Visión artificial

Un prototipo de visión artificial que sorprende por sus resultados y pone la vida de la desarrolladora y del primer usuario patas arriba.

—A ver, prueba a activarlo ahora —dice Lurdes después de ajustar unas gafas en la cabeza de Carlos. Se encuentran en la sala de estar del apartamento del chico. Este aprieta un botón.

—¡No veo nada! —grita de repente— ¡Estoy ciego!

—Qué idiota eres. —Sonríe divertida—. La idea es que estas gafas vean por ti.

—Habla más bajo… —adelanta su rostro para hablar en un tono bajo con Lurdes a pesar de que esta se haya colocado detrás de él—… está Lulú de cuerpo presente.

Una perra lazarillo, tumbada a pocos metros de ellos, levanta su cabeza al oír su nombre atenta a las necesidades de su compañero de piso. Al comprobar que no le dice nada vuelve a apoyarla en el suelo.

—Todavía no me creo que le hayas puesto mi nombre a la perra.

—¿Qué perra? —Hace un gesto de no enterarse de nada— Oye, tú casi me muerdes.

—Te interpusiste entre mi hamburguesa y mi boca.

—Reconoce que te atraigo.

—Uy sí, me encanta cómo me miras.

—Ay, —Se agarra el pecho—, perra mala.

Lurdes se mueve y acaricia a Lulú.

—Qué paciencia tienes bonita. —Coge su móvil y desliza el dedo sobre varias aplicaciones que tiene abiertas—. Qué pasa, debería funcionar.

—A estas redes neuronales parece que les falta la chispa… o un tornillo.

—Perdona, pero no eres el más indicado para hablar. —Se ríe ante la mueca de enfado de Carlos—. Llevas un sistema encima que ha sido entrenado con millones de imágenes, con trillones de sonidos y una cantidad obscena de vídeos de todas las clases. Nada porno.

—Menos mal, aunque sería toda una experiencia. Por otro lado, si consiste en buscar semejanzas de lo que capta la cámara con las imágenes estudiadas… ya sabes que las comparaciones son odiosas.

—Te ayudaría cuando olvides subirte la bragueta.

—Muy graciosa… ¿Has pulsado el botón de power, lista?

—Espera, a qué le estás dando.

La joven se abalanza sobre el brazo del chico para ver lo que tiene en la mano. Carlos aprieta una especie de mando parecido a un cigarrillo electrónico.

—Estás dando al botón de subir el volumen.

—Oye, me pones unas gafas super inteligentes y no le añades los mandos en las patillas.

—Es un prototipo y tú eres el afortunado en probarlo.

Le quita el mando y aprieta el botón de encendido.

—Hola Carlos —Una voz masculina sale de un pequeño altavoz colocado en la patilla derecha—, me complacerá ayudarte en todo lo que pueda.

—Vaya, es como un asistente del teléfono.

—Soy algo más: puedo analizar el entorno en el que te mueves.

Los dos chicos se ríen ante la iniciativa del asistente.

—Está entrenado con tu forma de hablar y conversará contigo siempre que lo vea adecuado. Lo puedes desconectar con el mando o con el comando de voz «Sin Visión».

—Lo has llamado Visión… que friki.

—Es que es para eso. Blanco y en botella…

—¿Y por qué no me dice que tengo delante?

—El camino está despejado —contesta la voz de las gafas—. Si quieres más precisión: delante de ti tienes un tresillo a dos metros, a tu derecha a tres metros de distancia hay una cama de perro con uno tumbado justo al lado de la pared y a tu izquierda hay una lámpara de pie encendida.

—Te falta poner una cámara detrás.

—Justo detrás de ti hay una chica morena de pelo largo algo alborotado. Te recomiendo moverte hacia adelante para evitar el choque.

—Vaya control.

—Si algo viene deprisa por detrás te avisará para que te apartes. Y te indicará hacia dónde.

—Oye y ¿es guapa la chica que has visto?

—Cara simpática, altura media, medidas proporcionadas, estilo alternativo, dentadura perfecta, ojos grises claros…

—Vale, vale. Sabe hasta el color de tus bragas.

—No llevo.

—Oh, qué provocona.

Ríen los dos con ganas.

—Tienes una semana para que la pruebes en tu día a día. Apunta lo que veas que funciona mal.

—¿Cómo voy a apuntar…? Ah, vale, Visión me ayudará.

—Efectivamente. Espera…

—La chica se sitúa delante de ti. Ha cogido un cojín. Lo lanza a tu pecho.

El chico reacciona rápido y agarra el cojín antes de que le impacte.

—¡Eh! ¡Qué soy ciego!

—Muy bien. No pensaba que lo ibas a parar. La detección artificial es muy rápida por lo que debería darte tiempo para reaccionar.

—También cuenta que tengo reflejos de ninja. —Hace dos movimientos con las manos como si cortara el aire.

—Sí… eso también cuenta.

—La chica se acerca al perro.

—A ver Visión, la chica se llama Lurdes y la perra Lulú.

—Entendido. Se agacha y la está acariciando. Te mira y guiña un ojo.

—¿Cómo se guiña un ojo? —pregunta el chico.

—Cierras uno de los dos y el otro lo mantienes abierto —responde el asistente.

—Uf, le queda mucho que aprender —sentencia Carlos al escuchar la respuesta.

—Bueno será mejor que os deje para que os vayáis conociendo. —La joven se acerca más a la perra—. Hasta otro día guapa, si esos dos te dan mucho la turra, avísame.

Lulú suelta un gemido a modo de saludo.

—Mañana me acerco.

Carlos se mueve hacia ella.

—Lurdes está a dos metros… a un metro… menos de un metro.

Se para y extiende el brazo para coger el de la chica.

—Sabes que te puedes quedar a dormir… —Un silencio desconcertante los envuelve—… dientes perfectos.

—Lurdes está muy cerca —puntualizan las gafas.

Ahora es Carlos el que se extraña de la reacción.

—No me acuesto con ninjas.

—Espera, ya sé cómo eres y tú, ¿cómo me ves a mí? ¿Estoy follable?

—Eres como Brad Pitt… pero muchísimo más feo.

—O sea como todos.

Ríen de nuevo.

—Sé que algún día caerás en mis redes. Ahora tengo supervisión.

—Anda con cuidado, hasta que te hagas con los mandos.

El nuevo aparato electrónico le describe cómo la joven sale del piso y cierra la puerta. Hace un reconocimiento del entorno con Visión y empieza a ponerlo a prueba.

En la cocina se hace un par de huevos fritos, siguiendo las instrucciones de Visión y entre ellos comienza una relación conversacional de lo más fluida. Encuentran problemas para diferenciar la sal del azúcar, el aceite del vinagre, el agua del vodka y en general materiales que se parecen mucho visualmente. Antes de apuntarlo como fallo del sistema, decide intentar enseñar a la inteligencia artificial a diferenciarlo todo. Chequean las etiquetas y los textos para poder determinar el contenido de los distintos recipientes. Se da cuenta de que como lector de textos es una maravilla y no tarda en usarlo como guía de internet y como narrador de novelas a las que siempre le ha costado más acceder.

