qué madrugadora.

—Digamos que me has echado de un pollazo.

—¿Qué?

—Que empezábamos a ser demasiados en esa cama.

—Ah, perdona, cosas de la física. Me pongo muy cariñoso por las mañanas —dice Mikel, sonriente, con los pelos alborotados y media funda de almohada grabada en la mejilla.

Se asea en el baño y vuelve al salón algo más presentable.

—¿Tú no tienes que ir a clase?

—Creo que me has pegado la gripe.

La joven sonríe, agradada por el comentario. Aunque está claro que Mikel no se puede enterar.

—Deja de mirarme con cara de boba —dice después de unos segundos en silencio.

—¿Qué dices, creidillo? —Se sorprende de que la haya descubierto.

—Uy, que te has enamorado.

—Sí —se ríe con lágrimas en los ojos—, los tíos que saben manejar el paraguas me ponen mucho.

—Ni se te ocurra dejar el cepillo de dientes —dice, riendo a la vez que ella.

—No, no, tranquilo.

Mientras Mikel saca a pasear a la perra, Lurdes prepara unas tostadas. Desayunan escuchando la radio.

—Antes de que te levantaras, he averiguado quién es la chica que nos visitó anoche.

—¿Qué cojones? ¿Llevamos tres horas mareando la perdiz y no me dices nada?

—No quería romper el momento. —Sonríe ante la estupefacción de él.

—Puedo sentir esa sonrisa de superioridad que muestra tu boca.

—Ah, ¿sí? Sientes mi boca.

—¡Quieres decirme quién es, que me estás poniendo de los nervios!

Lurdes tarda unos minutos en recuperarse de la risa.

—He vuelto a revisar lo que pasó y me he centrado en el mueble de la entrada. Tu idea fue muy buena. Así logramos ver el remite de alguna de las cartas.

—Soy una fuente inagotable de buenas ideas.

—Sí, pero siempre te quedas a medias. Le he pedido a Visión que analizara las imágenes y me ha dado varias opciones. He comprobado todas y resulta que en la cárcel de mujeres de Alcalá Meco hay una presa que se llama Rosalía García Castro, acusada de haber matado a su novio hace quince años.

—Puede ser una coincidencia y que no se trate de nuestra fantasma. Espera…, no está muerta.

—No. Creo que en breve la pasarán al tercer grado. La familia del novio todavía lucha para que no salga.

—Sigo pensando que no tiene por qué ser la de nuestro caso. Ni tú ni yo la hemos visto. Solo son manchas en una grabación.

—Pero Visión sí la ha visto y me lo ha confirmado. En una foto que he conseguido de internet sale con claridad el tatuaje en el antebrazo. Hay un artículo que te va a dejar con el culo torcido.

—Ya me espero cualquier cosa.

—Te leo: «r. g. c., de veintidós años y natural de Madrid, se declaró inocente. Alegó que en el apartamento había un chico con gafas que le confesó haber visto a un hombre con un cuchillo de carnicero. La credibilidad de la joven se debilitó cuando afirmó que el chico había desaparecido detrás de un paraguas justo en sus narices».

—No me jodas.

—Lo del paraguas me lo he inventado. —Lurdes se ríe con ganas.

—Qué tía.

—Declaró que el chico salió corriendo, pero estoy segura de que pasó lo que vivimos ayer.

—Es una puta locura. —Mikel lleva con la cara de asombro un buen rato—. Entonces, me conoce… ¿Vamos a ir a visitarla?

—No sabemos quién es el culpable. Yo creo que sería precipitarse.

—¿Te imaginas estar quince años encerrada por algo que no has hecho?

—Ya, es muy fuerte.

—Si me ve, me puede meter en un lío.

—No creo que se acuerde y tú tenías siete años en aquella época.

—Deberíamos decirle que nosotros la creemos.

—Yo me encargo. Hay uno en el curro con muchos contactos.

Intentan pasar un día normal sin lograrlo. La nube de las apariciones de Rosalía se coloca sobre sus cabezas sin posibilidad de disiparse. Es entonces cuando Lulú los obliga a hacerla caso, a jugar con ella y a salir de la casa donde converge el espacio-tiempo de una manera inusual.

