Karma 2.0

Asunto: KARMA v2.0. El Diablo está presente en la red.

De: epa@jgg.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Buenos días.

Necesito con urgencia que la iglesia o el papa hagan algo y cierren una página web que ha sido creada por el mismo señor de las tinieblas. Está en circulación y al alcance de todos. Yo acabé en su dirección por casualidad y casi no lo cuento.

Conocí a una chica nueva de mi oficina hace unos meses. Entre papeles, rutina y tediosas tareas congeniamos de una manera inusual. De repente, los días grises se convirtieron en una gama de colores excitantes y motivadores. Confesamos nuestros miedos, aficiones, gustos y cultos.

Le atraía el budismo por lo que busqué información por internet sobre él. Quedé fascinado en un principio por su doctrina. Pienso que se deberían añadir varios puntos al cristianismo, pero eso es otro tema. El caso es que apareció ante mí el concepto de karma. Según la explicación oficial consiste en la creencia de que todo lo que hagas en esta vida te influirá en el futuro o en tus vidas posteriores. También creen en la reencarnación, claro.

Estudiándolo con detenimiento me fascinó. Numerosos creyentes daban constancia de vidas pasadas y reconocían su estatus actual debido a su comportamiento anterior. Algunos habían sido redimidos de sus pecados o sus actos negativos y ahora disfrutaban de una notable existencia.

Enlace a enlace y buceando por curiosidades encontré la página titulada Karma 2.0. En ella se proponía un sencillo test para conocer las posibles repercusiones en un futuro cercano de mis últimas acciones. Pulsé en el botón que llevaba la etiqueta de «Karma Test».

La siguiente pantalla me advertía de la seriedad de la aplicación con el siguiente texto:

Para un óptimo resultado es necesaria la sinceridad y tomar al oráculo con seriedad. Si no se siguen estas indicaciones el resultado puede ser inadecuado.

Ningún dato aquí expuesto se guardará en un soporte digital.

Obviamente estaba en internet y este tipo de apreciaciones me las pasé por… bueno, no hice caso. Pulsé en el botón de continuar. En la siguiente pantalla me indicó que le escribiera cómo quería que me llamase. Le puse «Putoamo». En año de nacimiento introduje el «69». Seguí adelante y llegué a un decálogo de buenas acciones. La pantalla hizo una interferencia rara, pero no le di mucha importancia. Las diez acciones venían encabezadas con una frase que me pareció curiosa.

Hola, Puto, ¿has hecho algo bueno esta semana?

Me había cambiado el nombre. Me pareció muy cachondo por lo que proseguí con mi elección. Además no vi la manera de poder cambiarlo. Entre varias opciones muy altruistas y humanitarias me decanté por una que rezaba: «He realizado todas mis tareas a tiempo». No era la más espectacular, pero como preveía la siguiente pregunta me pareció la más adecuada.

Pulsé en «Siguiente».

Muy bien, Puto, has sido una persona buena, pero puedes mejorar.

Ahora, Puto, ¿has hecho algo malo esta semana?

Aquí me lo veía venir y elegí la más interesante: He torturado y matado a un ser vivo. De la lista con las diez acciones negativas me decanté por la más destructiva. Podía haber indicado anteriormente que había salvado la vida de un ser vivo y no lo hice porque en mi cabeza sonaba razonable lo de una vida por la otra. Pensaba que se anularía el efecto ya que estaban en extremos opuestos.

Seguí con el test y ya no me preguntó nada más. Ante mis ojos aparecían y desaparecían palabras mientras una cuenta pasaba por siete cálculos mágicos. Después del séptimo proceso la aplicación me mandó un mensaje.

Posees un karma muy descompensado. Para llegar al equilibrio perderás uno de tus ojos y uno de tus brazos en un plazo de una semana.

Camina con conocimiento de tus semejantes y trata a todos los seres vivos como te gustaría que te trataran a ti. Nos encontraremos de nuevo.

Sé feliz, Puto.

 Me quedé sorprendido ante la claridad de la sentencia. ¿Sería lo mismo matar a una hormiga o a una persona? El veredicto no necesitaba de esa aclaración. Si el muerto que confesaba era un insecto no me salía a cuenta lo de mis posibles pérdidas. Sin embargo, a cambio de un asesinato, a lo mejor sí estaría más proporcionado.

