Visión artificial

Un prototipo de visión artificial que sorprende por sus resultados y pone la vida de la desarrolladora y del primer usuario patas arriba.

—A ver, prueba a activarlo ahora —dice Lurdes después de ajustar unas gafas en la cabeza de Carlos. Se encuentran en la sala de estar del apartamento del chico. Este aprieta un botón.

—¡No veo nada! —grita de repente— ¡Estoy ciego!

—Qué idiota eres. —Sonríe divertida—. La idea es que estas gafas vean por ti.

—Habla más bajo… —adelanta su rostro para hablar en un tono bajo con Lurdes a pesar de que esta se haya colocado detrás de él—… está Lulú de cuerpo presente.

Una perra lazarillo, tumbada a pocos metros de ellos, levanta su cabeza al oír su nombre atenta a las necesidades de su compañero de piso. Al comprobar que no le dice nada vuelve a apoyarla en el suelo.

—Todavía no me creo que le hayas puesto mi nombre a la perra.

—¿Qué perra? —Hace un gesto de no enterarse de nada— Oye, tú casi me muerdes.

—Te interpusiste entre mi hamburguesa y mi boca.

—Reconoce que te atraigo.

—Uy sí, me encanta cómo me miras.

—Ay, —Se agarra el pecho—, perra mala.

Lurdes se mueve y acaricia a Lulú.

—Qué paciencia tienes bonita. —Coge su móvil y desliza el dedo sobre varias aplicaciones que tiene abiertas—. Qué pasa, debería funcionar.

—A estas redes neuronales parece que les falta la chispa… o un tornillo.

—Perdona, pero no eres el más indicado para hablar. —Se ríe ante la mueca de enfado de Carlos—. Llevas un sistema encima que ha sido entrenado con millones de imágenes, con trillones de sonidos y una cantidad obscena de vídeos de todas las clases. Nada porno.

—Menos mal, aunque sería toda una experiencia. Por otro lado, si consiste en buscar semejanzas de lo que capta la cámara con las imágenes estudiadas… ya sabes que las comparaciones son odiosas.

—Te ayudaría cuando olvides subirte la bragueta.

—Muy graciosa… ¿Has pulsado el botón de power, lista?

—Espera, a qué le estás dando.

La joven se abalanza sobre el brazo del chico para ver lo que tiene en la mano. Carlos aprieta una especie de mando parecido a un cigarrillo electrónico.

—Estás dando al botón de subir el volumen.

—Oye, me pones unas gafas super inteligentes y no le añades los mandos en las patillas.

—Es un prototipo y tú eres el afortunado en probarlo.

Le quita el mando y aprieta el botón de encendido.

—Hola Carlos —Una voz masculina sale de un pequeño altavoz colocado en la patilla derecha—, me complacerá ayudarte en todo lo que pueda.

—Vaya, es como un asistente del teléfono.

—Soy algo más: puedo analizar el entorno en el que te mueves.

Los dos chicos se ríen ante la iniciativa del asistente.

—Está entrenado con tu forma de hablar y conversará contigo siempre que lo vea adecuado. Lo puedes desconectar con el mando o con el comando de voz «Sin Visión».

—Lo has llamado Visión… que friki.

—Es que es para eso. Blanco y en botella…

—¿Y por qué no me dice que tengo delante?

—El camino está despejado —contesta la voz de las gafas—. Si quieres más precisión: delante de ti tienes un tresillo a dos metros, a tu derecha a tres metros de distancia hay una cama de perro con uno tumbado justo al lado de la pared y a tu izquierda hay una lámpara de pie encendida.

—Te falta poner una cámara detrás.

—Justo detrás de ti hay una chica morena de pelo largo algo alborotado. Te recomiendo moverte hacia adelante para evitar el choque.

—Vaya control.

—Si algo viene deprisa por detrás te avisará para que te apartes. Y te indicará hacia dónde.

—Oye y ¿es guapa la chica que has visto?

—Cara simpática, altura media, medidas proporcionadas, estilo alternativo, dentadura perfecta, ojos grises claros…

—Vale, vale. Sabe hasta el color de tus bragas.

—No llevo.

—Oh, qué provocona.

Ríen los dos con ganas.

—Tienes una semana para que la pruebes en tu día a día. Apunta lo que veas que funciona mal.

—¿Cómo voy a apuntar…? Ah, vale, Visión me ayudará.

—Efectivamente. Espera…

—La chica se sitúa delante de ti. Ha cogido un cojín. Lo lanza a tu pecho.

El chico reacciona rápido y agarra el cojín antes de que le impacte.

—¡Eh! ¡Qué soy ciego!

—Muy bien. No pensaba que lo ibas a parar. La detección artificial es muy rápida por lo que debería darte tiempo para reaccionar.

—También cuenta que tengo reflejos de ninja. —Hace dos movimientos con las manos como si cortara el aire.

—Sí… eso también cuenta.

—La chica se acerca al perro.

—A ver Visión, la chica se llama Lurdes y la perra Lulú.

—Entendido. Se agacha y la está acariciando. Te mira y guiña un ojo.

—¿Cómo se guiña un ojo? —pregunta el chico.

—Cierras uno de los dos y el otro lo mantienes abierto —responde el asistente.

—Uf, le queda mucho que aprender —sentencia Carlos al escuchar la respuesta.

—Bueno será mejor que os deje para que os vayáis conociendo. —La joven se acerca más a la perra—. Hasta otro día guapa, si esos dos te dan mucho la turra, avísame.

Lulú suelta un gemido a modo de saludo.

—Mañana me acerco.

Carlos se mueve hacia ella.

—Lurdes está a dos metros… a un metro… menos de un metro.

Se para y extiende el brazo para coger el de la chica.

—Sabes que te puedes quedar a dormir… —Un silencio desconcertante los envuelve—… dientes perfectos.

—Lurdes está muy cerca —puntualizan las gafas.

Ahora es Carlos el que se extraña de la reacción.

—No me acuesto con ninjas.

—Espera, ya sé cómo eres y tú, ¿cómo me ves a mí? ¿Estoy follable?

—Eres como Brad Pitt… pero muchísimo más feo.

—O sea como todos.

Ríen de nuevo.

—Sé que algún día caerás en mis redes. Ahora tengo supervisión.

—Anda con cuidado, hasta que te hagas con los mandos.

El nuevo aparato electrónico le describe cómo la joven sale del piso y cierra la puerta. Hace un reconocimiento del entorno con Visión y empieza a ponerlo a prueba.

En la cocina se hace un par de huevos fritos, siguiendo las instrucciones de Visión y entre ellos comienza una relación conversacional de lo más fluida. Encuentran problemas para diferenciar la sal del azúcar, el aceite del vinagre, el agua del vodka y en general materiales que se parecen mucho visualmente. Antes de apuntarlo como fallo del sistema, decide intentar enseñar a la inteligencia artificial a diferenciarlo todo. Chequean las etiquetas y los textos para poder determinar el contenido de los distintos recipientes. Se da cuenta de que como lector de textos es una maravilla y no tarda en usarlo como guía de internet y como narrador de novelas a las que siempre le ha costado más acceder.

Observa por primera vez comer a su fiel compañera. Nada más irse Lurdes lo ha perseguido por toda la casa pendiente de sus necesidades. Visión también le ha servido para localizar y entender mejor el comportamiento de la perra. En varias ocasiones lo ha impresionado con acertados consejos para acomodarla mejor.

            Apunta un fallo para tener en cuenta: no se lo puede llevar a la ducha. Más tarde borra la sugerencia por ser un poco turbia.

A las tres y media de la madrugada unas voces lo despiertan. Tarda unos segundos en superar el estado somnoliento. Se acuerda de que en la mesilla ha puesto a cargar su nuevo juguete.

—¿Visión, qué hora es?

—Son las tres y treinta de la madrugada del domingo veintiséis de mayo de 2024.

Tras varios segundos de silencio las ganas de orinar lo animan a salir del cómodo colchón para vaciar la vejiga y volver después renovado a continuar su sueño. Lulú se despierta al verlo salir de la cama ya que tiene un pequeño catre en el cuarto. Esta vez va acompañado por su fiel compañera y el costoso prototipo de Lurdes. Sigue sus indicaciones con gran fluidez y descarga, sentado en la taza, los sobrantes de las últimas horas. Aprovecha y hace un seguimiento de los útiles para el aseo que tiene en esos momentos y elabora un principio de lista de la compra para el lunes.

De vuelta por el pasillo nota una caída de la temperatura muy pronunciada. La perra empieza a gruñir. Los pelos de todo su cuerpo se erizan acompañados de los bultos provocados por la piel de gallina.

—Hay un hombre en la puerta del salón —dice Visión y su portador se queda inmóvil. En ese momento se da cuenta de que se refiere a lo que ve por la cámara trasera—, de metro noventa, con un cuchillo en la mano derecha. Mira hacia nuestra posición.