Al volver, ocurre lo que tenía que ocurrir. Esta vez sin invitar al tercero en la ecuación: Visión.

La pareja de pioneros tecnológicos trata de reproducir la anomalía una noche más para descubrir al verdadero asesino, pero después de que Mikel termine con una raja en la tripa, superficial gracias al paraguas, deciden regresar al mundo real y seguir su investigación por derroteros más normales. Cuatro días después, consiguen una cita con Rosalía en la cárcel de mujeres. Su abogado debe estar presente. Petición expresa del letrado.

—Está Rosalía sola —dice Lurdes.

Se encuentran en la penitenciaría.

—Visión, confirma ese dato. —Mikel se lleva la mano a las gafas.

—A cincuenta centímetros, tienes una puerta metálica con un ventanuco de cristal grueso, por el que se ve a una mujer sentada detrás de una mesa. Junto a ella hay una silla vacía y otras dos enfrente.

—Eres un poco capullo.

—No se lo tengas en cuenta, Visión.

—Te lo digo a ti.

—Ponte detrás de mí, muñeca. —Mikel le enseña el paraguas para acompañar su propuesta.

—Qué valiente eres ahora que no es de noche ni estamos en la hora del diablo. Y guarda ese chisme, que hace treinta grados a la sombra. Nos van a echar. Todavía no sé cómo te han dejado entrar con eso.

—Es una buena herramienta para un pobre ciego.

Un funcionario de la prisión les abre la puerta y pasan al interior.

—No…, no puede ser. —Rosalía mira incrédula al joven con gafas.

—Hola, Rosalía. Me llamo Lurdes y este es Mikel.

—Siento mucho todo lo que ha sucedido.

—Pero es imposible. Bueno, no estoy loca. —Se muestra impresionada tras esta afirmación—. Tú mataste a Javier.

—Se equivoca. Es verdad que estuve presente, pero, como usted dice, es imposible.

—¿No iba a asistir su abogado? —pregunta Lurdes.

—Ahora viene. —Desvía la mirada hacia el ventanuco de la puerta—. Ahí está.

El letrado entra y con rapidez se dirige a su asiento, al lado de su clienta. Nada más sentarse, se queda sin habla al ver a Mikel frente a él.

La temperatura desciende diez grados.

—Soy Rodrigo Momento.

—¿No habéis notado la bajada de temperatura? —pregunta Lurdes.

Confirman con la cabeza.

—Creo que hay alguien más con nosotros —asegura Mikel—. Permitidme que os presente a Visión. Por favor, Visión, descríbeme lo que ves.

—Delante de ti, a dos metros, hay un hombre corpulento al lado de una mujer rubia.

—Son Rodrigo y Rosalía.

—Encantado.

—Sigue.

—Junto a la mesa, hay un joven desnudo, con el cuerpo ensangrentado, que apunta con el dedo a la cabeza de Rodrigo.

Mikel se levanta con el paraguas preparado.

Clienta y abogado recuerdan ese objeto. Recuerdan haberlo visto la noche en la que murió Javier. Rosalía acaba de descubrir que Rodrigo, el hombre que le ha confesado un amor incondicional, es en realidad el asesino del único amor verdadero que ha tenido en su vida.

Margareta y la dama oscura

Esta aventura sería una historia normal de crecimiento y de aprendizaje si no fuera por las bestias que atosigan a Margareta, si no fuera por las consecuencias tan terribles de sus actos, si el mundo la tratara como a los demás y no como a la diana de sus perversiones. Margareta debería estar muerta si fuera normal. La dama oscura ronda a su alrededor silenciosa, implacable, obrando como solo ella sabe para lograr volver a la normalidad.

Después de casi un año sin haber podido publicar ninún relato largo, os presento mi siguiente novela titulada: Margareta y la dama oscura. Se trata de una novela de aprendizaje y crecimiento personal un tanto atípica ya que los hechos sorprendentes que envuelven la trayectoria de Margareta nos llevan a situaciones impresionantes de las que la protagonista deberá salir mediante su ingenio y sus cualidades especiales.