Una mosca superdesarrollada, ya que era siete veces una normal, se estrelló contra el cristal de mis gafas dándome un susto de muerte. Duró un milisegundo en el que el aleteo desconcertado del bicho me alteró demasiado. También ayudó a la aceleración de mi ritmo cardíaco la sugestión que experimentaba después de usar la aplicación.

Me reí en soledad para quitarle hierro al asunto y negar que algo tan aleatorio pudiera influir en mis convicciones.

El móvil empezó a vibrar para llamar mi atención sobre un grupo de amigos que compartía. Llegaron siete mensajes casi seguidos por lo que no pude desatenderlo. Había una feria medieval en el centro de la ciudad y uno del chat nos animaba para que fuéramos a dar una vuelta. Se hacía una vez al año y casualidad, coincidía que era este fin de semana. Construían puestos de venta ambulante con maderas y se disfrazaba una amplia zona para ambientar el festejo. Era muy común en muchas ciudades y pueblos españoles. Entre varias actividades propias de aquellos años se encontraban las exhibiciones de arco y flechas, de tiro con ballestas y de duelos con espadas y armamento pesado.

¿Qué podía salir mal? Pensé cuando me saltaron varias alarmas sobre mi integridad física y la posibilidad de dar veracidad al test realizado. Las dudas se me disiparon nada más ver en una de las historias de mi compañera de oficina que ya estaba en la feria. Me imaginaba una tarde agradable en la que sumaría muchos puntos si le regalaba algo de bisutería esotérica. Sabía que le encantaba.

Todo por amor.

Salí de casa enfundado con mis metas más optimistas sin dar crédito a ninguna creencia pagana y tomé rumbo al lugar donde se divertían mis amigos. He de reconocer que en el justo momento de atravesar el umbral de la puerta de acceso a mi apartamento no pude evitar santiguarme como se lo había visto hacer a mis abuelas y a las ancianas del pueblo. Miré hacia los lados antes de conjurar la costumbre católica para asegurar que no me viera nadie.

La ruta más directa pasaba al lado de unas obras urgentes, de esas que cambian la configuración vial de toda la ciudad y que por consiguiente, debían realizarse también en fin de semana. Me sorprendí buscando otra alternativa menos aparatosa y más segura. Después de pensarlo y reconocer el absurdo de la situación tomé el camino más corto. Las risas que se iban a echar los colegas a mi costa cuando se lo contase, me animó a restarle importancia e intentar continuar con mi vida de manera normal.

El trago de incredulidad me duró hasta que el ruido de un martillo neumático me hizo dar un brinco hacia el escaparate de un comercio que tenía la persiana echada. La estructura metálica sonó casi más fuerte que la herramienta mecánica. Los transeúntes se sobresaltaron por mi reacción molestos ante una alteración de sus sentidos tan extraña. Me di un golpe muy fuerte en el hombro izquierdo contra el hierro.

—Estoy bien, estoy bien…

Quise tranquilizar al personal y a mí mismo. Notaba que mi extremidad colgaba sin problema de mi cuerpo. Solo se encontraba algo resentida.

La circulación volvió a la normalidad medio segundo después de comprobar que se trataba de un imbécil con una atracción extraña hacia las persianas metálicas.

Reanudé mi marcha y una paloma voló por encima de mi cabeza. Me agaché como si el mismo cuervo del infierno me viniera a sacar los ojos. Un grito agudo de pavor salió de mi tensa garganta.

—¡Joder! —protestó un cincuentón que casi me atropella.

—Perdona.

En mi defensa he de decir que la afición por visitar las terrazas desarrollada por varios tipos de aves urbanitas hace que sus vuelos sean cada vez más rasantes sobre nuestras cabezas. Suelen tener muy buenos reflejos, pero hoy podría ser el día en el que me topara con un pájaro torpe.

Por cada cruce regulado por semáforos sufría otra crisis que me paralizaba y me obligaba a comprobar mil veces la seguridad del tráfico. Al final corría de una acera a otra como si me quemaran los pies en la arena ante la cara de asombro de la gente que me rodeaba.

Los intentos por seguir con mi vida de manera normal no parecían muy efectivos. Me doy cuenta de que es uno de tantos motivos para cerrar esa dichosa página. Ya sé que en estos entresijos de la fe es importante el temor al ser omnipotente al que se venera, sin embargo, tanto temor me parece muy cargante.