Carlos nota cómo sus testículos se esconden dentro de su cuerpo y le produce un dolor intenso añadido al estado de entumecimiento que solo puede asemejar a las sensaciones de miedo y de terror que tantas veces se han descrito en las películas y novelas de género.

—Se acerca. Está a cuatro metros… tres metros… dos metros… un metro…

El chico y la perra corren hacia su habitación mientras son guiados por la inteligencia artificial, que intercala información de direccionamiento con el progreso del ser que ha aparecido en su salón.

Entran en el dormitorio y el humano termina de cerrar la puerta, ya que su acompañante nerviosa ha empezado antes que él a empujarla. Se alejan expectantes de la robusta madera. Lulú no deja de gruñir y el chico se agacha para calmarla. Nota sus temblores y el calor de su cuerpo lo tranquiliza también a él.

—Un brazo con un cuchillo atraviesa la puerta.

Carlos se cae hacia atrás mientras Lulú se mueve a su lado sin saber qué hacer. Ladra a la puerta y gime asustada.

—Ven pequeña.

Carlos la agarra y la abraza.

—¿Hay alguien ahí? —No se oye ningún ruido—. Visión, ¿ves algo?

—La puerta está cerrada y no hay nadie.

—¿Qué cojones?

Intenta pensar algo. Debería llamar a la policía, pero no sabe dónde ha dejado el móvil.

—¿Ves mi móvil?

—Espera. Levántate para que pueda ver alrededor.

El chico obedece.

—No está en la habitación. En el inventario del salón encuentro la existencia de un teléfono.

—Joder. Te puse a cargar y me olvidé del móvil. Espera… llama a la policía.

—Lo siento el sistema no dispone de ese servicio.

—Pues manda un email.

—Tampoco puedo mandar emails. ¿Lo apunto como posible mejora en el sistema?

Ignora la pregunta mientras intenta descubrir qué hacer. Poco a poco se acerca hasta el acceso cerrado. Mira a su alrededor.

—¿Ves algo que pueda usar para protegerme? —Su voz tiembla alterada por el momento vivido.

—Hay un paraguas a tu izquierda entre el armario y la pared.

—¿En serio?

Se extraña, ya que no se acuerda de ese rincón al que seguramente no ha accedido en varios meses. Explora en el hueco y saca el objeto lleno de polvo. Tose un par de veces.

—¿Dónde está Lulú?

—A tus pies.

—Vale preciosa, quédate aquí dentro. —La acaricia y esta le lame la cara—. Vete a tu sitio. —La perra se acurruca en su camastro gimiendo.

Sale de la habitación con cuidado, empuñando el paraguas a modo de espada de acero valyrio.

—Visión descríbeme todo.

—El pasillo está despejado. Al final en el salón se ve algo de luz parpadeante.

—¿Qué luz?

—Una luz de un televisor.

De nuevo, baja la temperatura a la vez que asume la imposibilidad del propio suceso: no tiene televisión desde hace años. Con el arma a punto entra en la sala de estar.

—En mitad del salón hay un tresillo y a los lados dos sofás individuales. Tienes uno de ellos a dos metros… un metro… ahora estás sobre el sofá.

—No es real. —Se asombra ante este descubrimiento.

—A tu derecha hay un televisor encendido. Delante de ti, a un metro, hay un tresillo. Un hombre desnudo está tumbado sobre una mujer también desnuda. Parecen dormidos.

Carlos se acerca.

—El hombre tiene el cuerpo lleno de sangre y la mujer también. Por la cantidad que se ve están muy mal heridos o muertos. Un cuchillo ensangrentado se encuentra en el suelo al lado del brazo que cuelga desde el sofá. El brazo de la chica.

—¿Cómo es?

—Rubia, tiene los ojos cerrados, delgada, de piel blanca.

—¿Y él?

—Con el pelo muy corto, complexión atlética y tiene un tatuaje tribal de un puñal en el brazo derecho. Está boca abajo sobre la mujer… Ha abierto los ojos.

—¿Quién?

—La chica.

Se escucha un grito terrorífico en los altavoces de las gafas y Carlos se las quita por acto reflejo.

—Sin Visión.

El sonido se apaga y las gafas se desactivan.

Vuelve por el camino que ya conoce a su habitación confuso y muy alterado. La temperatura parece volver a un valor normal en ese mes del año. Al entrar en el cuarto Lulú lo recibe nerviosa y alegre. Se sienta junto al choco de la perra hasta que esta se queda dormida. Intenta hacerlo también el resto de la noche, pero su cabeza funciona a cien por hora y se llena de pensamientos oscuros. Su cuerpo llega al límite y cae rendido.

Al parecer hay un problema de funcionamiento bastante importante.

—¿Estás seguro de lo que viste… digo oíste? —Lurdes en el tresillo lo mira incrédula por lo que le ha narrado.

—Tengo un dolor de espalda tremendo de la noche que he pasado. Me lo estuvo contando al oído como si fuera una película de terror. Ese chisme está muy mal.

—Llevo tres meses haciendo pruebas y no me ha dado ningún problema.

—¿De día?

—Claro, de noche duermo como todo el mundo.

—Pues nos acojonó toda la noche. Lulú la pobre no sabía qué hacer.

—Espera. Tengo un registro de todo lo que pasa con las cámaras y los diálogos que habéis tenido.

—¿Cómo? ¿Y no me lo habías dicho antes?

—Es que no es muy legal. Solo lo tengo activo para esta fase de pruebas.

—Me siento… —Pone un gesto de asco—… violado.

—Perdóname, no lo iba a revisar si no era necesario y te iba a pedir permiso.

—Vas a tener que esforzarte más para zafarte de este ultraje.

El chico cambia su cara y se muestra serio.

—¿Quieres un póster mío desnuda? —pregunta con una sonrisa pícara en la boca. Se conocen muy bien y sabe cuándo le toma el pelo.

—Sabes que no sirve de nada.

—Claro —replica divertida—, no tiene relieve.

—Qué arpía. ¿Y si me hubiera pajeado con las gafas puestas?

—Estarías en internet con millones de visualizaciones, pero tendrías que enfocar bien.

—Qué graciosa…

El chico mantiene su gesto de enfado mientras espera una respuesta.

—Venga… te estoy haciendo un favor con este proyecto. Somos pioneros. —No da su brazo a torcer—. Vale… te compro una caja de cervezas y dos calipos de limón.

Carlos gira la cabeza en su dirección todavía enojado.

—Dos de limón y dos de fresa —dice y sonríe triunfal.

—Qué aprovechado eres capullo.

Con la sonrisa en sus caras se disponen a enchufar las gafas en el portátil de la chica. Esta abre un software en el que se visualizan las cuatro cámaras que llevan integradas las gafas. Transfiere los datos en un minuto y empiezan a reproducir el contenido.

—¿A qué hora era?

—A las tres y media.

—¿Esa no es la hora del diablo?

—Anda tía, no me acojones todavía más.

—A ver…

La línea de tiempo del reproductor de video marca la hora en el que se grabó las imágenes. En el transcurso de la reproducción se van seleccionando elementos del entorno que luego pasan a ser información para el usuario. Llega al momento indicado y ve en el espejo del baño a Carlos con las gafas puestas.

—Veo que duermes con pijama.

—Qué torta te daba.

—¿Para qué quieres un espejo en el baño?

Ríe y mueve el deslizador hasta conseguir las imágenes de regreso al cuarto.

—Hostias…

Lurdes no puede dejar de mirar sorprendida lo que sucede en las imágenes en las que el asistente narra la situación a Carlos. En realidad, no ve nada raro en el entorno, pero el programa va marcando siluetas de objetos y personas que no están en el piso. Aprecia a la perfección cómo una selección, en la que entra un hombre con un cuchillo enorme en la mano, sigue a su amigo por el pasillo de camino a la habitación. Después lo ve salir con el paraguas en la mano.

—¿Saliste con el paraguas? ¿Contra un cuchillo de carnicero? Vaya huevos.

—Tenía la mente nublada. Mejor que las cervezas cómprame una porra extensible y un táser.

La chica vuelve a revisarlo varias veces y no da crédito a lo que ven sus ojos.

—Es alucinante —dice mientras apoya su espalda en el sofá—. Esto sí que no me lo esperaba.

—¿Piensas que me invento algo así por gusto?

—Pensaba que era una treta tuya para que me quedara por la noche contigo.

—No necesito esas artimañas, guapa… esto… entonces, ¿te quedas a pasar la noche?

Lurdes calla unos segundos.

—He de reconocer que como estrategia es muy buena.

—¡Bien! ¡Fiesta de pijamas! Nos lo vamos a pasar en grande.

—Pero nuestro amiguito visionario también está invitado.