La historia pertenece al mundo creado en Elisea siente. Es un personaje que sale de refilón en esa aventura a la espera de tener su porpio espacio. Y ahora es el momento de dar a conocer de dónde viene.

Esta es la primera parte de su biografía ficticia donde encontraremos las claves que froman el carácter y la forma de actuar de Margareta.

Esta aventura sería una historia normal de crecimiento y de aprendizaje si no fuera por las bestias que atosigan a Margareta, si no fuera por las consecuencias tan terribles de sus actos, si el mundo la tratara como a los demás y no como a la diana de sus perversiones. Margareta debería estar muerta si fuera normal. La dama oscura ronda a su alrededor silenciosa, implacable, obrando como solo ella sabe para lograr volver a la normalidad.

Sinopsis de Margareta y la dama oscura.

Margareta sufre una maldición que proviene de sus ancestros y se propaga por su linaje. Es la causa de su extraño compartamiento y de su mayor sufrimiento.

«Busca a las bestias para comprobar si están detrás de esa orden destructiva, pero no hay nadie a los mandos. Solo está ella. Ella es la bestia».

Extracto de Margareta y la dama oscura, 2024

Espero que disfrutéis de este compendio de aventuras, acción y momentos intensos tanto como yo disfruté escribiéndola.

Audio relato: La niña que podía matarte con la mirada.

Os presento el relato de terror La niña que podía matarte con la mirada ahora locutado por Juan Carlos Albarracín en su proyecto personal Locuciones Hablando Claro.

Se trata de un audio de 17 minutos en el que podréis disfrutar de la historia de una manera diferente.

Audio relato: La niña que podía matarte con la mirada. Autor: Jorge García Garrido. Locutor: Juan Carlos Albarracín. ©Jorge García Garrido

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RC: La niña que podía matarte con la mirada

—La niña que puede matarte con la mirada es capaz de devolver a través de sus ojos toda la violencia que ha visto y sufrido.

Maite escuchaba la frase de boca de Dadi, una esbelta mujer de Nigeria que vivía en el barrio. Estaban en la cola del supermercado. Iba acompañada de una amiga, no tan agraciada, y mantenían una conversación sobre leyendas de sus respectivos lugares de origen.

Llevaban poca compra y le habían pedido a Maite que les dejara pasar. A pesar del inmenso dolor que le produjo Dadi al agarrarla del brazo para llamar su atención, cedió sin problemas con una amplia sonrisa. Le caían muy bien. Sentía un gran respeto por los emigrantes y, sobre todo, por las mujeres. Para ella era inimaginable abandonar su hogar e introducirse en ese peligroso éxodo con la incertidumbre colgada del cuello; con una vida mucho más complicada.

El contraste de las pieles se acentuaba al estar al lado de la indígena local. Esta, blanca como la leche, se tapaba a pesar del caluroso verano que azotaba la zona, encontrando en el cobijo de su apartamento, junto a su marido, el lugar correcto para consumir su vida. La cantidad de ropa que portaban también las diferenciaba, pero, en este caso, Maite conseguía destacar sobre los demás.

—A mí la llorona me parece aterradora —dijo la acompañante de Dadi con el mismo acento exótico que su amiga.

—Pero es que esta pequeña presagia un final sangriento. En ocasiones suceden hechos horrorosos en los pueblos de los alrededores.

—¿En tu tierra?

—Sí.

Dadi miró a la menuda mujer blanca que las escuchaba.

—Es un alivio no preocuparnos por esos cuentos por aquí.

—Pienso que también viajan con nosotras. Esas historias no mueren nunca. Una vez me encontré a una anciana que sobrevivió a la niña.