Observa por primera vez comer a su fiel compañera. Nada más irse Lurdes lo ha perseguido por toda la casa pendiente de sus necesidades. Visión también le ha servido para localizar y entender mejor el comportamiento de la perra. En varias ocasiones lo ha impresionado con acertados consejos para acomodarla mejor.

            Apunta un fallo para tener en cuenta: no se lo puede llevar a la ducha. Más tarde borra la sugerencia por ser un poco turbia.

A las tres y media de la madrugada unas voces lo despiertan. Tarda unos segundos en superar el estado somnoliento. Se acuerda de que en la mesilla ha puesto a cargar su nuevo juguete.

—¿Visión, qué hora es?

—Son las tres y treinta de la madrugada del domingo veintiséis de mayo de 2024.

Tras varios segundos de silencio las ganas de orinar lo animan a salir del cómodo colchón para vaciar la vejiga y volver después renovado a continuar su sueño. Lulú se despierta al verlo salir de la cama ya que tiene un pequeño catre en el cuarto. Esta vez va acompañado por su fiel compañera y el costoso prototipo de Lurdes. Sigue sus indicaciones con gran fluidez y descarga, sentado en la taza, los sobrantes de las últimas horas. Aprovecha y hace un seguimiento de los útiles para el aseo que tiene en esos momentos y elabora un principio de lista de la compra para el lunes.

De vuelta por el pasillo nota una caída de la temperatura muy pronunciada. La perra empieza a gruñir. Los pelos de todo su cuerpo se erizan acompañados de los bultos provocados por la piel de gallina.

—Hay un hombre en la puerta del salón —dice Visión y su portador se queda inmóvil. En ese momento se da cuenta de que se refiere a lo que ve por la cámara trasera—, de metro noventa, con un cuchillo en la mano derecha. Mira hacia nuestra posición.

Carlos nota cómo sus testículos se esconden dentro de su cuerpo y le produce un dolor intenso añadido al estado de entumecimiento que solo puede asemejar a las sensaciones de miedo y de terror que tantas veces se han descrito en las películas y novelas de género.

—Se acerca. Está a cuatro metros… tres metros… dos metros… un metro…

El chico y la perra corren hacia su habitación mientras son guiados por la inteligencia artificial, que intercala información de direccionamiento con el progreso del ser que ha aparecido en su salón.

Entran en el dormitorio y el humano termina de cerrar la puerta, ya que su acompañante nerviosa ha empezado antes que él a empujarla. Se alejan expectantes de la robusta madera. Lulú no deja de gruñir y el chico se agacha para calmarla. Nota sus temblores y el calor de su cuerpo lo tranquiliza también a él.

—Un brazo con un cuchillo atraviesa la puerta.

Carlos se cae hacia atrás mientras Lulú se mueve a su lado sin saber qué hacer. Ladra a la puerta y gime asustada.

—Ven pequeña.

Carlos la agarra y la abraza.

—¿Hay alguien ahí? —No se oye ningún ruido—. Visión, ¿ves algo?

—La puerta está cerrada y no hay nadie.

—¿Qué cojones?

Intenta pensar algo. Debería llamar a la policía, pero no sabe dónde ha dejado el móvil.

—¿Ves mi móvil?

—Espera. Levántate para que pueda ver alrededor.

El chico obedece.

—No está en la habitación. En el inventario del salón encuentro la existencia de un teléfono.

—Joder. Te puse a cargar y me olvidé del móvil. Espera… llama a la policía.

—Lo siento el sistema no dispone de ese servicio.

—Pues manda un email.

—Tampoco puedo mandar emails. ¿Lo apunto como posible mejora en el sistema?

Ignora la pregunta mientras intenta descubrir qué hacer. Poco a poco se acerca hasta el acceso cerrado. Mira a su alrededor.

—¿Ves algo que pueda usar para protegerme? —Su voz tiembla alterada por el momento vivido.

—Hay un paraguas a tu izquierda entre el armario y la pared.

—¿En serio?

Se extraña, ya que no se acuerda de ese rincón al que seguramente no ha accedido en varios meses. Explora en el hueco y saca el objeto lleno de polvo. Tose un par de veces.

—¿Dónde está Lulú?

—A tus pies.

—Vale preciosa, quédate aquí dentro. —La acaricia y esta le lame la cara—. Vete a tu sitio. —La perra se acurruca en su camastro gimiendo.

Sale de la habitación con cuidado, empuñando el paraguas a modo de espada de acero valyrio.

—Visión descríbeme todo.

—El pasillo está despejado. Al final en el salón se ve algo de luz parpadeante.

—¿Qué luz?

—Una luz de un televisor.

De nuevo, baja la temperatura a la vez que asume la imposibilidad del propio suceso: no tiene televisión desde hace años. Con el arma a punto entra en la sala de estar.

—En mitad del salón hay un tresillo y a los lados dos sofás individuales. Tienes uno de ellos a dos metros… un metro… ahora estás sobre el sofá.

—No es real. —Se asombra ante este descubrimiento.

—A tu derecha hay un televisor encendido. Delante de ti, a un metro, hay un tresillo. Un hombre desnudo está tumbado sobre una mujer también desnuda. Parecen dormidos.

Carlos se acerca.

—El hombre tiene el cuerpo lleno de sangre y la mujer también. Por la cantidad que se ve están muy mal heridos o muertos. Un cuchillo ensangrentado se encuentra en el suelo al lado del brazo que cuelga desde el sofá. El brazo de la chica.

—¿Cómo es?

—Rubia, tiene los ojos cerrados, delgada, de piel blanca.

—¿Y él?

—Con el pelo muy corto, complexión atlética y tiene un tatuaje tribal de un puñal en el brazo derecho. Está boca abajo sobre la mujer… Ha abierto los ojos.

—¿Quién?

—La chica.

Se escucha un grito terrorífico en los altavoces de las gafas y Carlos se las quita por acto reflejo.

—Sin Visión.

El sonido se apaga y las gafas se desactivan.

Vuelve por el camino que ya conoce a su habitación confuso y muy alterado. La temperatura parece volver a un valor normal en ese mes del año. Al entrar en el cuarto Lulú lo recibe nerviosa y alegre. Se sienta junto al choco de la perra hasta que esta se queda dormida. Intenta hacerlo también el resto de la noche, pero su cabeza funciona a cien por hora y se llena de pensamientos oscuros. Su cuerpo llega al límite y cae rendido.

Al parecer hay un problema de funcionamiento bastante importante.

—¿Estás seguro de lo que viste… digo oíste? —Lurdes en el tresillo lo mira incrédula por lo que le ha narrado.

—Tengo un dolor de espalda tremendo de la noche que he pasado. Me lo estuvo contando al oído como si fuera una película de terror. Ese chisme está muy mal.

—Llevo tres meses haciendo pruebas y no me ha dado ningún problema.

—¿De día?

—Claro, de noche duermo como todo el mundo.

—Pues nos acojonó toda la noche. Lulú la pobre no sabía qué hacer.

—Espera. Tengo un registro de todo lo que pasa con las cámaras y los diálogos que habéis tenido.

—¿Cómo? ¿Y no me lo habías dicho antes?

—Es que no es muy legal. Solo lo tengo activo para esta fase de pruebas.

—Me siento… —Pone un gesto de asco—… violado.

—Perdóname, no lo iba a revisar si no era necesario y te iba a pedir permiso.