Me puse los cascos inalámbricos para ver si me calmaba. Ahora lo veo como una temeridad por mi parte: anular el sentido del oído en semejante estado de emergencia seguro que no se encontraba entre las primeras opciones lógicas de seguridad. En ese momento me pareció una buena idea. Evité el Death Metal ya que, a mi parecer, era muy adecuado para un accidente gore y elegí un disco de Hard Rock.

El riff pegadizo de la primera canción provocó una tranquilidad casi inmediata en mi interior.

Jimmy ya no es ese joven soñador.

La vida cruel ha roto su corazón.

Un idiota infiel que error tras error

acabó por perder a su único amor.

El aislamiento que conseguí me hizo avanzar muy rápido e ignorar todas las señales que con anterioridad me provocaban alteraciones en mi conducta normal. Un chico en un patinete eléctrico pasó a toda velocidad a pocos milímetros de mi espalda. Había decidido tocar su timbre para que me apartara en vez de aminorar la marcha. Lo vi despotricar mientras se alejaba a una velocidad, a mi parecer, fuera de lo normalizado.

Alguien se dio cuenta de que estaba tarareando la siguiente estrofa en un imperfecto inglés. Me lanzó un gesto sutil, pero evidente, con el que me demostraba el poco interés que debían tener los demás sobre mis gustos musicales. Me sentí como si fuera en un coche con la música a tope y las ventanillas bajadas.

Mara, decepcionada, sin su juventud,

apuesta con su alma a favor de la luz

que vio en esa mirada vestida de azul.

Dos aves enjauladas, una vida en común.

El suelo vibró justo cuando llegaba el subidón del estribillo. La canción me tenía ganado y en ese momento era uno más del coro de la banda de rock.

Woah, decían que se amaban,

oh-oh, ninguno, midió sus palabras.

Woah, anhelaban viejos tiempos.

Oh-oh, sus manos entrelazadas.

Esa fuerza imparable que ardía por las noches y hacía dulces las mañanas.

¿Dónde quedaron? ¿Por qué abandonaron la batalla?

Cuando me di la vuelta encontré el motivo del movimiento de baldosas: un bloque de hormigón de la obra que condicionaba el tránsito por esa calle había caído a unos metros detrás de mí. Los obreros se apresuraron a parar la circulación y lo recogieron de inmediato. Gracias a Dios, no hubo que lamentar ningún daño personal. Me quité los cascos asustado y salí corriendo hacia mi destino. No iba a dar más oportunidades al karma para demostrar su saber hacer.

Frené justo al llegar a la peatonal en la que se había montado la feria. El ambiente era espectacular. Personas de todas las edades disfrutaban de los puestos y atracciones medievales montadas para el evento. Numerosas ofertas gastronómicas hacían las delicias de padres y madres mientras sus retoños se balanceaban en columpios de madera o se preparaban para girar en una especie de tiovivo impulsado por un ingenioso mecanismo que activaba con esfuerzo el feriante mediante una manivela.

Otra vez, los miedos sugestionados hicieron su aparición. Un puesto con preñados de chorizo apetitosos se convertía, en mi mente, en un lugar con contenedores de grasa que amenazaban con dispararla y destrozarme el ojo. La sección de cetrería, llena de picos y garras me provocaba escenas grotescas y muy dolorosas en las que la frase «cría cuervos y te sacarán los ojos» cobraba un realismo insoportable. Las espadas, escudos, hachas y demás armas pesadas de la época no ayudaban a apaciguar una imaginación demasiado intoxicada con comics, películas y series en las que proliferaban las amputaciones de miembros y de extremidades sin ningún miramiento.

Alterado me dispuse a encontrar a mis amigos. A ver si en compañía me distraía y conseguía superar este mal trago. Había demasiada gente para poder localizarlos. Era difícil concentrarse con tanto peligro potencial a mi alrededor. Un niño gritó por algún motivo y yo casi lo repliqué por acto reflejo. Un ladrido de un perro minúsculo me perforó el oído. Una mano en mi espalda acabó sacando ese alarido contenido.

—¿Qué te pasa tío? —Era Pedro, mi colega.

—Nada, nada. —Solté una risa forzada.

—Estamos en las gradas para la demostración de tiro con arco y ballesta.

—Que bien… yo…

—Venga vamos que nos lo vamos a perder.