—Tres es multitud. —Expresa su fastidio—. Espera… ¿te molan los tríos? —Se muestra expectante por la posible respuesta.

—Mientras no sea con otro ciego, me apunto.

—No sé si vamos a dormir, como sigas así.

—Ya te digo yo que no. Me voy a casa a por muda y un cepillo de dientes.

—Y el pijama.

—No uso. —Sonríe mientras se acerca a la puerta de salida.

—Qué fresca.

Antes de marcharse se gira para mirar al anfitrión.

—Me paso por el chino.

—De acuerdo, recuerda mis cervezas y los calipos.

Tras decir esto le saca la lengua.

A las dos horas llega con la comida y una mochila con sus enseres y una tableta electrónica muy potente. El sistema de cámaras de las gafas lo puede monitorizar en tiempo real desde el dispositivo móvil y de esa manera ganan portabilidad para su futura sesión nocturna.

Lurdes se pasa varias horas antes de cenar navegando en su ordenador mientras investiga el posible error que ha cometido con la programación del prototipo. Realiza pruebas, con muchas variables, en el propio entorno: con la luz apagada, con una distribución diferente, con varias cámaras tapadas, con ajustes de la precisión que utiliza la inteligencia artificial y no encuentra nada extraño. El parámetro de precisión lo considera muy importante ya que si es muy bajo el sistema se inventaría lo que ve, aproximando el resultado a lo que conoce: una farola podría asemejarla a una columna o a un árbol. En cambio, si es demasiado alto no detectaría nada ya que si no tiene el objeto exacto delante no lo relacionaría con el fotograma capturado y analizado. Todo es correcto.

Carlos se entretiene escuchando podcast en los que se habla de apariciones fantasmales y de la hora del diablo. Varios presentadores se proclamaban como videntes o personas con sensibilidad especial. Cae por casualidad en uno que dedica un programa a fotografías hechas a fantasmas y esto atrae la atención de los dos jóvenes.

—Oye, a mí me cuadra. Has entrenado este chisme con las fotos de fantasmas y ahora los ve por todos los lados.

—Sé que hay bancos de imágenes para entrenar, pero no he visto todas. Es imposible. Qué raro… Si fuera así, ¿por qué no los vemos más a menudo?

—Joder, me veo llamando al tipo este del misterio.

—Es muy tarde. Vamos a cenar para luego estar preparados.

—Lo digo en serio, ¿no deberíamos llamar a un experto… o a un cura?

—A ver. Sé que da mal rollo, pero no te pasó nada ¿no?

—No. Solo que dicen que puede ir a más.

—Usaremos el paraguas.

—Vete a la mierda… ¿Mañana no tienes que currar?

—Sí, iré como pueda.

La chica calla unos segundos mientras observa al chico ciego.

—Puede que seas una de esas personas especiales que pueden hablar con los muertos.

—Qué graciosa.

—No es broma. A mí no me ha pasado nunca. Si no es una interferencia o un mal funcionamiento puede que tú lo provoques.

—El ciego vidente. Alguien en algún lado se está descojonando de nosotros.

—Puede que sea un error del prototipo. Voy calentando la cena.

Comen con ganas y conversan sobre cómo afrontar las horas que les quedan por delante. También, intercambian algunas confesiones personales que los une con más fuerza. Se ríen, se calman mutuamente y juegan un poco con la perra.

A las dos de la mañana se quedan dormidos en el salón en pijama.

A las tres y veinticinco Lurdes se desvela. Todo parece en calma. Se pone las gafas.

            —Visión, describe la situación.

            —No hay nada delante de ti —segura a pesar de que no hay apenas luz—. Hay una pared a tres metros y una puerta a cuatro metros y medio. El pasillo está más a la izquierda a cinco metros de distancia.

            La chica se mueve por la estancia sin notar nada. Lleva la tableta electrónica en las manos y puede observar los resaltes que hace la aplicación sobre lo distintos entornos de la habitación.

—Carlos despierta. —Se acerca al sofá donde se ha quedado dormido—. Carlos. Carlos.

—¿Qué…? ¿Qué pasa?

—Es la hora. Son las tres y media.

—¿Y qué?

—Tienes que ponerte las gafas.

—¿Qué dices? —pregunta indignado— Habíamos quedado que te las ponías tú.

—Joder, tío. No puedo mirar a la tablet y a la vez observar lo que pasa. Además, conmigo funcionan normal.

—Pues eso me lo tenías que haber dicho.

—Póntelas, no seas cansino.

Accede a regañadientes y nada más ponérselas la temperatura baja lo menos diez grados de repente.

—Qué frío. Ayer pasó lo mismo.

—Esto no me lo habías contado.

—No escuchaste los podcast o qué. Es lo primero que dicen.

—Estoy helada. —Se arrepiente por haber traído un pijama de verano.

—Se me han puesto lo pezones para colgar perchas.

—Hostias, qué dentera.

—Delate tuyo, —Visión interviene—, a cuatro metros, hay un hombre con un cuchillo de carnicero.

Mecagüen la puta. —Ambos se ponen tensos— ¿Lo estás viendo?

—Hay una silueta en la imagen que parpadea… parece que se ve un cuchillo.

—El hombre se acerca. Está a tres metros… dos metros…

—Lurdes, qué hago.

—Muévete a tu derecha. ¡Rápido!

El chico se mueve algo torpe.

—Un metro…

—¡Quítamelo! —corre como si llevara un avispero en las manos.

—Dos metros…

—Ahora de frente. Hay un sofá delante de él, no lo puede atravesar. —En la pantalla parpadea también la selección perteneciente al sofá además de la del hombre armado.

—Un metro…

—¡Quítamelo! —grita mientras corre hacia adelante.

—Un poco a tu izquierda. Al pasillo. Cuidado con la pared.

—Está muy cerca… —puntualiza el asistente.

—¡Por dios! ¡Quítamelo! —Sigue agitando las manos nervioso y asustado.

—Ahora a la izquierda —dice Lurdes apurada.

Los dos entran en la habitación donde ya se encontraba Lulú tumbada en su camastro. Cierran la puerta nada más hacerlo.

—Un brazo atraviesa la puerta con el cuchillo en la mano —sigue narrando la voz artificial—. Desaparece. Aparece. Desaparece.

—Otra vez, lo mismo. Esto es increíble. —La chica no puede dar crédito a los sucedido. Lo que pensaba que era un fallo casual ahora confirma como un error perfectamente reproducible.

—Menos mal que el arroz es astringente —afirma el joven asustado.

—Espera… sigue mirando a la puerta.

—Lurdes se acerca hasta la puerta y apoya la cabeza en ella.

—¿Qué haces? ¿Estás loca?

—Calla. —Tras unos segundos—. No se escucha nada.

De repente, un golpe fuerte hace vibrar la madera.

—Hostia.

—Lurdes se acerca corriendo.

Se agarran mientras esperan pendientes de lo que pueda entrar.

—Es una pasada —dice el chico con cara de asombro—. ¿Has sentido el frío igual que yo?

—Sí, lo he notado. Lástima que no haya puesto un sensor de temperatura.

—Sería mejor que un detector de psicópatas infernales.

—Vamos a ver qué hay fuera.

—Joder. Tú estás loca.

—No creo que pueda hacernos nada.

—Hostias no… ¿Y la temperatura y el golpe en la puerta? Ayer no la golpeó. Creo que hoy está siendo más intenso.

—En la sala no podía seguirnos porque la distribución era distinta. Está limitado por esa configuración. Además, dijiste que después no lo volviste a oír.

—Puff ¿Has traído algo…?

—Como qué.

—Un crucifijo, una ristra de ajos, agua bendita… ¡algo! ¿O tengo que usar el paraguas?

—¿Ahora eres creyente?

—No sé, toda ayuda es bienvenida.

—Venga. Te sigo.

—La puerta está a cuatro metros… tres metros… dos metros…

—¿Estás segura? —Se para antes de abrirla— ¿No prefieres echar un polvo?

—Qué pesado eres.

—Un metro… Delante tienes el pasillo. Puedes girar a ambos lados. A tu derecha tienes el acceso a la sala de estar y el baño y a la izquierda otra habitación.

El chico se gira hacia el salón.

—¿Hay alguien?

—No. Está todo despejado.

—Avísame ante cualquier cambio.

—Correcto Carlos. El acceso está a tres metros… dos metros… un metro… estás dentro.

—¿Ves algo raro?

—Todo está bien —contesta Visión.

—No, no está bien —replica Lurdes—. ¿Notas la bajada de la temperatura?

—Otra vez, nos va a matar de pulmonía.

—Céntrate…

—A ver Visión descríbeme el salón.

—Hay un tresillo en la mitad, dos sofás individuales…

—Vale. ¿Qué hay en el sofá grande?