La cajera les llamó la atención para que pasaran. El ritmo de la vida seguía e intentaba hacer que se movieran todos con él. Llegó el turno de Maite, todavía intrigada por la conversación de las dos extranjeras. Era una creyente convencida. En su cabeza entraban todo tipo de fenómenos sobrenaturales y, al contrario de muchos feligreses ególatras que defendían su única verdad, creía en la vinculación de todos ellos a lo largo del globo terrestre. Temía la presencia del diablo en cualquier lugar del mundo.

Puso los consumibles encima de la cinta transportadora mientras reflexionaba con la mirada perdida en el exterior del establecimiento. De repente se fijó en la espalda desnuda de una pequeña adolescente de tez morena. No le veía el rostro, ya que miraba hacia la calle, pero sus movimientos espasmódicos podían llamar la atención de cualquiera. Nadie se percataba de ella, solo la mujer pálida. El lector de códigos creaba un sonido con ritmo hipnótico mientras la niña parecía girarse. La piel curtida por el sol iba poco a poco dejando ver una boca con labios carnosos, pómulos suaves y una dentadura afilada y aterradora.

—Así son cincuenta y ocho con cincuenta ¿Tiene tarjeta de puntos? —La cajera sacó del trance a su clienta dándole un pequeño susto. La distrajo y, al volver a examinar el exterior, no vio a nadie.

Maite se disculpó por su despiste y continuó con su rutina, pero sus pensamientos estaban enmarañados. Se mezclaban sin remedio y volvían a reincidir en ese rostro hambriento que había creído ver en la niña de la puerta.

Hizo el camino a casa agobiada por la sensación de que alguien la observaba, la acechaba. Se hacía tarde y tenía muchas tareas antes de que llegara Elías, su marido.

En el apartamento todo parecía estar como siempre. La luz de la calle no iluminaba lo suficiente debido a la orientación de su fachada y tuvo que encender las luces.

Se acercaba la noche.

Durante un rato se desplazó de una estancia a otra, apagando y encendiendo las lámparas. En una de estas ocasiones algo se movió entre las sombras, metiéndose en una de las habitaciones oscuras. Lo vio con el rabillo del ojo, pero no fue capaz de distinguirlo. Aterrada por el suceso del super, se acercó despacio hasta el habitáculo en penumbra y pulsó el interruptor. Los fotones inundaron el lugar, dejando ver su contenido. Nada fuera de lo corriente. La mujer se tranquilizó un momento desde el umbral. La calma duró muy poco, ya que miró a su derecha y, al alzar la vista, una niña semidesnuda la acechaba con un rostro demoníaco. Recordó la frase de Dadi y, al ver esos horrendos ojos, comprendió de repente a qué se refería. Si algo era mortal estaba atrapado en esas cuencas.

Sobresaltada, cerró la puerta y salió corriendo al pasillo. Se topó de bruces con su marido.

—¿Se puede saber qué haces? —preguntó algo enojado al verla tan alterada—. Aparta, que voy a cambiarme. —Maite no decía nada. No se atrevía a contarle su nuevo trastorno. Lo último que quería era que pensara que se estaba volviendo loca.

Elías se metió en la habitación ocupada por la niña. La mujer hizo un intento de avisarle, pero se quedó paralizada. Al parecer, su marido no se percató de nada. Con cuidado, la paliducha ama de casa entró de nuevo en la estancia examinando todos los rincones. La amenaza había desaparecido. El hombre la observaba extrañado, pero sin darle mucha importancia.

—Estará hecha la cena, ¿no? —Esperaba que su mujer hubiera aprovechado el tiempo en casa como él lo hacía en su trabajo.

Tras terminar de cenar, Maite recogió la mesa y se puso a fregar en la cocina. Tenían lavavajillas, pero no lo utilizaban por el ruido y la falsa sensación de consumir demasiado. En realidad, era ella la que prefería ser más silenciosa para no molestar a su marido. Este se había terminado una botella de tinto y, cuando la mujer fue a tirarla, se le escapó de las manos, armando mucho ruido en la cocina. Paralizada, esperaba una queja o gesto de desaprobación por parte de su cónyuge. El silencio devolvió la normalidad a sus pulsaciones.