—Vas a tener que esforzarte más para zafarte de este ultraje.

El chico cambia su cara y se muestra serio.

—¿Quieres un póster mío desnuda? —pregunta con una sonrisa pícara en la boca. Se conocen muy bien y sabe cuándo le toma el pelo.

—Sabes que no sirve de nada.

—Claro —replica divertida—, no tiene relieve.

—Qué arpía. ¿Y si me hubiera pajeado con las gafas puestas?

—Estarías en internet con millones de visualizaciones, pero tendrías que enfocar bien.

—Qué graciosa…

El chico mantiene su gesto de enfado mientras espera una respuesta.

—Venga… te estoy haciendo un favor con este proyecto. Somos pioneros. —No da su brazo a torcer—. Vale… te compro una caja de cervezas y dos calipos de limón.

Carlos gira la cabeza en su dirección todavía enojado.

—Dos de limón y dos de fresa —dice y sonríe triunfal.

—Qué aprovechado eres capullo.

Con la sonrisa en sus caras se disponen a enchufar las gafas en el portátil de la chica. Esta abre un software en el que se visualizan las cuatro cámaras que llevan integradas las gafas. Transfiere los datos en un minuto y empiezan a reproducir el contenido.

—¿A qué hora era?

—A las tres y media.

—¿Esa no es la hora del diablo?

—Anda tía, no me acojones todavía más.

—A ver…

La línea de tiempo del reproductor de video marca la hora en el que se grabó las imágenes. En el transcurso de la reproducción se van seleccionando elementos del entorno que luego pasan a ser información para el usuario. Llega al momento indicado y ve en el espejo del baño a Carlos con las gafas puestas.

—Veo que duermes con pijama.

—Qué torta te daba.

—¿Para qué quieres un espejo en el baño?

Ríe y mueve el deslizador hasta conseguir las imágenes de regreso al cuarto.

—Hostias…

Lurdes no puede dejar de mirar sorprendida lo que sucede en las imágenes en las que el asistente narra la situación a Carlos. En realidad, no ve nada raro en el entorno, pero el programa va marcando siluetas de objetos y personas que no están en el piso. Aprecia a la perfección cómo una selección, en la que entra un hombre con un cuchillo enorme en la mano, sigue a su amigo por el pasillo de camino a la habitación. Después lo ve salir con el paraguas en la mano.

—¿Saliste con el paraguas? ¿Contra un cuchillo de carnicero? Vaya huevos.

—Tenía la mente nublada. Mejor que las cervezas cómprame una porra extensible y un táser.

La chica vuelve a revisarlo varias veces y no da crédito a lo que ven sus ojos.

—Es alucinante —dice mientras apoya su espalda en el sofá—. Esto sí que no me lo esperaba.

—¿Piensas que me invento algo así por gusto?

—Pensaba que era una treta tuya para que me quedara por la noche contigo.

—No necesito esas artimañas, guapa… esto… entonces, ¿te quedas a pasar la noche?

Lurdes calla unos segundos.

—He de reconocer que como estrategia es muy buena.

—¡Bien! ¡Fiesta de pijamas! Nos lo vamos a pasar en grande.

—Pero nuestro amiguito visionario también está invitado.

—Tres es multitud. —Expresa su fastidio—. Espera… ¿te molan los tríos? —Se muestra expectante por la posible respuesta.

—Mientras no sea con otro ciego, me apunto.

—No sé si vamos a dormir, como sigas así.

—Ya te digo yo que no. Me voy a casa a por muda y un cepillo de dientes.

—Y el pijama.

—No uso. —Sonríe mientras se acerca a la puerta de salida.

—Qué fresca.

Antes de marcharse se gira para mirar al anfitrión.

—Me paso por el chino.

—De acuerdo, recuerda mis cervezas y los calipos.

Tras decir esto le saca la lengua.

A las dos horas llega con la comida y una mochila con sus enseres y una tableta electrónica muy potente. El sistema de cámaras de las gafas lo puede monitorizar en tiempo real desde el dispositivo móvil y de esa manera ganan portabilidad para su futura sesión nocturna.

Lurdes se pasa varias horas antes de cenar navegando en su ordenador mientras investiga el posible error que ha cometido con la programación del prototipo. Realiza pruebas, con muchas variables, en el propio entorno: con la luz apagada, con una distribución diferente, con varias cámaras tapadas, con ajustes de la precisión que utiliza la inteligencia artificial y no encuentra nada extraño. El parámetro de precisión lo considera muy importante ya que si es muy bajo el sistema se inventaría lo que ve, aproximando el resultado a lo que conoce: una farola podría asemejarla a una columna o a un árbol. En cambio, si es demasiado alto no detectaría nada ya que si no tiene el objeto exacto delante no lo relacionaría con el fotograma capturado y analizado. Todo es correcto.

Carlos se entretiene escuchando podcast en los que se habla de apariciones fantasmales y de la hora del diablo. Varios presentadores se proclamaban como videntes o personas con sensibilidad especial. Cae por casualidad en uno que dedica un programa a fotografías hechas a fantasmas y esto atrae la atención de los dos jóvenes.

—Oye, a mí me cuadra. Has entrenado este chisme con las fotos de fantasmas y ahora los ve por todos los lados.

—Sé que hay bancos de imágenes para entrenar, pero no he visto todas. Es imposible. Qué raro… Si fuera así, ¿por qué no los vemos más a menudo?

—Joder, me veo llamando al tipo este del misterio.

—Es muy tarde. Vamos a cenar para luego estar preparados.

—Lo digo en serio, ¿no deberíamos llamar a un experto… o a un cura?

—A ver. Sé que da mal rollo, pero no te pasó nada ¿no?

—No. Solo que dicen que puede ir a más.

—Usaremos el paraguas.

—Vete a la mierda… ¿Mañana no tienes que currar?

—Sí, iré como pueda.

La chica calla unos segundos mientras observa al chico ciego.

—Puede que seas una de esas personas especiales que pueden hablar con los muertos.

—Qué graciosa.

—No es broma. A mí no me ha pasado nunca. Si no es una interferencia o un mal funcionamiento puede que tú lo provoques.

—El ciego vidente. Alguien en algún lado se está descojonando de nosotros.

—Puede que sea un error del prototipo. Voy calentando la cena.

Comen con ganas y conversan sobre cómo afrontar las horas que les quedan por delante. También, intercambian algunas confesiones personales que los une con más fuerza. Se ríen, se calman mutuamente y juegan un poco con la perra.

A las dos de la mañana se quedan dormidos en el salón en pijama.

A las tres y veinticinco Lurdes se desvela. Todo parece en calma. Se pone las gafas.

            —Visión, describe la situación.

            —No hay nada delante de ti —segura a pesar de que no hay apenas luz—. Hay una pared a tres metros y una puerta a cuatro metros y medio. El pasillo está más a la izquierda a cinco metros de distancia.

            La chica se mueve por la estancia sin notar nada. Lleva la tableta electrónica en las manos y puede observar los resaltes que hace la aplicación sobre lo distintos entornos de la habitación.

—Carlos despierta. —Se acerca al sofá donde se ha quedado dormido—. Carlos. Carlos.

—¿Qué…? ¿Qué pasa?

—Es la hora. Son las tres y media.

—¿Y qué?