Me guio hasta el lugar donde se encontraban otros dos amigos sentados. El espectáculo estaba a punto de empezar. Lo veíamos desde un lateral en la tercera fila de una grada con seis alturas. En el medio de una pista de arena un arquero con los ojos vendados pedía al público que guardara silencio ya que debía concentrarse en su objetivo. A veinte metros delante de él tenía una manzana sobre una columna de madera de metro setenta. Hizo dos veces la gracia de apuntar a las gradas mientras preguntaba si alguien había dicho algo. Todos reían, menos yo, que me retorcía aterrado en mi asiento.

El arquero movió el pie atado a un cordel que agitaba un cascabel situado a poca distancia de la manzana. Respiró hondo y atravesó la fruta con la flecha. Esta se clavó en una barrera de madera que había más adelante. Todos aplaudimos la hazaña.

Vi a lo lejos pasar a Mónica, mi compañera de trabajo. Me levanté como un resorte para llamar su atención y perdí el equilibrio. Caí por encima de las dos filas que tenía debajo y me di un golpe muy fuerte. La arena que habían echado no amortiguó nada mi caída y en cambio, me llenó la sudadera de granos y barro. Algún refresco había hecho argamasa con la arena y distintos materiales existentes en el suelo.

—Estoy bien, estoy bien —dije mientras me levantaba deprisa y me sacudía la ropa. Notaba varios puntos de dolor en mi cuerpo insignificantes comparados con la brecha en mi orgullo.

—¿Estás bien, tío?

Mis colegas llegaron a mi posición con cara de susto.

—Sí, sí, me he tropezado. —Mónica al parecer no me había visto. No la localicé por ningún lado.

—Vaya hostión. Ja, ja.

Se empezaron a reír sin poder parar hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas incontrolables. Me lo iban a recordar durante mucho tiempo.

—Que cabrones. Voy a ver si veo a una compañera de curro.

Me pareció entender que me habían escuchado, aunque no podía distinguir bien sus gestos entre tanta carcajada descontrolada.

Me fui en la dirección en la que había localizado a Mónica y tras examinar el laberinto de puestos de artículos artesanos la encontré agachada, acariciando a un perrito muy bonito. Tras un saludo muy prometedor y una conversación muy interesante sobre perros acabé con una cita para ver la última superproducción de Hollywood, con ella, y con un cachorro de dos meses recién adoptado en mi casa. Un día redondo en el que gané todos los puntos posibles. Los ataques imaginarios continuaron toda la jornada, pero al parecer ella no les dio importancia.

Rayo, mi nuevo compañero de piso, es un torbellino, pura energía.

Por cierto tengo el brazo derecho escayolado y un parche en el ojo izquierdo. A los dos días de adoptarlo se me cruzó cuando salía de la ducha y me resbalé en el baño. Era por esto por lo que deberían cerrar esa página del diablo para que no ocurran más desgracias. Tengo para tres meses antes de recuperarme. ¿Quizás por haber mentido no haya perdido para siempre el brazo y el ojo?

Espero impaciente su respuesta.

            Jorge.

Asunto: KARMA v2.0. Rectifico.

De: epa@jgg.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Hola de nuevo.

Vuelvo a ponerme en contacto con ustedes para que se olviden de mi mensaje anterior. Después de esperar dos meses su respuesta decidí volver a hacer el test. En este caso puse la verdad: que había ayudado a mejorar la vida de un ser vivo. Me dio como resultado siete números con los que probé fortuna.

Soy muy afortunado. El caso es que no he recibido vuestra respuesta. ¿Habéis hecho el test? ¿Por qué nadie responde?

Saludos,

            Jorge.

Elisea siente

¿Y si fueras capaz de sentir lo que sienten los demás?

Descubrirías quién miente, quién está triste, quién te desea, quién es un perturbado. ¿Y si no pudieras controlarlo? Tendrías un verdadero problema para saber cuáles son tus propios sentimientos y harías lo que no estás dispuesto a hacer.

Elisea, asesora de la policía, posee ese don y lo utiliza para intentar atrapar a un asesino en serie con características sobrehumanas que aterroriza a la ciudad.

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Tonos

«Cuando lo ves todo negro te agarras a cualquier gris oscuro»

Sigue la vida de cuatro personajes que intentan salir de la oscuridad que envuelve sus vidas. Deseos obsesivos, esclavitud sexual, amenazas de muerte y depresiones se mezclan para crear distintas tonalidades que tiñen sus trayectorias sin remedio aparente.

Una lucha por lo importante de verdad contra monstruos alojados cómodamente en nuestra sociedad.