—Un hombre desnudo sobre una mujer, también sin ropa.

—Descríbelos.

—El hombre es de complexión atlética, pelo muy corto y moreno, está depilado, piel morena, atractivo.

—¿Qué clase de asistente me has puesto?

—Calla.

—Sigue Visión.

—Está sobre un chica rubia, de pelo rizado, piel blanca, atractiva.

—¿Tienen algo especial?

—Están ensangrentados, parece que han muerto. El hombre presenta varias marcas de puñaladas en su espalda. Puedo contar doce.

—¿Se ha tragado un CSI?

—¡Te quieres callar! —habla en voz baja, pero enfatiza cada fonema.

—Sigue Visión.

—Tiene un tatuaje tribal en el brazo. Parece un cuchillo o una punta de lanza.

—¿Y la chica?

—Tiene un pirsin en el ombligo. Una rosa tatuada en su antebrazo izquierdo. Está dormida.

—¿Por qué lo sabes?

—No tiene ninguna marca de puñal, aunque la cubre mucha sangre. Ha abierto los ojos.

Un chillido terrorífico les hiela la sangre.

—Joder. Sin…

—No —le corta la joven—. Dile que te describa lo que pasa.

—¿Visión qué ocurre?

—La mujer llora y grita al ver al hombre muerto sobre el sofá.

—Creo que está confundiendo los lugares.

—¿En serio? —Carlos se lo piensa unos instantes—. Visión inspecciona la sala.

—¿Qué haces?

—Déjame. Visión adelante.

Los dos jóvenes se mueven por la estancia libre de obstáculos.

—Pasas por encima de los dos cuerpos. Estás frente a la puerta de entrada.

—¿Hay algún mueble?

—Sí, hay un recibidor a la derecha de la puerta. Estás a tres metros… dos metros… un metro. Hay llaves y cartas.

—¿Ves la dirección?

—La mujer ensangrentada está al lado tuyo.

—¿Qué?

Carlos se gira para mirar hacia atrás y nota que algo le quema la piel en el antebrazo derecho.

—¿QUIÉN ERES? —La voz sale del altavoz de las gafas. Suena como si el príncipe de las tinieblas hubiera hablado por él.

—¡Ay, me quema! ¡Quítamelo!

—Apágalo —propone Lurdes.

—¡Corre! —dice el chico y sale disparado hacia el pasillo.

—La pared está a dos metros. Vete hacia la izquierda. Sigue recto un poco a la derecha. Ahora a la izquierda.

Lurdes lo sigue y son dirigidos al cuarto del chico por Visión. Dentro vuelven a cerrar la puerta. Nada más cerrarla suenan dos golpes fuertes contra la madera.

Se juntan en el camastro de la perra y esta se une al desconcierto.

—¿Qué ha pasado?

—Me ha tocado en el brazo y quemaba como el hielo.

La chica le mira el antebrazo y lo ve enrojecido.

—Tenemos que ir a por algo para curarte.

—¿Y salir ahí? Puedo vivir sin un brazo, no me costará mucho.

—Vale iré yo. Tú quédate con Lulú.

—No seas insensata. Esto es un rasguño. No quiero perderte —remata con voz afligida.

—Qué bobo eres.

—Vale, pero llévate el paraguas.

La chica se resigna a aguantar al teatrero de su amigo.

—Lurdes se aleja en dirección a la puerta.

—¿Lleva el paraguas?

—No.

—Insensata. ¡Ponte una rebequita!

La joven desaparece por la puerta. Y la cierra nada más salir.

—Tranquila Lulú, mama estará bien. Es más fuerte que nosotros.

La perra lo mira y le da dos lametones.

De repente, se abre la puerta lentamente hasta pegar con la pared.

—¿Qué pasa Visión?

—La mujer ensangrentada se encuentra en la entrada de la habitación.

Nada más oír a Visión se apresura a buscar el paraguas por el suelo.

—¡TÚ LO HAS MATADO!

—Hostias. —Da un respingo por el susto del altavoz—. ¡Yo no he matado a nadie!  ¡Había un hombre enorme con un cuchillo de carnicero!

—¡Lo has visto! —Esta vez, es una voz dulce de mujer.

—Bueno, yo soy ciego, pero está grabado.

—¡TE RIES DE MÍ!

— La chica está enfrente de ti.

—¡Ah! —grita mientras consigue coger el paraguas y abrirlo. Se lo pone delante.

Durante unos segundos no pasa nada.

Alguien le quita el paraguas de las manos y pega otro grito asustado.

—¿Qué pasa? —pregunta Lurdes.

Carlos se abraza a ella nervioso.

—Eres tú. Eres tú.

—Sí, y me estás ahogando.

—Ha funcionado. —Empieza a reír nervioso—. Ha funcionado.

—¿El qué?

—El paraguas.

—Apaga a Visión y déjame que te cure esa herida.

Carlos se deja querer ante los cuidados básicos que le ofrece Lurdes y consigue que se acueste con él, alegando que no quiere estar solo esa noche. Por si acaso. Ella accede ya que tampoco quiere quedarse sola. En la cama hablan de la extraña situación y elaboran hipótesis de las distintas posibilidades. La mujer de la pesadilla culpa a Carlos de haber matado al hombre por lo que la teoría más fiables es que el extraño que empuñaba el cuchillo fuera el culpable.

Los momentos serios y las risas al recordar el pánico vivido les ayuda a tranquilizarse y conseguir conciliar el sueño.

Por la mañana Carlos se despierta solo en la cama. Cuando llega al salón se da cuenta de que Lurdes todavía anda por allí.

—Te he preparado café.

—¿No tenías que ir a currar?

—Me he tomado el día libre. Por gripe.

—Qué mentirosilla y qué madrugadora.

—Digamos que me has echado de un pollazo.

—¿Qué?

—Que empezábamos a ser demasiados en esa cama.

—Ah, perdona, cosas de la física. Me pongo muy cariñoso por las mañanas.

Carlos sonríe con los pelos alborotados y media funda de almohada grabada en su cara. Se asea en el baño y vuelve a la sala de estar algo más presentable.

—¿Tú no tienes que ir a clase?

—Creo que me has pegado la gripe.

La joven sonríe agradada por el comentario. Aunque, está claro que Carlos no se puede enterar.

—Deja de mirarme con cara de boba —dice después de unos segundos en silencio.

—¿Qué dices creidillo? —Se sorprende de que la haya descubierto.

—Uy, que te has enamorado.

—Sí, —Se ríe con lágrimas en los ojos—, los tíos que saben manejar el paraguas me ponen mucho.

—Ni se te ocurra dejar el cepillo de dientes —dice riendo a la vez que ella.

—No, no tranquilo.

Mientras Carlos saca a pasear a la perra Lurdes prepara alguna tostada. Desayunan escuchando la radio.

—Antes de que te levantaras he descubierto quién es la chica que nos ha visitado de noche.

—¿Qué cojones? ¿Llevamos tres horas mareando la perdiz y no me dices nada?

—No quería romper el momento. —Sonríe ante la cara de estupefacción del chico.

—Puedo sentir esa sonrisa de satisfacción y superioridad que muestra tu boca.

—¿Ah sí? Sientes mi boca.

—¡Quieres decirme quién es, que me estás poniendo de los nervios!

Lurdes tarda un rato en recuperarse de la risa.

—He vuelto a ver lo que pasó y me he centrado en el mueble de la entrada. Tu idea era muy buena. Así podíamos ver el remite de alguna de las cartas.

—Soy una fuente inagotable de buenas ideas.

—Sí, pero siempre te quedas a medias. Le he pedido a Visión que volviera a analizar las imágenes y me ha dado varias opciones. He comprobado todas y resulta que en la cárcel de mujeres de Alcalá Meco hay una presa que se llama Rosalía García Castro acusada de haber matado a su novio hace quince años.

—Puede ser una coincidencia y que no se trate de nuestra fantasma. Espera… no está muerta.

—No. En breve creo que la pasan al tercer grado. La familia del novio está todavía luchando para que no salga.

—Sigo pensando que no tiene por qué ser nuestro caso. Ni tu ni yo la hemos visto. Solo son manchas en una grabación.

—Pero Visión sí la ha visto y me lo ha confirmado. En una foto que he conseguido de internet se ve con claridad el tatuaje en el antebrazo. Hay un artículo que te va a dejar con el culo torcido.

—A ver, ya me espero cualquier cosa.

—Te leo: «La joven de veintidós años natural de Madrid se declaró inocente, alegando que en el apartamento había un chico con gafas que le confesó haber visto a un hombre con un cuchillo de carnicero. Su declaración se debilita cuando afirmó que había desaparecido detrás de un paraguas justo en sus narices».

—No me jodas.

—Lo del paraguas me lo he inventado. —Se ríe con ganas.