—Tienes que ponerte las gafas.

—¿Qué dices? —pregunta indignado— Habíamos quedado que te las ponías tú.

—Joder, tío. No puedo mirar a la tablet y a la vez observar lo que pasa. Además, conmigo funcionan normal.

—Pues eso me lo tenías que haber dicho.

—Póntelas, no seas cansino.

Accede a regañadientes y nada más ponérselas la temperatura baja lo menos diez grados de repente.

—Qué frío. Ayer pasó lo mismo.

—Esto no me lo habías contado.

—No escuchaste los podcast o qué. Es lo primero que dicen.

—Estoy helada. —Se arrepiente por haber traído un pijama de verano.

—Se me han puesto lo pezones para colgar perchas.

—Hostias, qué dentera.

—Delate tuyo, —Visión interviene—, a cuatro metros, hay un hombre con un cuchillo de carnicero.

Mecagüen la puta. —Ambos se ponen tensos— ¿Lo estás viendo?

—Hay una silueta en la imagen que parpadea… parece que se ve un cuchillo.

—El hombre se acerca. Está a tres metros… dos metros…

—Lurdes, qué hago.

—Muévete a tu derecha. ¡Rápido!

El chico se mueve algo torpe.

—Un metro…

—¡Quítamelo! —corre como si llevara un avispero en las manos.

—Dos metros…

—Ahora de frente. Hay un sofá delante de él, no lo puede atravesar. —En la pantalla parpadea también la selección perteneciente al sofá además de la del hombre armado.

—Un metro…

—¡Quítamelo! —grita mientras corre hacia adelante.

—Un poco a tu izquierda. Al pasillo. Cuidado con la pared.

—Está muy cerca… —puntualiza el asistente.

—¡Por dios! ¡Quítamelo! —Sigue agitando las manos nervioso y asustado.

—Ahora a la izquierda —dice Lurdes apurada.

Los dos entran en la habitación donde ya se encontraba Lulú tumbada en su camastro. Cierran la puerta nada más hacerlo.

—Un brazo atraviesa la puerta con el cuchillo en la mano —sigue narrando la voz artificial—. Desaparece. Aparece. Desaparece.

—Otra vez, lo mismo. Esto es increíble. —La chica no puede dar crédito a los sucedido. Lo que pensaba que era un fallo casual ahora confirma como un error perfectamente reproducible.

—Menos mal que el arroz es astringente —afirma el joven asustado.

—Espera… sigue mirando a la puerta.

—Lurdes se acerca hasta la puerta y apoya la cabeza en ella.

—¿Qué haces? ¿Estás loca?

—Calla. —Tras unos segundos—. No se escucha nada.

De repente, un golpe fuerte hace vibrar la madera.

—Hostia.

—Lurdes se acerca corriendo.

Se agarran mientras esperan pendientes de lo que pueda entrar.

—Es una pasada —dice el chico con cara de asombro—. ¿Has sentido el frío igual que yo?

—Sí, lo he notado. Lástima que no haya puesto un sensor de temperatura.

—Sería mejor que un detector de psicópatas infernales.

—Vamos a ver qué hay fuera.

—Joder. Tú estás loca.

—No creo que pueda hacernos nada.

—Hostias no… ¿Y la temperatura y el golpe en la puerta? Ayer no la golpeó. Creo que hoy está siendo más intenso.

—En la sala no podía seguirnos porque la distribución era distinta. Está limitado por esa configuración. Además, dijiste que después no lo volviste a oír.

—Puff ¿Has traído algo…?

—Como qué.

—Un crucifijo, una ristra de ajos, agua bendita… ¡algo! ¿O tengo que usar el paraguas?

—¿Ahora eres creyente?

—No sé, toda ayuda es bienvenida.

—Venga. Te sigo.

—La puerta está a cuatro metros… tres metros… dos metros…

—¿Estás segura? —Se para antes de abrirla— ¿No prefieres echar un polvo?

—Qué pesado eres.

—Un metro… Delante tienes el pasillo. Puedes girar a ambos lados. A tu derecha tienes el acceso a la sala de estar y el baño y a la izquierda otra habitación.

El chico se gira hacia el salón.

—¿Hay alguien?

—No. Está todo despejado.

—Avísame ante cualquier cambio.

—Correcto Carlos. El acceso está a tres metros… dos metros… un metro… estás dentro.

—¿Ves algo raro?

—Todo está bien —contesta Visión.

—No, no está bien —replica Lurdes—. ¿Notas la bajada de la temperatura?

—Otra vez, nos va a matar de pulmonía.

—Céntrate…

—A ver Visión descríbeme el salón.

—Hay un tresillo en la mitad, dos sofás individuales…

—Vale. ¿Qué hay en el sofá grande?

—Un hombre desnudo sobre una mujer, también sin ropa.

—Descríbelos.

—El hombre es de complexión atlética, pelo muy corto y moreno, está depilado, piel morena, atractivo.

—¿Qué clase de asistente me has puesto?

—Calla.

—Sigue Visión.

—Está sobre un chica rubia, de pelo rizado, piel blanca, atractiva.

—¿Tienen algo especial?

—Están ensangrentados, parece que han muerto. El hombre presenta varias marcas de puñaladas en su espalda. Puedo contar doce.

—¿Se ha tragado un CSI?

—¡Te quieres callar! —habla en voz baja, pero enfatiza cada fonema.

—Sigue Visión.

—Tiene un tatuaje tribal en el brazo. Parece un cuchillo o una punta de lanza.

—¿Y la chica?

—Tiene un pirsin en el ombligo. Una rosa tatuada en su antebrazo izquierdo. Está dormida.

—¿Por qué lo sabes?

—No tiene ninguna marca de puñal, aunque la cubre mucha sangre. Ha abierto los ojos.

Un chillido terrorífico les hiela la sangre.

—Joder. Sin…

—No —le corta la joven—. Dile que te describa lo que pasa.

—¿Visión qué ocurre?

—La mujer llora y grita al ver al hombre muerto sobre el sofá.

—Creo que está confundiendo los lugares.

—¿En serio? —Carlos se lo piensa unos instantes—. Visión inspecciona la sala.

—¿Qué haces?

—Déjame. Visión adelante.

Los dos jóvenes se mueven por la estancia libre de obstáculos.

—Pasas por encima de los dos cuerpos. Estás frente a la puerta de entrada.

—¿Hay algún mueble?

—Sí, hay un recibidor a la derecha de la puerta. Estás a tres metros… dos metros… un metro. Hay llaves y cartas.

—¿Ves la dirección?

—La mujer ensangrentada está al lado tuyo.

—¿Qué?

Carlos se gira para mirar hacia atrás y nota que algo le quema la piel en el antebrazo derecho.

—¿QUIÉN ERES? —La voz sale del altavoz de las gafas. Suena como si el príncipe de las tinieblas hubiera hablado por él.

—¡Ay, me quema! ¡Quítamelo!

—Apágalo —propone Lurdes.

—¡Corre! —dice el chico y sale disparado hacia el pasillo.

—La pared está a dos metros. Vete hacia la izquierda. Sigue recto un poco a la derecha. Ahora a la izquierda.

Lurdes lo sigue y son dirigidos al cuarto del chico por Visión. Dentro vuelven a cerrar la puerta. Nada más cerrarla suenan dos golpes fuertes contra la madera.