Cuando iba a continuar con sus quehaceres, algo se desplazó en el costado de la nevera. Desde la rendija lateral del electrodoméstico aparecieron unos dedos ensangrentados que hicieron fuerza hasta sacar el espectral cuerpo de la niña. Su cara estaba aplanada, pero seguía dando mucho miedo. Poco a poco ganó un volumen normal mientras se le acercaba. Maite cogió una escoba para hacerle frente. Le temblaba todo el cuerpo.

Recibió un fuerte golpe que le arrebató la escoba de las manos y la empujó contra la pared. Fue golpeada varias veces en la cara, acompañada de la sonrisa maléfica de la niña. Un último empujón acabó en un traumatismo craneal cuando la estrelló contra el granito de la encimera. Se apagaron las luces en su cabeza.

***

Por la mañana se despertó en la misma posición en la que se había quedado la noche anterior. Le dolía todo el cuerpo. Sabía que su marido se levantaba muy temprano, no desayunaba y seguro que no habría pasado por la cocina. Las imágenes de la espectral presencia que la atacó seguían muy vivas en su cabeza. Varios recuerdos la hicieron levantarse de golpe, resintiéndose de sus contusiones en el acto. Con gran esfuerzo, llegó hasta el aseo y sacó varios antiinflamatorios que tragó de sopetón. En el espejo le pareció ver de nuevo a su atacante y se pegó un susto de muerte. Un intenso dolor se propagó de nuevo por su cuerpo desde el cuello hasta la rabadilla.

Entonces le vino a la mente la conversación en el supermercado y la última frase de Dadi en la que indicaba que conocía a alguien que había sobrevivido a la niña. Se vistió con prisas y salió en busca de la nigeriana. En el barrio había varios locutorios donde era probable que la encontrara. Además, pensaba que trabajaba en uno de ellos.

Los vecinos del barrio la vieron correr de un negocio a otro muy alterada. Se extrañaban de que una persona tan discreta como ella mostrara tal desasosiego en público.

Finalmente encontró a la bella africana.

—¡Dadi, Dadi! —la llamó nerviosa.

—Hola, guapa. ¿Qué te ocurre? —Maite era una de las personas que la habían ayudado alguna vez y la apreciaba muchísimo.

—¿Podemos hablar en privado? —La pregunta parecía una súplica.

—Sí, por supuesto, vamos al despacho.

Las dos mujeres se metieron en una pequeña oficina en la trastienda del local.

—¿Qué te pasa, cariño? Te veo muy alterada.

—Ayer os oí hablar de un demonio. De una niña. —Dadi la miraba intrigada—. Resulta que la he visto. Me atacó ayer por la noche.

—¿Estás segura? Son habladurías de viejas supersticiosas.

—Pero tú dijiste que conocías a alguien que sobrevivió. Me lanzó contra el granito.

—¿Y tu marido?

—Él no sabe nada, no quiero que piense que estoy loca.

—Ay, no, mi amor —dijo cogiéndole de la mano—, tú no estás loca, eres un ángel. —La africana sentía deseos de abrazarla—. ¿Me dejas ver qué te ha hecho?

Maite se apartó a la defensiva, no quería remangarse delante de ella. Se levantó e hizo el amago de marcharse, molesta e incómoda, pensando que era inútil hablar con Dadi.

—Espera. Conocí a una mujer que luchó por su vida contra la dura mirada de esa pequeña. —Con eso consiguió captar la atención de su interlocutora—. Ese ser maldito viene buscando sangre y hay que darle lo que pide. Siempre hay varias formas de que se conforme, unas benefician a unos y otras a otros.

Maite se marchó sin saber lo que tenía que hacer. Recordó la primera vez que vio a la nigeriana. Los primeros meses en el pueblo fueron muy duros para ella. Tenía que comprar alimentos para su bebé y se arriesgó a cogerlos en el super, confiando en que se los fiarían. Pero no fue así y pasó un momento muy apurado hasta que Maite le pagó la cuenta. Fuera del supermercado le dijo que viniera a la misma hora todos los días y ella le ayudaría con lo que necesitara de comida. También había ayudado a, por lo menos, otras dos compañeras de trabajo.