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Txoritxo

De nuevo la ardua labor de esquivar a esos torpes gigantes que no sabían volar. Incapaces de levantar dos palmos del suelo, se presentaban siempre como el mayor obstáculo para conseguir unas migajas con las que alimentar a su polluelo. La pequeña gorrión se movía espídica, precisa y nerviosa entre los numerosos transeúntes en la plaza del pueblo. Mientras los niños jugaban con ruidosas actividades acompañados de proyectiles esféricos imprevisibles, los más grandes permanecían sentados en grupos reducidos, comiendo y bebiendo. Había uno aislado y sentado en uno de los bancos, ofrecía alimento a los pajaritos.

En pocos años, el lugar fue adoptando distintas clases de pájaros no tan frecuentes. Las aves más voluminosas no accedían de manera tan sencilla a las pérdidas de sus raciones por parte de los humanos. En ese aspecto no eran rivales, aunque atacaban a los plumíferos inferiores. Palomas, gaviotas y mirlos, además de gorriones, compartían el territorio. Esto conllevaba enfrentamientos salvajes.

Ese día, la responsable madre había conseguido dos buenas tajadas para su retoño. La primera se la ofreció veloz al impaciente vástago. Cuando fue a recoger la segunda tuvo que esquivar a varias palomas, contrincantes formidables. Una mujer observaba al pequeño animal, deseando cambiar su vida por la del concienzudo recolector. Parecía una labor sencilla, pensaba la espectadora: solo buscar comida y alimentar a su progenie. Todas las preocupaciones derivadas de asuntos económicos, problemas sociales o inseguridades estéticas eran indiferentes para la bonita gorrión.

El nido de la minúscula familia se encontraba en un árbol enfrente de un supermercado y encima de unos contenedores de basura. La diminuta cría esperaba ansiosa la segunda tajada. Ya tenía todo el plumaje, pero todavía no había intentado volar. Veía venir a su progenitora, aleteando elegante. El corazón le dio un vuelco cuando una enorme gaviota se cruzó en la trayectoria de su madre. Esta hizo un par de quiebros y se desvió, perdiéndose por un callejón.

En ese preciso momento se juntaron dos condicionantes para un hecho casi trágico: el pajarito salió de su hogar para visualizar la posición de su madre y un camión de la basura se aproximaba, por motivos desconocidos, antes de su horario habitual. La titánica máquina se paró delante de uno de los contenedores bajo el nido. Al descargar y volver a colocar el primer recipiente, dio un golpe tan fuerte en el suelo que desequilibró a la cría, haciéndola caer sobre la tapa del siguiente contenedor. Para cuando el pequeño se pudo recuperar del golpe ya estaba siendo volcado sobre los desechos anteriores ante la mirada aterrada de su madre. Era una imagen desgarradora para el ave, quien no dudó en meterse de cabeza en el putrefacto camión. Coincidió esto con la devolución del depósito vacío; la tapa golpeó a la preocupada pájara. Aturdida por el impacto, cayó dentro del contenedor, quedando atrapada en su interior. Su hijo tuvo la suerte de encontrar un hueco dentro de una lata que estaba alejada del compresor. Los dos insignificantes animalitos resultaron prisioneros y separados por la más desagradable evidencia de la presencia humana.

Rodeados de oscuridad, madre e hijo luchaban por salir de sus celdas sin éxito. La adulta rebotaba contra las paredes una y otra vez hasta que terminó cansada en el fondo del habitáculo. Impotente y también cansado, el vástago se resignó a permanecer en su oscuro refugio.

La primera en salir fue la progenitora, que voló rauda cuando un vecino levantó la tapa para verter su basura. Le dio un susto de muerte y a punto estuvo de aplastarla al soltar de golpe la cubierta. El proyectil en forma de gorrión no paró de aletear hasta llegar al nido. Estaba nerviosa y no encontraba por ningún lado a su polluelo. Removía las plumas mudadas por los dos habitantes del pequeño cobijo como si fuera posible encontrarlo escondido debajo. Se elevó y voló por la plaza pendiente de cualquier movimiento reconocible. Acabó volviendo al nido cansada. Sin saber qué hacer se acurrucó triste sobre los restos que dejó su hijo.