Se juntan en el camastro de la perra y esta se une al desconcierto.

—¿Qué ha pasado?

—Me ha tocado en el brazo y quemaba como el hielo.

La chica le mira el antebrazo y lo ve enrojecido.

—Tenemos que ir a por algo para curarte.

—¿Y salir ahí? Puedo vivir sin un brazo, no me costará mucho.

—Vale iré yo. Tú quédate con Lulú.

—No seas insensata. Esto es un rasguño. No quiero perderte —remata con voz afligida.

—Qué bobo eres.

—Vale, pero llévate el paraguas.

La chica se resigna a aguantar al teatrero de su amigo.

—Lurdes se aleja en dirección a la puerta.

—¿Lleva el paraguas?

—No.

—Insensata. ¡Ponte una rebequita!

La joven desaparece por la puerta. Y la cierra nada más salir.

—Tranquila Lulú, mama estará bien. Es más fuerte que nosotros.

La perra lo mira y le da dos lametones.

De repente, se abre la puerta lentamente hasta pegar con la pared.

—¿Qué pasa Visión?

—La mujer ensangrentada se encuentra en la entrada de la habitación.

Nada más oír a Visión se apresura a buscar el paraguas por el suelo.

—¡TÚ LO HAS MATADO!

—Hostias. —Da un respingo por el susto del altavoz—. ¡Yo no he matado a nadie!  ¡Había un hombre enorme con un cuchillo de carnicero!

—¡Lo has visto! —Esta vez, es una voz dulce de mujer.

—Bueno, yo soy ciego, pero está grabado.

—¡TE RIES DE MÍ!

— La chica está enfrente de ti.

—¡Ah! —grita mientras consigue coger el paraguas y abrirlo. Se lo pone delante.

Durante unos segundos no pasa nada.

Alguien le quita el paraguas de las manos y pega otro grito asustado.

—¿Qué pasa? —pregunta Lurdes.

Carlos se abraza a ella nervioso.

—Eres tú. Eres tú.

—Sí, y me estás ahogando.

—Ha funcionado. —Empieza a reír nervioso—. Ha funcionado.

—¿El qué?

—El paraguas.

—Apaga a Visión y déjame que te cure esa herida.

Carlos se deja querer ante los cuidados básicos que le ofrece Lurdes y consigue que se acueste con él, alegando que no quiere estar solo esa noche. Por si acaso. Ella accede ya que tampoco quiere quedarse sola. En la cama hablan de la extraña situación y elaboran hipótesis de las distintas posibilidades. La mujer de la pesadilla culpa a Carlos de haber matado al hombre por lo que la teoría más fiables es que el extraño que empuñaba el cuchillo fuera el culpable.

Los momentos serios y las risas al recordar el pánico vivido les ayuda a tranquilizarse y conseguir conciliar el sueño.

Por la mañana Carlos se despierta solo en la cama. Cuando llega al salón se da cuenta de que Lurdes todavía anda por allí.

—Te he preparado café.

—¿No tenías que ir a currar?

—Me he tomado el día libre. Por gripe.

—Qué mentirosilla y qué madrugadora.

—Digamos que me has echado de un pollazo.

—¿Qué?

—Que empezábamos a ser demasiados en esa cama.

—Ah, perdona, cosas de la física. Me pongo muy cariñoso por las mañanas.

Carlos sonríe con los pelos alborotados y media funda de almohada grabada en su cara. Se asea en el baño y vuelve a la sala de estar algo más presentable.

—¿Tú no tienes que ir a clase?

—Creo que me has pegado la gripe.

La joven sonríe agradada por el comentario. Aunque, está claro que Carlos no se puede enterar.

—Deja de mirarme con cara de boba —dice después de unos segundos en silencio.

—¿Qué dices creidillo? —Se sorprende de que la haya descubierto.

—Uy, que te has enamorado.

—Sí, —Se ríe con lágrimas en los ojos—, los tíos que saben manejar el paraguas me ponen mucho.

—Ni se te ocurra dejar el cepillo de dientes —dice riendo a la vez que ella.

—No, no tranquilo.

Mientras Carlos saca a pasear a la perra Lurdes prepara alguna tostada. Desayunan escuchando la radio.

—Antes de que te levantaras he descubierto quién es la chica que nos ha visitado de noche.

—¿Qué cojones? ¿Llevamos tres horas mareando la perdiz y no me dices nada?

—No quería romper el momento. —Sonríe ante la cara de estupefacción del chico.

—Puedo sentir esa sonrisa de satisfacción y superioridad que muestra tu boca.

—¿Ah sí? Sientes mi boca.

—¡Quieres decirme quién es, que me estás poniendo de los nervios!

Lurdes tarda un rato en recuperarse de la risa.

—He vuelto a ver lo que pasó y me he centrado en el mueble de la entrada. Tu idea era muy buena. Así podíamos ver el remite de alguna de las cartas.

—Soy una fuente inagotable de buenas ideas.

—Sí, pero siempre te quedas a medias. Le he pedido a Visión que volviera a analizar las imágenes y me ha dado varias opciones. He comprobado todas y resulta que en la cárcel de mujeres de Alcalá Meco hay una presa que se llama Rosalía García Castro acusada de haber matado a su novio hace quince años.

—Puede ser una coincidencia y que no se trate de nuestra fantasma. Espera… no está muerta.

—No. En breve creo que la pasan al tercer grado. La familia del novio está todavía luchando para que no salga.

—Sigo pensando que no tiene por qué ser nuestro caso. Ni tu ni yo la hemos visto. Solo son manchas en una grabación.

—Pero Visión sí la ha visto y me lo ha confirmado. En una foto que he conseguido de internet se ve con claridad el tatuaje en el antebrazo. Hay un artículo que te va a dejar con el culo torcido.

—A ver, ya me espero cualquier cosa.

—Te leo: «La joven de veintidós años natural de Madrid se declaró inocente, alegando que en el apartamento había un chico con gafas que le confesó haber visto a un hombre con un cuchillo de carnicero. Su declaración se debilita cuando afirmó que había desaparecido detrás de un paraguas justo en sus narices».

—No me jodas.

—Lo del paraguas me lo he inventado. —Se ríe con ganas.

—Qué tía.

—Declaró que el chico salió corriendo, pero estoy segura de que pasó lo que vivimos ayer.

—Es una puta locura. —Lleva con la cara de asombro un buen rato—. Entonces, me conoce… Yo tenía siete años.

—Y yo ocho.

—¿Vamos a ir a visitarla?

—No sabemos quién es el culpable. Yo creo que sería precipitarse.

—Te imaginas estar encerrada por algo que no has hecho. Estar quince años.

—Ya, es muy fuerte.

—Si me ve, me puede meter en un lío.

—No creo que se acuerde y tú tenías siete años en aquella época.

—Hay que decirle que nosotros la creemos.

—Yo me encargo. Hay uno en el curro que tiene muchos contactos.

Vuelven a intentar pasar un día normal sin lograrlo. La nube de las apariciones de Rosalía se coloca sobre sus cabezas sin posibilidad de disiparse. Es entonces cuando Lulú los saca del embrollo y los obliga a hacerla caso, a jugar con ella y a salir del lugar donde convergía el espacio tiempo de una manera inusual.