Dadi siempre la consideró una persona especial que echaba una mano a los demás sin ningún interés. La vida de la emigrante mejoró, pero no pudo devolverle el inmenso favor que le había hecho. La bondadosa mujer se mostraba hermética ante cualquier vecino y nadie sabía nada de su vida privada. Sin embargo, a Dadi no se le escapaba ningún detalle. Sus ojos habían presenciado demasiada humillación, violencia e injusticia. Algo o alguien estaba maltratando a su altruista amiga.

***

Maite llegó a casa alterada después de sentir que todo el barrio la observaba. Odiaba ser el centro de atención y, a pesar de que a nadie le interesaba su estado actual, su cerebro le indicaba lo contrario. Todos se giraban para mirarla con rostros siniestros y diabólicos.

Cerró la puerta de la entrada y en la cocina se puso a rezar el Padre nuestro de manera compulsiva. Temía que se hubiera vuelto loca de verdad ¿Qué diría su marido al respecto? No quería decírselo por vergüenza y, sobre todo, por miedo. ¿Y si pensara que no merecía la pena? La abandonaría a su fatal suerte. Se apoyó en la encimera sintiendo la fría piedra mientras un aluvión de dudas asfixiaba su cerebro.

—Hola, cariño. —Su marido estaba en la puerta de la cocina con un ramo de rosas. Le dio un susto de muerte—. Me siento fatal por lo de anoche —dijo acercándose. Esta se quedó confundida—. Quiero que me perdones. Fue el puto alcohol, que me trastorna.

Elías se acercó más ofreciéndole las flores. Las dudas desaparecieron: fue su marido quien le dio la paliza por la noche. Todo encajaba. No tenía que haber hecho ruido con la botella. Esto le sacó de sus casillas y la atacó hasta dejarla inconsciente. La situación era brutal pero conocida. Se sintió tan machada como frustrada. Incluso algo tan imposible como la niña siniestra se había podido colar en su mente para justificar lo injustificable.

Cuando decidió coger las flores vio en el umbral de nuevo a la horrorosa niña. Sonreía complacida. Maite retrocedió asustada. Se dio cuenta de que no era solo una jugarreta de su cerebro.

—Son para ti. No quiero hacerte daño.

La mujer se alejó según se acercaba la niña por la espalda de su marido. Este se enfadó de manera desmedida.

—¡Estoy intentado arreglar las cosas! ¡Así me lo agradeces! —Maite no le oía ante el presagio de un terrible final. Miraba hacia la puerta y veía todavía más excitado al espectro. Entonces, el maltratador se lanzó sobre ella tras estrellar el ramo de flores contra la pared. La agarró del cuello con las dos manos—. ¡Mírame a la cara cuando te hablo! —Le apretaba el cuello cada vez más fuerte. Maite se volvía a estremecer de terror al ver como las manos de la niña aparecían por los hombros de su agresor. Trepaba por su espalda—. ¡Crees que eres mejor que yo, que no te merezco? —Se había convertido en un monstruo de dos cabezas: una humana y cruel y otra fantasmagórica. Esa expresión de pavor descontrolado vertió más gasolina sobre la ira que inflamaba al hombre.

Maite abrió la boca para coger aire y el pequeño espíritu se lanzó de cabeza intentando entrar por el orificio. Como el estrangulador apretaba demasiado, el espectro se quedó atascado en la garganta. Esta empezó a hincharse. La mujer tenía la mandíbula desencajada y un fantasma pataleando en su boca con la clara intención de poseerla. Cualquiera de las opciones que se le presentaban a Maite eran trágicas: morir o ser poseída.

La agredida, medio poseída, lanzó una patada al estómago del marido. Este se sorprendió, ya que era la primera vez que ella se defendía. Aflojó un poco y el ente se introdujo del todo. El rostro de Maite se transformó en algo demoníaco que asustó a Elías e hizo que se apartara de ella.