Los moradores del barrio al día siguiente no vieron revolotear ni recolectar a la plumífera. Esta permanecía quieta en su frío hogar. Fue de nuevo al anochecer cuando una fuerte vibración volvió a mover el árbol que sustentaba su refugio. Entonces salió de su letargo y recordó excitada la trifulca con el artefacto. A pesar de ser tarde para un gorrión se activó de inmediato. Siguió a la enorme máquina.

Casi una hora después seguía detrás del camión en dirección al vertedero. Se posó en el techo del vehículo y se dejó llevar hasta la extensa zona donde se vertía lo recogido en la cuidada ciudad. Sobrevoló los deshechos sin apreciar las dimensiones del terreno infectado que tenía delante. Curiosamente, encontraba comida por todos los lados. Se quedó medio dormida entre algodones de distintas procedencias. El olor insoportable no le impedía descansar.

El polluelo se encontraba cerca de su madre, escondido dentro de una lata de atún, prueba directa del problema con el reciclaje en la zona. Había permanecido todo el día agazapado intentando pasar inadvertido y, gracias a los astros, en ese infesto lugar había muchas más distracciones que el pequeño aprendiz de vuelo. Nada más caer sobre los antiguos restos de algún trastero reformado, se quedó paralizado por la presencia de miles de gaviotas revoloteando sobre los escombros. En el entorno también había sentido fauna terrestre que investigaba y devoraba todo lo que encontraba en su camino. Había tenido que salir, medio corriendo medio intentando volar, hasta llegar a la lata que ahora era su provisional hogar.

La noche se hizo larga.

A la mañana siguiente la estampa delante de la rescatadora no pintaba nada bien. Tuvo que elevarse para huir de una enorme rata que casi consiguió atraparla. La huida la llevó justo hacia la nube de gaviotas que sobrevolaba la zona. Varias de ellas se percataron de su presencia y fueron a por ella. Entre choques y amagos cayeron en picado detrás de la gorrión. Esta se estrelló cerca de su cría, llamando su atención. El ave adulta demostraba una voluntad titánica y esquivaba a sus perseguidoras con destreza. Luego se refugió en una vieja jaula oxidada. Las patas palmípedas de sus atacantes no podían traspasar los finos alambres de la prisión metálica y manipularla se les hacía muy difícil. A pesar de todo la zarandearon sin éxito.

Dejaron de prestarle atención cuando desde la enorme lata salió el asustado polluelo. Su progenitora lo miró nerviosa entendiendo el peligro al que se enfrentaba. La pequeña entrada a su peculiar refugio se encontraba obstruida. La única abertura estaba contra el suelo. No podía pasar e intentaba con todas sus fuerzas conseguirlo. Aleteaba contra el suelo y se dejaba las plumas en el esfuerzo mientras veía a las dos gaviotas acercarse a su hijo. Este se volvió a esconder debajo de la lata, pero ya le habían descubierto. De un fuerte golpe quedó de nuevo indefenso. Parecía el final de la corta vida del pequeño.

De repente, el terreno se movió, asustando a los dos palmípedos y provocando un enorme caos. La espesa nube de polvo que se levantó hacía imposible ver qué había pasado con los dos gorriones. La maquinaria del vertedero removía los deshechos acumulados, dejando paso a la siguiente tanda. Con el corrimiento de escombros, la angustiada mamá consiguió liberarse de la jaula. Cuando se calmó el oloroso trasiego de desperdicios localizó a su retoño atrapado en una pecera de cristal. Si no se producía otro movimiento de los deshechos no podría salir de la transparente e indiscreta cárcel.

Todo estuvo en calma varias horas mientras la preocupada madre no se despegaba de su cría, a pesar de que un extraño material les impedía reunirse. La gorrión había intentado alimentar a su retoño sin conseguir atravesar el cristal. Al final, agotada, se posó impotente al lado del hambriento pajarito.

De entre dos bolsas de basura apareció una enorme rata. El pájaro adulto pudo elevarse y salvarse así de la amenaza, pero el polluelo no podía salir de su prisión. La roedora se lanzó contra el cristal y rebotó aturdida. Empezó a olfatear alrededor de la pecera y, con gran brío, se puso a escarbar en un lateral. Poco a poco fue metiendo el hocico, mostrando sus enormes paletas superiores. El pajarito se apartó del violento intruso a la vez que este introducía la cabeza. Al no poder llegar hasta su presa hizo el agujero más grande. La pequeña ave empezó a picarle asustada en la cabeza hasta darle en un ojo, arrancándoselo de cuajo. Su progenitora se lanzó en picado y le propinó un fuerte picotazo en el lomo. Dolorida y sorprendida, la rata entró de golpe en la pecera. Chocó y lo movió todo, dejando con ello una salida clara para el pajarito. Madre e hijo se dispusieron a alzar el vuelo. Este último no pudo hacerlo a la primera, pero encontró fuerzas renovadas y potenciadas por la adrenalina que lo impulsaron hacia el cielo.