Al volver pasó lo que tenía que pasar. Esta vez sin invitar al tercero en la ecuación: Visión.

Cuatro días después consiguen una cita con Rosalía en la Cárcel de mujeres. La cita debe ser presenciada por su abogado. Petición expresa del letrado.

La pareja de pioneros tecnológicos intenta volver a reproducir la anomalía una noche más para descubrir al verdadero asesino, pero después de haber terminado con una raja en la tripa de Carlos, superficial gracias al paraguas, deciden regresar al mundo real y seguir su investigación por derroteros más normales.

—Está Rosalía sola —dice Lurdes.

Se encuentran en la penitenciaría.

—Visión confirma ese dato —Carlos se lleva la mano a las gafas.

—Hay una puerta metálica con una ventana de cristal grueso a cincuenta centímetro. Por la ventana se ve una mujer sentada detrás de una mesa. También hay dos sillas delante de esa mesa.

—Eres un poco capullo.

—No se lo tengas en cuenta Visión.

—Te lo digo a ti.

—Ponte detrás de mí, muñeca. —Carlos le enseña el paraguas para acompañar su propuesta.

—Qué valiente eres ahora que no es de noche ni estamos en la hora del diablo. Y guarda ese chisme que hace treinta grados a la sombra. Nos van a echar. Todavía no sé cómo te han dejado pasar con eso.

—Es una buena herramienta para un pobre ciego.

Un funcionario de la prisión les abre la puerta y pasan al interior.

—No… no puede ser. —Rosalía se asombra y mira incrédula al joven con las gafas.

—Hola Rosalía. Me llamo Lurdes y este es Carlos.

—Siento mucho todo lo que ha pasado.

—Pero es imposible. Bueno no estoy loca. —Se muestra impresiona tras esta afirmación—. Tú mataste a Javier.

—Se equivoca. Es verdad que estuve, pero como usted dice: «es imposible».

—¿No iba a asistir su abogado? —pregunta Lurdes.

—Ahora viene. —Desvía la mirada hacia el ventanuco de la puerta—. Ahí está.

El letrado entra en la estancia y con rapidez se dirige a su asiento al lado de su clienta. Nada más sentarse se queda sin habla al ver a Carlos frente a él.

La temperatura baja diez grados de repente.

—Soy Rodrigo Momento.

—¿No habéis notado la bajada de temperatura? —pregunta Lurdes.

Confirman con la cabeza.

—Creo que hay alguien más con nosotros —asegura Carlos—. Permitidme que os presente a Visión. A ver Visión descríbeme lo que ves.

—Delante de ti, a dos metros, hay un hombre corpulento al lado de una mujer rubia.

—Son Rodrigo y Rosalía.

—Encantado…

—Sigue.

—Al lado de la mesa hay un joven desnudo, con el cuerpo ensangrentado, que apunta con el dedo a la cabeza de Rodrigo.

Carlos se levanta con el paraguas preparado en la mano.

Cliente y abogado recuerdan ese objeto. Recuerdan haberlo visto la noche en la que murió Javier a manos de Rodrigo. Rosalía acaba de descubrir que el hombre que le había confesado un amor incondicional es en realidad el asesino del único amor verdadero que había tenido en su vida.

FIN

Audio relato: La niña que podía matarte con la mirada.

Os presento el relato de terror La niña que podía matarte con la mirada ahora locutado por Juan Carlos Albarracín en su proyecto personal Locuciones Hablando Claro.

Se trata de un audio de 17 minutos en el que podréis disfrutar de la historia de una manera diferente.

Audio relato: La niña que podía matarte con la mirada. Autor: Jorge García Garrido. Locutor: Juan Carlos Albarracín. ©Jorge García Garrido

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RC: La niña que podía matarte con la mirada

—La niña que puede matarte con la mirada es capaz de devolver a través de sus ojos toda la violencia que ha visto y sufrido.

Maite escuchaba la frase de boca de Dadi, una esbelta mujer de Nigeria que vivía en el barrio. Estaban en la cola del supermercado. Iba acompañada de una amiga, no tan agraciada, y mantenían una conversación sobre leyendas de sus respectivos lugares de origen.

Llevaban poca compra y le habían pedido a Maite que les dejara pasar. A pesar del inmenso dolor que le produjo Dadi al agarrarla del brazo para llamar su atención, cedió sin problemas con una amplia sonrisa. Le caían muy bien. Sentía un gran respeto por los emigrantes y, sobre todo, por las mujeres. Para ella era inimaginable abandonar su hogar e introducirse en ese peligroso éxodo con la incertidumbre colgada del cuello; con una vida mucho más complicada.

El contraste de las pieles se acentuaba al estar al lado de la indígena local. Esta, blanca como la leche, se tapaba a pesar del caluroso verano que azotaba la zona, encontrando en el cobijo de su apartamento, junto a su marido, el lugar correcto para consumir su vida. La cantidad de ropa que portaban también las diferenciaba, pero, en este caso, Maite conseguía destacar sobre los demás.

—A mí la llorona me parece aterradora —dijo la acompañante de Dadi con el mismo acento exótico que su amiga.

—Pero es que esta pequeña presagia un final sangriento. En ocasiones suceden hechos horrorosos en los pueblos de los alrededores.

—¿En tu tierra?

—Sí.

Dadi miró a la menuda mujer blanca que las escuchaba.

—Es un alivio no preocuparnos por esos cuentos por aquí.

—Pienso que también viajan con nosotras. Esas historias no mueren nunca. Una vez me encontré a una anciana que sobrevivió a la niña.

La cajera les llamó la atención para que pasaran. El ritmo de la vida seguía e intentaba hacer que se movieran todos con él. Llegó el turno de Maite, todavía intrigada por la conversación de las dos extranjeras. Era una creyente convencida. En su cabeza entraban todo tipo de fenómenos sobrenaturales y, al contrario de muchos feligreses ególatras que defendían su única verdad, creía en la vinculación de todos ellos a lo largo del globo terrestre. Temía la presencia del diablo en cualquier lugar del mundo.

Puso los consumibles encima de la cinta transportadora mientras reflexionaba con la mirada perdida en el exterior del establecimiento. De repente se fijó en la espalda desnuda de una pequeña adolescente de tez morena. No le veía el rostro, ya que miraba hacia la calle, pero sus movimientos espasmódicos podían llamar la atención de cualquiera. Nadie se percataba de ella, solo la mujer pálida. El lector de códigos creaba un sonido con ritmo hipnótico mientras la niña parecía girarse. La piel curtida por el sol iba poco a poco dejando ver una boca con labios carnosos, pómulos suaves y una dentadura afilada y aterradora.

—Así son cincuenta y ocho con cincuenta ¿Tiene tarjeta de puntos? —La cajera sacó del trance a su clienta dándole un pequeño susto. La distrajo y, al volver a examinar el exterior, no vio a nadie.

Maite se disculpó por su despiste y continuó con su rutina, pero sus pensamientos estaban enmarañados. Se mezclaban sin remedio y volvían a reincidir en ese rostro hambriento que había creído ver en la niña de la puerta.

Hizo el camino a casa agobiada por la sensación de que alguien la observaba, la acechaba. Se hacía tarde y tenía muchas tareas antes de que llegara Elías, su marido.