—Qué tía.

—Declaró que el chico salió corriendo, pero estoy segura de que pasó lo que vivimos ayer.

—Es una puta locura. —Lleva con la cara de asombro un buen rato—. Entonces, me conoce… Yo tenía siete años.

—Y yo ocho.

—¿Vamos a ir a visitarla?

—No sabemos quién es el culpable. Yo creo que sería precipitarse.

—Te imaginas estar encerrada por algo que no has hecho. Estar quince años.

—Ya, es muy fuerte.

—Si me ve, me puede meter en un lío.

—No creo que se acuerde y tú tenías siete años en aquella época.

—Hay que decirle que nosotros la creemos.

—Yo me encargo. Hay uno en el curro que tiene muchos contactos.

Vuelven a intentar pasar un día normal sin lograrlo. La nube de las apariciones de Rosalía se coloca sobre sus cabezas sin posibilidad de disiparse. Es entonces cuando Lulú los saca del embrollo y los obliga a hacerla caso, a jugar con ella y a salir del lugar donde convergía el espacio tiempo de una manera inusual.

Al volver pasó lo que tenía que pasar. Esta vez sin invitar al tercero en la ecuación: Visión.

Cuatro días después consiguen una cita con Rosalía en la Cárcel de mujeres. La cita debe ser presenciada por su abogado. Petición expresa del letrado.

La pareja de pioneros tecnológicos intenta volver a reproducir la anomalía una noche más para descubrir al verdadero asesino, pero después de haber terminado con una raja en la tripa de Carlos, superficial gracias al paraguas, deciden regresar al mundo real y seguir su investigación por derroteros más normales.

—Está Rosalía sola —dice Lurdes.

Se encuentran en la penitenciaría.

—Visión confirma ese dato —Carlos se lleva la mano a las gafas.

—Hay una puerta metálica con una ventana de cristal grueso a cincuenta centímetro. Por la ventana se ve una mujer sentada detrás de una mesa. También hay dos sillas delante de esa mesa.

—Eres un poco capullo.

—No se lo tengas en cuenta Visión.

—Te lo digo a ti.

—Ponte detrás de mí, muñeca. —Carlos le enseña el paraguas para acompañar su propuesta.

—Qué valiente eres ahora que no es de noche ni estamos en la hora del diablo. Y guarda ese chisme que hace treinta grados a la sombra. Nos van a echar. Todavía no sé cómo te han dejado pasar con eso.

—Es una buena herramienta para un pobre ciego.

Un funcionario de la prisión les abre la puerta y pasan al interior.

—No… no puede ser. —Rosalía se asombra y mira incrédula al joven con las gafas.

—Hola Rosalía. Me llamo Lurdes y este es Carlos.

—Siento mucho todo lo que ha pasado.

—Pero es imposible. Bueno no estoy loca. —Se muestra impresiona tras esta afirmación—. Tú mataste a Javier.

—Se equivoca. Es verdad que estuve, pero como usted dice: «es imposible».

—¿No iba a asistir su abogado? —pregunta Lurdes.

—Ahora viene. —Desvía la mirada hacia el ventanuco de la puerta—. Ahí está.

El letrado entra en la estancia y con rapidez se dirige a su asiento al lado de su clienta. Nada más sentarse se queda sin habla al ver a Carlos frente a él.

La temperatura baja diez grados de repente.

—Soy Rodrigo Momento.

—¿No habéis notado la bajada de temperatura? —pregunta Lurdes.

Confirman con la cabeza.

—Creo que hay alguien más con nosotros —asegura Carlos—. Permitidme que os presente a Visión. A ver Visión descríbeme lo que ves.

—Delante de ti, a dos metros, hay un hombre corpulento al lado de una mujer rubia.

—Son Rodrigo y Rosalía.

—Encantado…

—Sigue.

—Al lado de la mesa hay un joven desnudo, con el cuerpo ensangrentado, que apunta con el dedo a la cabeza de Rodrigo.

Carlos se levanta con el paraguas preparado en la mano.

Cliente y abogado recuerdan ese objeto. Recuerdan haberlo visto la noche en la que murió Javier a manos de Rodrigo. Rosalía acaba de descubrir que el hombre que le había confesado un amor incondicional es en realidad el asesino del único amor verdadero que había tenido en su vida.

FIN

Karma 2.0

Asunto: KARMA v2.0. El Diablo está presente en la red.

De: epa@jgg.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Buenos días.

Necesito con urgencia que la iglesia o el papa hagan algo y cierren una página web que ha sido creada por el mismo señor de las tinieblas. Está en circulación y al alcance de todos. Yo acabé en su dirección por casualidad y casi no lo cuento.

Conocí a una chica nueva de mi oficina hace unos meses. Entre papeles, rutina y tediosas tareas congeniamos de una manera inusual. De repente, los días grises se convirtieron en una gama de colores excitantes y motivadores. Confesamos nuestros miedos, aficiones, gustos y cultos.

Le atraía el budismo por lo que busqué información por internet sobre él. Quedé fascinado en un principio por su doctrina. Pienso que se deberían añadir varios puntos al cristianismo, pero eso es otro tema. El caso es que apareció ante mí el concepto de karma. Según la explicación oficial consiste en la creencia de que todo lo que hagas en esta vida te influirá en el futuro o en tus vidas posteriores. También creen en la reencarnación, claro.

Estudiándolo con detenimiento me fascinó. Numerosos creyentes daban constancia de vidas pasadas y reconocían su estatus actual debido a su comportamiento anterior. Algunos habían sido redimidos de sus pecados o sus actos negativos y ahora disfrutaban de una notable existencia.

Enlace a enlace y buceando por curiosidades encontré la página titulada Karma 2.0. En ella se proponía un sencillo test para conocer las posibles repercusiones en un futuro cercano de mis últimas acciones. Pulsé en el botón que llevaba la etiqueta de «Karma Test».

La siguiente pantalla me advertía de la seriedad de la aplicación con el siguiente texto:

Para un óptimo resultado es necesaria la sinceridad y tomar al oráculo con seriedad. Si no se siguen estas indicaciones el resultado puede ser inadecuado.

Ningún dato aquí expuesto se guardará en un soporte digital.

Obviamente estaba en internet y este tipo de apreciaciones me las pasé por… bueno, no hice caso. Pulsé en el botón de continuar. En la siguiente pantalla me indicó que le escribiera cómo quería que me llamase. Le puse «Putoamo». En año de nacimiento introduje el «69». Seguí adelante y llegué a un decálogo de buenas acciones. La pantalla hizo una interferencia rara, pero no le di mucha importancia. Las diez acciones venían encabezadas con una frase que me pareció curiosa.

Hola, Puto, ¿has hecho algo bueno esta semana?

Me había cambiado el nombre. Me pareció muy cachondo por lo que proseguí con mi elección. Además no vi la manera de poder cambiarlo. Entre varias opciones muy altruistas y humanitarias me decanté por una que rezaba: «He realizado todas mis tareas a tiempo». No era la más espectacular, pero como preveía la siguiente pregunta me pareció la más adecuada.

Pulsé en «Siguiente».

Muy bien, Puto, has sido una persona buena, pero puedes mejorar.

Ahora, Puto, ¿has hecho algo malo esta semana?

Aquí me lo veía venir y elegí la más interesante: He torturado y matado a un ser vivo. De la lista con las diez acciones negativas me decanté por la más destructiva. Podía haber indicado anteriormente que había salvado la vida de un ser vivo y no lo hice porque en mi cabeza sonaba razonable lo de una vida por la otra. Pensaba que se anularía el efecto ya que estaban en extremos opuestos.

Seguí con el test y ya no me preguntó nada más. Ante mis ojos aparecían y desaparecían palabras mientras una cuenta pasaba por siete cálculos mágicos. Después del séptimo proceso la aplicación me mandó un mensaje.

Posees un karma muy descompensado. Para llegar al equilibrio perderás uno de tus ojos y uno de tus brazos en un plazo de una semana.

Camina con conocimiento de tus semejantes y trata a todos los seres vivos como te gustaría que te trataran a ti. Nos encontraremos de nuevo.

Sé feliz, Puto.

 Me quedé sorprendido ante la claridad de la sentencia. ¿Sería lo mismo matar a una hormiga o a una persona? El veredicto no necesitaba de esa aclaración. Si el muerto que confesaba era un insecto no me salía a cuenta lo de mis posibles pérdidas. Sin embargo, a cambio de un asesinato, a lo mejor sí estaría más proporcionado.

Una mosca superdesarrollada, ya que era siete veces una normal, se estrelló contra el cristal de mis gafas dándome un susto de muerte. Duró un milisegundo en el que el aleteo desconcertado del bicho me alteró demasiado. También ayudó a la aceleración de mi ritmo cardíaco la sugestión que experimentaba después de usar la aplicación.