—¡Me ibas a matar, cariño! —gritó la posesa con la mismísima voz del diablo. La puerta de la cocina se cerró de repente, dando otro susto al monstruo de carne y hueso—. Me traes rosas sin espinas. Qué detalle más bonito. —La desfigurada mujer se acercó más a su torturador—. Me gustan más las moradas que hacen juego con mis golpes —dijo entre espasmos mientras se arrancaba el vestido. Su cuerpo estaba lleno de moretones y cicatrices.

—¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que quieres? —Elías balbuceaba nervioso ante la inquietante cara de su esposa.

—Quiero llegar a tu corazón.

Mostrando una sonrisa grotesca, atravesó el pecho de su marido con la mano y sacó el corazón por la espalda. Luego el cuerpo cayó muerto sobre su hombro. La boca sin vida de Elías quedó a la altura de la suya y le dio un larguísimo beso ensangrentado. La asesina lo tiró a un lado y luego se empezó a retorcer de dolor.

El espectro salió de su cuerpo, provocando la caída del recipiente.

Sobre las frías baldosas, Maite observaba el rostro sin vida de su marido mientras un dolor intenso le atacaba la garganta. Respiraba con dolor, pero estaba viva.

***

Dadi, fuera del pequeño supermercado, con una compra muy parecida a la que le había regalado Maite hacía unos años, contemplaba seria las ambulancias que asistieron al matrimonio. Una niña que solo ella podía ver le tiró de la falda, llamando su atención. La nigeriana la miró y esta sonrió con la mismísima sonrisa del diablo.

El mal pensante

No suelo perder el control, pero cuando mi selección perdía por 4 a 0 en directo, en mi televisión, junté a todos los jugadores en el centro del campo y repitieron mis palabras: «no soy digno de mi nación» y tras arrancarse los ojos, todo el mundo supo de mi existencia. Ahora todo es en diferido.

Anomalía

Solo quería abrazarla, besarla, estremecerla de placer, como tantas veces había imaginado. Podría entonces cantarle una canción al oído inspirada por su existencia.

Si eso es lo que deseaba, ¿por qué atravesé su costado con ese cuchillo? ¿De dónde salió esa punta afilada? Esta vez me propuse evitar el fatídico final, pero parece ser imposible. Se asustó como todas, sin saber que no debía temerme para sobrevivir.

¿Y por qué no se muere? Se me acerca firme mirándome con sus enormes ojos.

«Has usado la llave al infierno.

Demasiadas vidas, demasiado tiempo.

No eres nada, solamente un necio.

Tu terror y tu miedo es el precio», me canta al oído; mostrándome de seguido sus colmillos.

A cerca de mí

Bienvenidos a mi página. En este espacio encontraréis mis trabajos literarios. Novelas, relatos cotos, poemas e incluso canciones tienen cabida en estas páginas. Espero que os resulten por lo menos divertidos. La idea es que disfrutéis leyéndolos de la misma manera que yo he gozado escribiéndolos.

Nací en 1973 en San Sebastián, Guipúzcoa. Siempre estuve rodeado de libros heredados de mi padre. La cultura musical, cinematográfica y televisiva de los años ochenta y noventa fueron marcando mis gustos, martilleados por la prosa de autores literarios de todos los géneros. Lo que plasmo en todos los proyectos está salpicado por todas esas referencias.

La necesidad de contar aventuras divertidas me introdujo en el mundo de la animación 3D. Por causas laborales me especialicé en la dirección técnica dejando la parte artística en un segundo plano. Numerosos relatos se me amontonaban en la nube hasta que decidí descargar los nubarrones.

Actualmente compagino el trabajo como profesor de animación 3D y videojuegos, en una escuela de formación profesional, con la escritura.

Me gusta el cine, las series, el teatro, la música, la lectura y la escritura, en general cualquier tipo de arte que me cuente una historia.

Mi única pretensión es haceros pasar un buen rato.

Todos mis libros los podéis encontrar en Amazon. Desde 2017 hasta el 2020 participé en un grupo de escritores independientes de fantasía denominado Circulo de fantasía con los que colaboré en distintas actividades y en varias antologías.

Un abrazo.