En el apartamento todo parecía estar como siempre. La luz de la calle no iluminaba lo suficiente debido a la orientación de su fachada y tuvo que encender las luces.

Se acercaba la noche.

Durante un rato se desplazó de una estancia a otra, apagando y encendiendo las lámparas. En una de estas ocasiones algo se movió entre las sombras, metiéndose en una de las habitaciones oscuras. Lo vio con el rabillo del ojo, pero no fue capaz de distinguirlo. Aterrada por el suceso del super, se acercó despacio hasta el habitáculo en penumbra y pulsó el interruptor. Los fotones inundaron el lugar, dejando ver su contenido. Nada fuera de lo corriente. La mujer se tranquilizó un momento desde el umbral. La calma duró muy poco, ya que miró a su derecha y, al alzar la vista, una niña semidesnuda la acechaba con un rostro demoníaco. Recordó la frase de Dadi y, al ver esos horrendos ojos, comprendió de repente a qué se refería. Si algo era mortal estaba atrapado en esas cuencas.

Sobresaltada, cerró la puerta y salió corriendo al pasillo. Se topó de bruces con su marido.

—¿Se puede saber qué haces? —preguntó algo enojado al verla tan alterada—. Aparta, que voy a cambiarme. —Maite no decía nada. No se atrevía a contarle su nuevo trastorno. Lo último que quería era que pensara que se estaba volviendo loca.

Elías se metió en la habitación ocupada por la niña. La mujer hizo un intento de avisarle, pero se quedó paralizada. Al parecer, su marido no se percató de nada. Con cuidado, la paliducha ama de casa entró de nuevo en la estancia examinando todos los rincones. La amenaza había desaparecido. El hombre la observaba extrañado, pero sin darle mucha importancia.

—Estará hecha la cena, ¿no? —Esperaba que su mujer hubiera aprovechado el tiempo en casa como él lo hacía en su trabajo.

Tras terminar de cenar, Maite recogió la mesa y se puso a fregar en la cocina. Tenían lavavajillas, pero no lo utilizaban por el ruido y la falsa sensación de consumir demasiado. En realidad, era ella la que prefería ser más silenciosa para no molestar a su marido. Este se había terminado una botella de tinto y, cuando la mujer fue a tirarla, se le escapó de las manos, armando mucho ruido en la cocina. Paralizada, esperaba una queja o gesto de desaprobación por parte de su cónyuge. El silencio devolvió la normalidad a sus pulsaciones.

Cuando iba a continuar con sus quehaceres, algo se desplazó en el costado de la nevera. Desde la rendija lateral del electrodoméstico aparecieron unos dedos ensangrentados que hicieron fuerza hasta sacar el espectral cuerpo de la niña. Su cara estaba aplanada, pero seguía dando mucho miedo. Poco a poco ganó un volumen normal mientras se le acercaba. Maite cogió una escoba para hacerle frente. Le temblaba todo el cuerpo.

Recibió un fuerte golpe que le arrebató la escoba de las manos y la empujó contra la pared. Fue golpeada varias veces en la cara, acompañada de la sonrisa maléfica de la niña. Un último empujón acabó en un traumatismo craneal cuando la estrelló contra el granito de la encimera. Se apagaron las luces en su cabeza.

***

Por la mañana se despertó en la misma posición en la que se había quedado la noche anterior. Le dolía todo el cuerpo. Sabía que su marido se levantaba muy temprano, no desayunaba y seguro que no habría pasado por la cocina. Las imágenes de la espectral presencia que la atacó seguían muy vivas en su cabeza. Varios recuerdos la hicieron levantarse de golpe, resintiéndose de sus contusiones en el acto. Con gran esfuerzo, llegó hasta el aseo y sacó varios antiinflamatorios que tragó de sopetón. En el espejo le pareció ver de nuevo a su atacante y se pegó un susto de muerte. Un intenso dolor se propagó de nuevo por su cuerpo desde el cuello hasta la rabadilla.

Entonces le vino a la mente la conversación en el supermercado y la última frase de Dadi en la que indicaba que conocía a alguien que había sobrevivido a la niña. Se vistió con prisas y salió en busca de la nigeriana. En el barrio había varios locutorios donde era probable que la encontrara. Además, pensaba que trabajaba en uno de ellos.

Los vecinos del barrio la vieron correr de un negocio a otro muy alterada. Se extrañaban de que una persona tan discreta como ella mostrara tal desasosiego en público.

Finalmente encontró a la bella africana.

—¡Dadi, Dadi! —la llamó nerviosa.

—Hola, guapa. ¿Qué te ocurre? —Maite era una de las personas que la habían ayudado alguna vez y la apreciaba muchísimo.

—¿Podemos hablar en privado? —La pregunta parecía una súplica.

—Sí, por supuesto, vamos al despacho.

Las dos mujeres se metieron en una pequeña oficina en la trastienda del local.

—¿Qué te pasa, cariño? Te veo muy alterada.

—Ayer os oí hablar de un demonio. De una niña. —Dadi la miraba intrigada—. Resulta que la he visto. Me atacó ayer por la noche.

—¿Estás segura? Son habladurías de viejas supersticiosas.

—Pero tú dijiste que conocías a alguien que sobrevivió. Me lanzó contra el granito.

—¿Y tu marido?

—Él no sabe nada, no quiero que piense que estoy loca.

—Ay, no, mi amor —dijo cogiéndole de la mano—, tú no estás loca, eres un ángel. —La africana sentía deseos de abrazarla—. ¿Me dejas ver qué te ha hecho?

Maite se apartó a la defensiva, no quería remangarse delante de ella. Se levantó e hizo el amago de marcharse, molesta e incómoda, pensando que era inútil hablar con Dadi.

—Espera. Conocí a una mujer que luchó por su vida contra la dura mirada de esa pequeña. —Con eso consiguió captar la atención de su interlocutora—. Ese ser maldito viene buscando sangre y hay que darle lo que pide. Siempre hay varias formas de que se conforme, unas benefician a unos y otras a otros.

Maite se marchó sin saber lo que tenía que hacer. Recordó la primera vez que vio a la nigeriana. Los primeros meses en el pueblo fueron muy duros para ella. Tenía que comprar alimentos para su bebé y se arriesgó a cogerlos en el super, confiando en que se los fiarían. Pero no fue así y pasó un momento muy apurado hasta que Maite le pagó la cuenta. Fuera del supermercado le dijo que viniera a la misma hora todos los días y ella le ayudaría con lo que necesitara de comida. También había ayudado a, por lo menos, otras dos compañeras de trabajo.

Dadi siempre la consideró una persona especial que echaba una mano a los demás sin ningún interés. La vida de la emigrante mejoró, pero no pudo devolverle el inmenso favor que le había hecho. La bondadosa mujer se mostraba hermética ante cualquier vecino y nadie sabía nada de su vida privada. Sin embargo, a Dadi no se le escapaba ningún detalle. Sus ojos habían presenciado demasiada humillación, violencia e injusticia. Algo o alguien estaba maltratando a su altruista amiga.

***

Maite llegó a casa alterada después de sentir que todo el barrio la observaba. Odiaba ser el centro de atención y, a pesar de que a nadie le interesaba su estado actual, su cerebro le indicaba lo contrario. Todos se giraban para mirarla con rostros siniestros y diabólicos.