Me reí en soledad para quitarle hierro al asunto y negar que algo tan aleatorio pudiera influir en mis convicciones.

El móvil empezó a vibrar para llamar mi atención sobre un grupo de amigos que compartía. Llegaron siete mensajes casi seguidos por lo que no pude desatenderlo. Había una feria medieval en el centro de la ciudad y uno del chat nos animaba para que fuéramos a dar una vuelta. Se hacía una vez al año y casualidad, coincidía que era este fin de semana. Construían puestos de venta ambulante con maderas y se disfrazaba una amplia zona para ambientar el festejo. Era muy común en muchas ciudades y pueblos españoles. Entre varias actividades propias de aquellos años se encontraban las exhibiciones de arco y flechas, de tiro con ballestas y de duelos con espadas y armamento pesado.

¿Qué podía salir mal? Pensé cuando me saltaron varias alarmas sobre mi integridad física y la posibilidad de dar veracidad al test realizado. Las dudas se me disiparon nada más ver en una de las historias de mi compañera de oficina que ya estaba en la feria. Me imaginaba una tarde agradable en la que sumaría muchos puntos si le regalaba algo de bisutería esotérica. Sabía que le encantaba.

Todo por amor.

Salí de casa enfundado con mis metas más optimistas sin dar crédito a ninguna creencia pagana y tomé rumbo al lugar donde se divertían mis amigos. He de reconocer que en el justo momento de atravesar el umbral de la puerta de acceso a mi apartamento no pude evitar santiguarme como se lo había visto hacer a mis abuelas y a las ancianas del pueblo. Miré hacia los lados antes de conjurar la costumbre católica para asegurar que no me viera nadie.

La ruta más directa pasaba al lado de unas obras urgentes, de esas que cambian la configuración vial de toda la ciudad y que por consiguiente, debían realizarse también en fin de semana. Me sorprendí buscando otra alternativa menos aparatosa y más segura. Después de pensarlo y reconocer el absurdo de la situación tomé el camino más corto. Las risas que se iban a echar los colegas a mi costa cuando se lo contase, me animó a restarle importancia e intentar continuar con mi vida de manera normal.

El trago de incredulidad me duró hasta que el ruido de un martillo neumático me hizo dar un brinco hacia el escaparate de un comercio que tenía la persiana echada. La estructura metálica sonó casi más fuerte que la herramienta mecánica. Los transeúntes se sobresaltaron por mi reacción molestos ante una alteración de sus sentidos tan extraña. Me di un golpe muy fuerte en el hombro izquierdo contra el hierro.

—Estoy bien, estoy bien…

Quise tranquilizar al personal y a mí mismo. Notaba que mi extremidad colgaba sin problema de mi cuerpo. Solo se encontraba algo resentida.

La circulación volvió a la normalidad medio segundo después de comprobar que se trataba de un imbécil con una atracción extraña hacia las persianas metálicas.

Reanudé mi marcha y una paloma voló por encima de mi cabeza. Me agaché como si el mismo cuervo del infierno me viniera a sacar los ojos. Un grito agudo de pavor salió de mi tensa garganta.

—¡Joder! —protestó un cincuentón que casi me atropella.

—Perdona.

En mi defensa he de decir que la afición por visitar las terrazas desarrollada por varios tipos de aves urbanitas hace que sus vuelos sean cada vez más rasantes sobre nuestras cabezas. Suelen tener muy buenos reflejos, pero hoy podría ser el día en el que me topara con un pájaro torpe.

Por cada cruce regulado por semáforos sufría otra crisis que me paralizaba y me obligaba a comprobar mil veces la seguridad del tráfico. Al final corría de una acera a otra como si me quemaran los pies en la arena ante la cara de asombro de la gente que me rodeaba.

Los intentos por seguir con mi vida de manera normal no parecían muy efectivos. Me doy cuenta de que es uno de tantos motivos para cerrar esa dichosa página. Ya sé que en estos entresijos de la fe es importante el temor al ser omnipotente al que se venera, sin embargo, tanto temor me parece muy cargante.

Me puse los cascos inalámbricos para ver si me calmaba. Ahora lo veo como una temeridad por mi parte: anular el sentido del oído en semejante estado de emergencia seguro que no se encontraba entre las primeras opciones lógicas de seguridad. En ese momento me pareció una buena idea. Evité el Death Metal ya que, a mi parecer, era muy adecuado para un accidente gore y elegí un disco de Hard Rock.

El riff pegadizo de la primera canción provocó una tranquilidad casi inmediata en mi interior.

Jimmy ya no es ese joven soñador.

La vida cruel ha roto su corazón.

Un idiota infiel que error tras error

acabó por perder a su único amor.

El aislamiento que conseguí me hizo avanzar muy rápido e ignorar todas las señales que con anterioridad me provocaban alteraciones en mi conducta normal. Un chico en un patinete eléctrico pasó a toda velocidad a pocos milímetros de mi espalda. Había decidido tocar su timbre para que me apartara en vez de aminorar la marcha. Lo vi despotricar mientras se alejaba a una velocidad, a mi parecer, fuera de lo normalizado.

Alguien se dio cuenta de que estaba tarareando la siguiente estrofa en un imperfecto inglés. Me lanzó un gesto sutil, pero evidente, con el que me demostraba el poco interés que debían tener los demás sobre mis gustos musicales. Me sentí como si fuera en un coche con la música a tope y las ventanillas bajadas.

Mara, decepcionada, sin su juventud,

apuesta con su alma a favor de la luz

que vio en esa mirada vestida de azul.

Dos aves enjauladas, una vida en común.

El suelo vibró justo cuando llegaba el subidón del estribillo. La canción me tenía ganado y en ese momento era uno más del coro de la banda de rock.

Woah, decían que se amaban,

oh-oh, ninguno, midió sus palabras.

Woah, anhelaban viejos tiempos.

Oh-oh, sus manos entrelazadas.

Esa fuerza imparable que ardía por las noches y hacía dulces las mañanas.

¿Dónde quedaron? ¿Por qué abandonaron la batalla?

Cuando me di la vuelta encontré el motivo del movimiento de baldosas: un bloque de hormigón de la obra que condicionaba el tránsito por esa calle había caído a unos metros detrás de mí. Los obreros se apresuraron a parar la circulación y lo recogieron de inmediato. Gracias a Dios, no hubo que lamentar ningún daño personal. Me quité los cascos asustado y salí corriendo hacia mi destino. No iba a dar más oportunidades al karma para demostrar su saber hacer.

Frené justo al llegar a la peatonal en la que se había montado la feria. El ambiente era espectacular. Personas de todas las edades disfrutaban de los puestos y atracciones medievales montadas para el evento. Numerosas ofertas gastronómicas hacían las delicias de padres y madres mientras sus retoños se balanceaban en columpios de madera o se preparaban para girar en una especie de tiovivo impulsado por un ingenioso mecanismo que activaba con esfuerzo el feriante mediante una manivela.

Otra vez, los miedos sugestionados hicieron su aparición. Un puesto con preñados de chorizo apetitosos se convertía, en mi mente, en un lugar con contenedores de grasa que amenazaban con dispararla y destrozarme el ojo. La sección de cetrería, llena de picos y garras me provocaba escenas grotescas y muy dolorosas en las que la frase «cría cuervos y te sacarán los ojos» cobraba un realismo insoportable. Las espadas, escudos, hachas y demás armas pesadas de la época no ayudaban a apaciguar una imaginación demasiado intoxicada con comics, películas y series en las que proliferaban las amputaciones de miembros y de extremidades sin ningún miramiento.

Alterado me dispuse a encontrar a mis amigos. A ver si en compañía me distraía y conseguía superar este mal trago. Había demasiada gente para poder localizarlos. Era difícil concentrarse con tanto peligro potencial a mi alrededor. Un niño gritó por algún motivo y yo casi lo repliqué por acto reflejo. Un ladrido de un perro minúsculo me perforó el oído. Una mano en mi espalda acabó sacando ese alarido contenido.

—¿Qué te pasa tío? —Era Pedro, mi colega.

—Nada, nada. —Solté una risa forzada.

—Estamos en las gradas para la demostración de tiro con arco y ballesta.

—Que bien… yo…

—Venga vamos que nos lo vamos a perder.

Me guio hasta el lugar donde se encontraban otros dos amigos sentados. El espectáculo estaba a punto de empezar. Lo veíamos desde un lateral en la tercera fila de una grada con seis alturas. En el medio de una pista de arena un arquero con los ojos vendados pedía al público que guardara silencio ya que debía concentrarse en su objetivo. A veinte metros delante de él tenía una manzana sobre una columna de madera de metro setenta. Hizo dos veces la gracia de apuntar a las gradas mientras preguntaba si alguien había dicho algo. Todos reían, menos yo, que me retorcía aterrado en mi asiento.