Volaron como si les persiguieran monstruos invisibles a sus ojos y presentes para los demás sentidos. Acumularon una hora de frenético aleteo hasta que la rescatadora cayó agotada entre los matorrales de las montañas colindantes con el vertedero. Se fue a posar en la rama de lo que parecía un arbusto, situado en un descampado. Necesitaba descansar un rato para poder continuar. Su joven hijo se recuperaba mucho más rápido, excitado por las posibilidades que le brindaba el poder volar. Sin embargo, sus problemas no habían acabado. La madre se intentó mover en la rama, pero estaba atrapada por una cola adhesiva. Se cayó al suelo derrotada y pegada a la trampa, a la vez que veía a su recién rescatado hijo tratando de deshacerse de su correspondiente lastre pegajoso. Un hombre apareció de repente, cogió a los dos pajaritos y los metió en una caja de mimbre.

En la penumbra de la leñosa baliza, los dos alados sufrían los vaivenes de los pasos del gigante que los había apresado. Estaban vendidos, aunque intentarían escapar a la mínima oportunidad. Era necesario descansar.

El captor los metió en una estancia llena de otras pequeñas aves de distintas especies. Algunos tenían colores que resaltaban ante los plumajes sobrios de los dos recién llegados. El humano parecía tener muchos años. A decir verdad, no les daba tanto miedo el trato con personas, ya que casi siempre eran alimentados por ellas. La gorrión estaba muy quieta, cansada. El hombre los puso en una de las perchas preparadas para posarse. Abasteció con comida distintos recipientes mientras sus nuevas adquisiciones lo observaban.

Cuando el hombre abandonó el habitáculo no lo hizo solo, ya que los dos gorriones salieron disparados detrás de él antes de que este cerrase la puerta. El anciano miró como escapaban sus dos trofeos, sorprendido por la increíble iniciativa de los animalillos. Escupió un juramento mientras sonreía divertido.

Volaron sin mirar atrás hasta reconocer el hormigón a lo lejos. La naturaleza se les hacía extraña, salvaje y peligrosa.

***

Una mujer en la plaza observaba el banquete que se estaban dando dos gorriones cerca de su mesa y se animó a ofrecerles más migas de pan. Era incapaz de distinguir a la adulta del joven polluelo, con plumajes marrones y puntas negras, pero en su mente se repetía la misma idea: «Qué fácil y tranquila era la vida de un pajarito comparada con sus problemas cotidianos».

FIN

A cerca de mí

Bienvenidos a mi página. En este espacio encontraréis mis trabajos literarios. Novelas, relatos cotos, poemas e incluso canciones tienen cabida en estas páginas. Espero que os resulten por lo menos divertidos. La idea es que disfrutéis leyéndolos de la misma manera que yo he gozado escribiéndolos.

Nací en 1973 en San Sebastián, Guipúzcoa. Siempre estuve rodeado de libros heredados de mi padre. La cultura musical, cinematográfica y televisiva de los años ochenta y noventa fueron marcando mis gustos, martilleados por la prosa de autores literarios de todos los géneros. Lo que plasmo en todos los proyectos está salpicado por todas esas referencias.

La necesidad de contar aventuras divertidas me introdujo en el mundo de la animación 3D. Por causas laborales me especialicé en la dirección técnica dejando la parte artística en un segundo plano. Numerosos relatos se me amontonaban en la nube hasta que decidí descargar los nubarrones.

Actualmente compagino el trabajo como profesor de animación 3D y videojuegos, en una escuela de formación profesional, con la escritura.

Me gusta el cine, las series, el teatro, la música, la lectura y la escritura, en general cualquier tipo de arte que me cuente una historia.

Mi única pretensión es haceros pasar un buen rato.

Todos mis libros los podéis encontrar en Amazon. Desde 2017 hasta el 2020 participé en un grupo de escritores independientes de fantasía denominado Circulo de fantasía con los que colaboré en distintas actividades y en varias antologías.

Un abrazo.