Cerró la puerta de la entrada y en la cocina se puso a rezar el Padre nuestro de manera compulsiva. Temía que se hubiera vuelto loca de verdad ¿Qué diría su marido al respecto? No quería decírselo por vergüenza y, sobre todo, por miedo. ¿Y si pensara que no merecía la pena? La abandonaría a su fatal suerte. Se apoyó en la encimera sintiendo la fría piedra mientras un aluvión de dudas asfixiaba su cerebro.

—Hola, cariño. —Su marido estaba en la puerta de la cocina con un ramo de rosas. Le dio un susto de muerte—. Me siento fatal por lo de anoche —dijo acercándose. Esta se quedó confundida—. Quiero que me perdones. Fue el puto alcohol, que me trastorna.

Elías se acercó más ofreciéndole las flores. Las dudas desaparecieron: fue su marido quien le dio la paliza por la noche. Todo encajaba. No tenía que haber hecho ruido con la botella. Esto le sacó de sus casillas y la atacó hasta dejarla inconsciente. La situación era brutal pero conocida. Se sintió tan machada como frustrada. Incluso algo tan imposible como la niña siniestra se había podido colar en su mente para justificar lo injustificable.

Cuando decidió coger las flores vio en el umbral de nuevo a la horrorosa niña. Sonreía complacida. Maite retrocedió asustada. Se dio cuenta de que no era solo una jugarreta de su cerebro.

—Son para ti. No quiero hacerte daño.

La mujer se alejó según se acercaba la niña por la espalda de su marido. Este se enfadó de manera desmedida.

—¡Estoy intentado arreglar las cosas! ¡Así me lo agradeces! —Maite no le oía ante el presagio de un terrible final. Miraba hacia la puerta y veía todavía más excitado al espectro. Entonces, el maltratador se lanzó sobre ella tras estrellar el ramo de flores contra la pared. La agarró del cuello con las dos manos—. ¡Mírame a la cara cuando te hablo! —Le apretaba el cuello cada vez más fuerte. Maite se volvía a estremecer de terror al ver como las manos de la niña aparecían por los hombros de su agresor. Trepaba por su espalda—. ¡Crees que eres mejor que yo, que no te merezco? —Se había convertido en un monstruo de dos cabezas: una humana y cruel y otra fantasmagórica. Esa expresión de pavor descontrolado vertió más gasolina sobre la ira que inflamaba al hombre.

Maite abrió la boca para coger aire y el pequeño espíritu se lanzó de cabeza intentando entrar por el orificio. Como el estrangulador apretaba demasiado, el espectro se quedó atascado en la garganta. Esta empezó a hincharse. La mujer tenía la mandíbula desencajada y un fantasma pataleando en su boca con la clara intención de poseerla. Cualquiera de las opciones que se le presentaban a Maite eran trágicas: morir o ser poseída.

La agredida, medio poseída, lanzó una patada al estómago del marido. Este se sorprendió, ya que era la primera vez que ella se defendía. Aflojó un poco y el ente se introdujo del todo. El rostro de Maite se transformó en algo demoníaco que asustó a Elías e hizo que se apartara de ella.

—¡Me ibas a matar, cariño! —gritó la posesa con la mismísima voz del diablo. La puerta de la cocina se cerró de repente, dando otro susto al monstruo de carne y hueso—. Me traes rosas sin espinas. Qué detalle más bonito. —La desfigurada mujer se acercó más a su torturador—. Me gustan más las moradas que hacen juego con mis golpes —dijo entre espasmos mientras se arrancaba el vestido. Su cuerpo estaba lleno de moretones y cicatrices.

—¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que quieres? —Elías balbuceaba nervioso ante la inquietante cara de su esposa.

—Quiero llegar a tu corazón.

Mostrando una sonrisa grotesca, atravesó el pecho de su marido con la mano y sacó el corazón por la espalda. Luego el cuerpo cayó muerto sobre su hombro. La boca sin vida de Elías quedó a la altura de la suya y le dio un larguísimo beso ensangrentado. La asesina lo tiró a un lado y luego se empezó a retorcer de dolor.

El espectro salió de su cuerpo, provocando la caída del recipiente.

Sobre las frías baldosas, Maite observaba el rostro sin vida de su marido mientras un dolor intenso le atacaba la garganta. Respiraba con dolor, pero estaba viva.

***

Dadi, fuera del pequeño supermercado, con una compra muy parecida a la que le había regalado Maite hacía unos años, contemplaba seria las ambulancias que asistieron al matrimonio. Una niña que solo ella podía ver le tiró de la falda, llamando su atención. La nigeriana la miró y esta sonrió con la mismísima sonrisa del diablo.

El mal pensante

No suelo perder el control, pero cuando mi selección perdía por 4 a 0 en directo, en mi televisión, junté a todos los jugadores en el centro del campo y repitieron mis palabras: «no soy digno de mi nación» y tras arrancarse los ojos, todo el mundo supo de mi existencia. Ahora todo es en diferido.

Anomalía

Solo quería abrazarla, besarla, estremecerla de placer, como tantas veces había imaginado. Podría entonces cantarle una canción al oído inspirada por su existencia.

Si eso es lo que deseaba, ¿por qué atravesé su costado con ese cuchillo? ¿De dónde salió esa punta afilada? Esta vez me propuse evitar el fatídico final, pero parece ser imposible. Se asustó como todas, sin saber que no debía temerme para sobrevivir.

¿Y por qué no se muere? Se me acerca firme mirándome con sus enormes ojos.

«Has usado la llave al infierno.

Demasiadas vidas, demasiado tiempo.

No eres nada, solamente un necio.

Tu terror y tu miedo es el precio», me canta al oído; mostrándome de seguido sus colmillos.

A cerca de mí

Bienvenidos a mi página. En este espacio encontraréis mis trabajos literarios. Novelas, relatos cotos, poemas e incluso canciones tienen cabida en estas páginas. Espero que os resulten por lo menos divertidos. La idea es que disfrutéis leyéndolos de la misma manera que yo he gozado escribiéndolos.

Nací en 1973 en San Sebastián, Guipúzcoa. Siempre estuve rodeado de libros heredados de mi padre. La cultura musical, cinematográfica y televisiva de los años ochenta y noventa fueron marcando mis gustos, martilleados por la prosa de autores literarios de todos los géneros. Lo que plasmo en todos los proyectos está salpicado por todas esas referencias.

La necesidad de contar aventuras divertidas me introdujo en el mundo de la animación 3D. Por causas laborales me especialicé en la dirección técnica dejando la parte artística en un segundo plano. Numerosos relatos se me amontonaban en la nube hasta que decidí descargar los nubarrones.

Actualmente compagino el trabajo como profesor de animación 3D y videojuegos, en una escuela de formación profesional, con la escritura.

Me gusta el cine, las series, el teatro, la música, la lectura y la escritura, en general cualquier tipo de arte que me cuente una historia.

Mi única pretensión es haceros pasar un buen rato.

Todos mis libros los podéis encontrar en Amazon. Desde 2017 hasta el 2020 participé en un grupo de escritores independientes de fantasía denominado Circulo de fantasía con los que colaboré en distintas actividades y en varias antologías.

Un abrazo.