El arquero movió el pie atado a un cordel que agitaba un cascabel situado a poca distancia de la manzana. Respiró hondo y atravesó la fruta con la flecha. Esta se clavó en una barrera de madera que había más adelante. Todos aplaudimos la hazaña.

Vi a lo lejos pasar a Mónica, mi compañera de trabajo. Me levanté como un resorte para llamar su atención y perdí el equilibrio. Caí por encima de las dos filas que tenía debajo y me di un golpe muy fuerte. La arena que habían echado no amortiguó nada mi caída y en cambio, me llenó la sudadera de granos y barro. Algún refresco había hecho argamasa con la arena y distintos materiales existentes en el suelo.

—Estoy bien, estoy bien —dije mientras me levantaba deprisa y me sacudía la ropa. Notaba varios puntos de dolor en mi cuerpo insignificantes comparados con la brecha en mi orgullo.

—¿Estás bien, tío?

Mis colegas llegaron a mi posición con cara de susto.

—Sí, sí, me he tropezado. —Mónica al parecer no me había visto. No la localicé por ningún lado.

—Vaya hostión. Ja, ja.

Se empezaron a reír sin poder parar hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas incontrolables. Me lo iban a recordar durante mucho tiempo.

—Que cabrones. Voy a ver si veo a una compañera de curro.

Me pareció entender que me habían escuchado, aunque no podía distinguir bien sus gestos entre tanta carcajada descontrolada.

Tomé la dirección en la que había localizado a Mónica y tras examinar el laberinto de puestos de artículos artesanos la encontré agachada, acariciando a un perrito muy bonito. Tras un saludo muy prometedor y una conversación muy interesante sobre perros acabé con una cita para ver la última superproducción de Hollywood, con ella, y con un cachorro de dos meses recién adoptado en mi casa. Un día redondo en el que gané todos los puntos posibles. Los ataques imaginarios continuaron toda la jornada, pero al parecer ella no les dio importancia.

Rayo, mi nuevo compañero de piso, es un torbellino, pura energía.

Por cierto tengo el brazo derecho escayolado y un parche en el ojo izquierdo. A los dos días de adoptarlo se me cruzó cuando salía de la ducha y me resbalé en el baño. Era por esto por lo que deberían cerrar esa página del diablo para que no ocurran más desgracias. Tengo para tres meses antes de recuperarme. ¿Quizás por haber mentido no haya perdido para siempre el brazo y el ojo?

Espero impaciente su respuesta.

            Jorge.


Asunto: KARMA v2.0. Rectifico.

De: epa@jgg.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Hola de nuevo.

Vuelvo a ponerme en contacto con ustedes para que se olviden de mi mensaje anterior. Después de esperar dos meses su respuesta decidí volver a hacer el test. En este caso puse la verdad: que había ayudado a mejorar la vida de un ser vivo. Me dio como resultado siete números con los que probé fortuna.

Soy muy afortunado. El caso es que no he recibido vuestra respuesta. ¿Habéis hecho el test? ¿Por qué nadie responde?

Saludos,

            Jorge.

Elisea siente

¿Y si fueras capaz de sentir lo que sienten los demás?

Descubrirías quién miente, quién está triste, quién te desea, quién es un perturbado. ¿Y si no pudieras controlarlo? Tendrías un verdadero problema para saber cuáles son tus propios sentimientos y harías lo que no estás dispuesto a hacer.

Elisea, asesora de la policía, posee ese don y lo utiliza para intentar atrapar a un asesino en serie con características sobrehumanas que aterroriza a la ciudad.

Catorce nuevas canciones ilustran el contenido con momentos inolvidables. Desde el pop más actual hasta el folk de todos los tiempos. Fado, jota, música disco, rock y diferentes estilos retratados con letras cargadas de historias conmovedoras.

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Empezar a leer los primeros capítulos.

Tonos

«Cuando lo ves todo negro te agarras a cualquier gris oscuro»

Sigue la vida de cuatro personajes que intentan salir de la oscuridad que envuelve sus vidas. Deseos obsesivos, esclavitud sexual, amenazas de muerte y depresiones se mezclan para crear distintas tonalidades que tiñen sus trayectorias sin remedio aparente.

Una lucha por lo importante de verdad contra monstruos alojados cómodamente en nuestra sociedad.

Catorce nuevas canciones ilustran el contenido con momentos inolvidables, situaciones hilarantes y encrucijadas desesperadas. Desde el pop más actual hasta el folk del otro lado del atlántico. Tango, joropo, música disco, rock y diferentes estilos retratados con letras cargadas de historias conmovedoras.

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Empezar a leer los primeros capítulos.

Txoritxo

De nuevo la ardua labor de esquivar a esos torpes gigantes que no sabían volar. Incapaces de levantar dos palmos del suelo, se presentaban siempre como el mayor obstáculo para conseguir unas migajas con las que alimentar a su polluelo. La pequeña gorrión se movía espídica, precisa y nerviosa entre los numerosos transeúntes en la plaza del pueblo. Mientras los niños jugaban con ruidosas actividades acompañados de proyectiles esféricos imprevisibles, los más grandes permanecían sentados en grupos reducidos, comiendo y bebiendo. Había uno aislado y sentado en uno de los bancos, ofrecía alimento a los pajaritos.

En pocos años, el lugar fue adoptando distintas clases de pájaros no tan frecuentes. Las aves más voluminosas no accedían de manera tan sencilla a las pérdidas de sus raciones por parte de los humanos. En ese aspecto no eran rivales, aunque atacaban a los plumíferos inferiores. Palomas, gaviotas y mirlos, además de gorriones, compartían el territorio. Esto conllevaba enfrentamientos salvajes.

Ese día, la responsable madre había conseguido dos buenas tajadas para su retoño. La primera se la ofreció veloz al impaciente vástago. Cuando fue a recoger la segunda tuvo que esquivar a varias palomas, contrincantes formidables. Una mujer observaba al pequeño animal, deseando cambiar su vida por la del concienzudo recolector. Parecía una labor sencilla, pensaba la espectadora: solo buscar comida y alimentar a su progenie. Todas las preocupaciones derivadas de asuntos económicos, problemas sociales o inseguridades estéticas eran indiferentes para la bonita gorrión.

El nido de la minúscula familia se encontraba en un árbol enfrente de un supermercado y encima de unos contenedores de basura. La diminuta cría esperaba ansiosa la segunda tajada. Ya tenía todo el plumaje, pero todavía no había intentado volar. Veía venir a su progenitora, aleteando elegante. El corazón le dio un vuelco cuando una enorme gaviota se cruzó en la trayectoria de su madre. Esta hizo un par de quiebros y se desvió, perdiéndose por un callejón.

En ese preciso momento se juntaron dos condicionantes para un hecho casi trágico: el pajarito salió de su hogar para visualizar la posición de su madre y un camión de la basura se aproximaba, por motivos desconocidos, antes de su horario habitual. La titánica máquina se paró delante de uno de los contenedores bajo el nido. Al descargar y volver a colocar el primer recipiente, dio un golpe tan fuerte en el suelo que desequilibró a la cría, haciéndola caer sobre la tapa del siguiente contenedor. Para cuando el pequeño se pudo recuperar del golpe ya estaba siendo volcado sobre los desechos anteriores ante la mirada aterrada de su madre. Era una imagen desgarradora para el ave, quien no dudó en meterse de cabeza en el putrefacto camión. Coincidió esto con la devolución del depósito vacío; la tapa golpeó a la preocupada pájara. Aturdida por el impacto, cayó dentro del contenedor, quedando atrapada en su interior. Su hijo tuvo la suerte de encontrar un hueco dentro de una lata que estaba alejada del compresor. Los dos insignificantes animalitos resultaron prisioneros y separados por la más desagradable evidencia de la presencia humana.

Rodeados de oscuridad, madre e hijo luchaban por salir de sus celdas sin éxito. La adulta rebotaba contra las paredes una y otra vez hasta que terminó cansada en el fondo del habitáculo. Impotente y también cansado, el vástago se resignó a permanecer en su oscuro refugio.

La primera en salir fue la progenitora, que voló rauda cuando un vecino levantó la tapa para verter su basura. Le dio un susto de muerte y a punto estuvo de aplastarla al soltar de golpe la cubierta. El proyectil en forma de gorrión no paró de aletear hasta llegar al nido. Estaba nerviosa y no encontraba por ningún lado a su polluelo. Removía las plumas mudadas por los dos habitantes del pequeño cobijo como si fuera posible encontrarlo escondido debajo. Se elevó y voló por la plaza pendiente de cualquier movimiento reconocible. Acabó volviendo al nido cansada. Sin saber qué hacer se acurrucó triste sobre los restos que dejó su hijo.

Los moradores del barrio al día siguiente no vieron revolotear ni recolectar a la plumífera. Esta permanecía quieta en su frío hogar. Fue de nuevo al anochecer cuando una fuerte vibración volvió a mover el árbol que sustentaba su refugio. Entonces salió de su letargo y recordó excitada la trifulca con el artefacto. A pesar de ser tarde para un gorrión se activó de inmediato. Siguió a la enorme máquina.

Casi una hora después seguía detrás del camión en dirección al vertedero. Se posó en el techo del vehículo y se dejó llevar hasta la extensa zona donde se vertía lo recogido en la cuidada ciudad. Sobrevoló los deshechos sin apreciar las dimensiones del terreno infectado que tenía delante. Curiosamente, encontraba comida por todos los lados. Se quedó medio dormida entre algodones de distintas procedencias. El olor insoportable no le impedía descansar.

El polluelo se encontraba cerca de su madre, escondido dentro de una lata de atún, prueba directa del problema con el reciclaje en la zona. Había permanecido todo el día agazapado intentando pasar inadvertido y, gracias a los astros, en ese infesto lugar había muchas más distracciones que el pequeño aprendiz de vuelo. Nada más caer sobre los antiguos restos de algún trastero reformado, se quedó paralizado por la presencia de miles de gaviotas revoloteando sobre los escombros. En el entorno también había sentido fauna terrestre que investigaba y devoraba todo lo que encontraba en su camino. Había tenido que salir, medio corriendo medio intentando volar, hasta llegar a la lata que ahora era su provisional hogar.

La noche se hizo larga.

A la mañana siguiente la estampa delante de la rescatadora no pintaba nada bien. Tuvo que elevarse para huir de una enorme rata que casi consiguió atraparla. La huida la llevó justo hacia la nube de gaviotas que sobrevolaba la zona. Varias de ellas se percataron de su presencia y fueron a por ella. Entre choques y amagos cayeron en picado detrás de la gorrión. Esta se estrelló cerca de su cría, llamando su atención. El ave adulta demostraba una voluntad titánica y esquivaba a sus perseguidoras con destreza. Luego se refugió en una vieja jaula oxidada. Las patas palmípedas de sus atacantes no podían traspasar los finos alambres de la prisión metálica y manipularla se les hacía muy difícil. A pesar de todo la zarandearon sin éxito.

Dejaron de prestarle atención cuando desde la enorme lata salió el asustado polluelo. Su progenitora lo miró nerviosa entendiendo el peligro al que se enfrentaba. La pequeña entrada a su peculiar refugio se encontraba obstruida. La única abertura estaba contra el suelo. No podía pasar e intentaba con todas sus fuerzas conseguirlo. Aleteaba contra el suelo y se dejaba las plumas en el esfuerzo mientras veía a las dos gaviotas acercarse a su hijo. Este se volvió a esconder debajo de la lata, pero ya le habían descubierto. De un fuerte golpe quedó de nuevo indefenso. Parecía el final de la corta vida del pequeño.

De repente, el terreno se movió, asustando a los dos palmípedos y provocando un enorme caos. La espesa nube de polvo que se levantó hacía imposible ver qué había pasado con los dos gorriones. La maquinaria del vertedero removía los deshechos acumulados, dejando paso a la siguiente tanda. Con el corrimiento de escombros, la angustiada mamá consiguió liberarse de la jaula. Cuando se calmó el oloroso trasiego de desperdicios localizó a su retoño atrapado en una pecera de cristal. Si no se producía otro movimiento de los deshechos no podría salir de la transparente e indiscreta cárcel.

Todo estuvo en calma varias horas mientras la preocupada madre no se despegaba de su cría, a pesar de que un extraño material les impedía reunirse. La gorrión había intentado alimentar a su retoño sin conseguir atravesar el cristal. Al final, agotada, se posó impotente al lado del hambriento pajarito.

De entre dos bolsas de basura apareció una enorme rata. El pájaro adulto pudo elevarse y salvarse así de la amenaza, pero el polluelo no podía salir de su prisión. La roedora se lanzó contra el cristal y rebotó aturdida. Empezó a olfatear alrededor de la pecera y, con gran brío, se puso a escarbar en un lateral. Poco a poco fue metiendo el hocico, mostrando sus enormes paletas superiores. El pajarito se apartó del violento intruso a la vez que este introducía la cabeza. Al no poder llegar hasta su presa hizo el agujero más grande. La pequeña ave empezó a picarle asustada en la cabeza hasta darle en un ojo, arrancándoselo de cuajo. Su progenitora se lanzó en picado y le propinó un fuerte picotazo en el lomo. Dolorida y sorprendida, la rata entró de golpe en la pecera. Chocó y lo movió todo, dejando con ello una salida clara para el pajarito. Madre e hijo se dispusieron a alzar el vuelo. Este último no pudo hacerlo a la primera, pero encontró fuerzas renovadas y potenciadas por la adrenalina que lo impulsaron hacia el cielo.

Volaron como si les persiguieran monstruos invisibles a sus ojos y presentes para los demás sentidos. Acumularon una hora de frenético aleteo hasta que la rescatadora cayó agotada entre los matorrales de las montañas colindantes con el vertedero. Se fue a posar en la rama de lo que parecía un arbusto, situado en un descampado. Necesitaba descansar un rato para poder continuar. Su joven hijo se recuperaba mucho más rápido, excitado por las posibilidades que le brindaba el poder volar. Sin embargo, sus problemas no habían acabado. La madre se intentó mover en la rama, pero estaba atrapada por una cola adhesiva. Se cayó al suelo derrotada y pegada a la trampa, a la vez que veía a su recién rescatado hijo tratando de deshacerse de su correspondiente lastre pegajoso. Un hombre apareció de repente, cogió a los dos pajaritos y los metió en una caja de mimbre.

En la penumbra de la leñosa baliza, los dos alados sufrían los vaivenes de los pasos del gigante que los había apresado. Estaban vendidos, aunque intentarían escapar a la mínima oportunidad. Era necesario descansar.

El captor los metió en una estancia llena de otras pequeñas aves de distintas especies. Algunos tenían colores que resaltaban ante los plumajes sobrios de los dos recién llegados. El humano parecía tener muchos años. A decir verdad, no les daba tanto miedo el trato con personas, ya que casi siempre eran alimentados por ellas. La gorrión estaba muy quieta, cansada. El hombre los puso en una de las perchas preparadas para posarse. Abasteció con comida distintos recipientes mientras sus nuevas adquisiciones lo observaban.

Cuando el hombre abandonó el habitáculo no lo hizo solo, ya que los dos gorriones salieron disparados detrás de él antes de que este cerrase la puerta. El anciano miró como escapaban sus dos trofeos, sorprendido por la increíble iniciativa de los animalillos. Escupió un juramento mientras sonreía divertido.

Volaron sin mirar atrás hasta reconocer el hormigón a lo lejos. La naturaleza se les hacía extraña, salvaje y peligrosa.

***

Una mujer en la plaza observaba el banquete que se estaban dando dos gorriones cerca de su mesa y se animó a ofrecerles más migas de pan. Era incapaz de distinguir a la adulta del joven polluelo, con plumajes marrones y puntas negras, pero en su mente se repetía la misma idea: «Qué fácil y tranquila era la vida de un pajarito comparada con sus problemas cotidianos».

FIN

A cerca de mí

Bienvenidos a mi página. En este espacio encontraréis mis trabajos literarios. Novelas, relatos cotos, poemas e incluso canciones tienen cabida en estas páginas. Espero que os resulten por lo menos divertidos. La idea es que disfrutéis leyéndolos de la misma manera que yo he gozado escribiéndolos.

Nací en 1973 en San Sebastián, Guipúzcoa. Siempre estuve rodeado de libros heredados de mi padre. La cultura musical, cinematográfica y televisiva de los años ochenta y noventa fueron marcando mis gustos, martilleados por la prosa de autores literarios de todos los géneros. Lo que plasmo en todos los proyectos está salpicado por todas esas referencias.

La necesidad de contar aventuras divertidas me introdujo en el mundo de la animación 3D. Por causas laborales me especialicé en la dirección técnica dejando la parte artística en un segundo plano. Numerosos relatos se me amontonaban en la nube hasta que decidí descargar los nubarrones.

Actualmente compagino el trabajo como profesor de animación 3D y videojuegos, en una escuela de formación profesional, con la escritura.

Me gusta el cine, las series, el teatro, la música, la lectura y la escritura, en general cualquier tipo de arte que me cuente una historia.

Mi única pretensión es haceros pasar un buen rato.

Todos mis libros los podéis encontrar en Amazon. Desde 2017 hasta el 2020 participé en un grupo de escritores independientes de fantasía denominado Circulo de fantasía con los que colaboré en distintas actividades y en varias antologías.

Un abrazo.