Karma 2.0

Asunto: karma v2.0. El diablo está presente en la red

De: aupa@jorgegarciagarrido.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Buenos días:

Necesito con urgencia que la Iglesia o el papa hagan algo y cierren una web que ha sido creada por el mismo señor de las tinieblas. Está en circulación y al alcance de todos. Yo acabé en ella por casualidad y casi no lo cuento.

Conocí a una chica nueva de mi oficina hace unos meses. Entre papeles y tediosas tareas rutinarias, congeniamos de una manera inusual. De repente, los días grises se convirtieron en una gama de colores excitantes y motivadores. Confesamos nuestros miedos, aficiones, gustos y religión.

Le atraía el budismo, por lo que me informé sobre él por internet. En un principio, quedé fascinado. Pienso que se deberían añadir varios de sus puntos al cristianismo, pero eso es otro tema. El caso es que apareció ante mí el concepto de karma. Según la explicación oficial, consiste en que todo lo que hagas en esta vida te influirá en el futuro o en tus vidas posteriores. También creen en la reencarnación, claro.

Numerosos budistas daban constancia de vidas pasadas y reconocían que su estatus actual se debía a su comportamiento anterior. Algunos se habían redimido de sus pecados o de sus actos negativos y ahora disfrutaban de una existencia notable.

Enlace a enlace y buceando por curiosidades, encontré la página titulada Karma 2.0. En ella se proponía un sencillo test para conocer las posibles repercusiones en un futuro cercano de nuestros últimos actos. Pulsé el botón que llevaba la etiqueta de «Karma Test».

La siguiente pantalla advertía:

Para un resultado óptimo, es necesaria la sinceridad y tomar en serio al oráculo.

Ningún dato aquí expuesto se guardará en un soporte digital.

Obviamente, estaba en internet y este tipo de apreciaciones me las pasé por… Bueno, no hice caso. Pulsé el botón de «continuar». La nueva pantalla me pidió que indicara cómo quería que me llamase. Escribí «Putoamo». En año de nacimiento, introduje el «69». Llegué a un decálogo de buenas acciones. En la pantalla hubo una interferencia rara, pero no le di importancia. Las diez acciones venían encabezadas por esta frase:

Hola, Puto, ¿has hecho algo bueno esta semana?

Me había cambiado el nombre. Me pareció muy cachondo, por lo que proseguí con mi elección. Además, no vi la manera de poder cambiarlo. Entre varias opciones altruistas y humanitarias, me decanté por una que rezaba: «He acabado todas mis tareas a tiempo». No era la más espectacular, pero como preveía la próxima pregunta, la consideré la más adecuada.

Pulsé en «Siguiente».

Muy bien, Puto, has sido una persona buena, pero puedes mejorar.

Ahora, Puto, ¿has hecho algo malo esta semana?

De las diez acciones de la lista, elegí la más destructiva: «He torturado y matado a un ser vivo». Podía haber respondido anteriormente que había salvado la vida de un ser vivo y no lo hice porque en mi cabeza sonaba razonable que se anularía el efecto por ser extremos opuestos: una vida por la otra.

El test ya no me preguntó nada más. Ante mis ojos aparecían y desaparecían palabras mientras unos cálculos pasaban por los distintos estados budistas. Después del séptimo, la aplicación me presentó un número de siete dígitos y me mandó un mensaje:

Posees un karma muy descompensado. Para llegar al equilibrio, perderás un ojo y un brazo en una semana.

Camina teniendo en cuenta a tus semejantes y trata a todos los seres vivos como te gustaría que te trataran a ti. Nos encontraremos de nuevo.

Sé feliz, Puto.

Me sorprendió la claridad de la sentencia. ¿Sería lo mismo matar a una hormiga que a una persona? El veredicto no necesitaba de esa aclaración. Si el muerto que confesaba era un insecto, no me salía a cuenta lo de mis posibles pérdidas. Sin embargo, a cambio de un asesinato, sí estaría más proporcionado.

Una mosca superdesarrollada, ya que era siete veces una normal, se estrelló contra el cristal de mis gafas, dándome un susto de muerte. El aleteo desconcertado del bicho duró un milisegundo, pero me aceleró el ritmo cardíaco. También ayudó que la aplicación me había sugestionado.

Me reí en soledad para quitarle hierro al asunto y negar que algo tan aleatorio pudiera influir en mis convicciones.

El móvil vibró, llamando mi atención sobre un chat que compartía con un grupo de amigos. Llegaron siete mensajes casi seguidos, por lo que no pude desatenderlo. Un amigo nos proponía que fuéramos a dar una vuelta por una feria medieval que se celebraba en el centro. Se hacía una vez al año y, casualidad, coincidía que era ese fin de semana. Había puestos de venta ambulante construidos con maderas y se adornaba una amplia zona para ambientar el festejo. Es común en muchas ciudades y pueblos españoles. Entre las actividades propias de aquellos años, se encontraban las exhibiciones de arco y flechas, de tiro con ballestas y de duelos con espadas.

¿Qué podría salir mal?, pensé cuando me saltaron varias alarmas sobre las probabilidades de que mi integridad física sufriera daños, confirmando la sentencia de la prueba online. Las dudas se me disiparon nada más ver en una de las historias que mi compañera de oficina ya estaba en la feria. Me imaginaba una tarde agradable en la que sumaría puntos si le regalaba algo de bisutería esotérica. Sabía que le encantaba.

Todo por amor.

Con mis metas más optimistas, tomé rumbo al lugar donde se divertían mis amigos. He de reconocer que, justo en el momento que atravesaba el umbral de mi casa, no pude evitar santiguarme como se lo había visto hacer a mis abuelas y a las ancianas del pueblo. Miré hacia los lados antes de conjurar la costumbre católica para asegurarme que no me viera nadie.

La ruta más directa pasaba por al lado de unas obras urgentes, de esas que cambian la configuración vial de toda la ciudad y deben realizarse en fin de semana. Me sorprendí buscando otra alternativa menos aparatosa y más segura. Después de pensarlo y reconocer lo absurdo de la situación, escogí el camino más corto. Las risas que se iban a echar los colegas a mi costa cuando se lo contase me animaron a restarle importancia y a continuar con mi vida.

La incredulidad me duró hasta que un martillo neumático me hizo dar un brinco hacia el escaparate de un comercio que tenía la persiana echada. La estructura metálica sonó casi más fuerte que la herramienta, sobresaltando a los transeúntes. El golpe me había dejado dolorido el hombro izquierdo, pero me cercioré de que mi extremidad colgaba sin problema de mi cuerpo.

—Estoy bien, estoy bien… —quise tranquilizar al personal y a mí mismo.

El tránsito volvió a la normalidad medio segundo después de comprobar que se trataba de un imbécil con una atracción extraña hacia las persianas.

Reanudé la marcha y una paloma me pasó por encima. Me agaché como si el cuervo del infierno viniera a sacarme los ojos. Un grito agudo de pavor salió de mi tensa garganta.

—¡Joder! —protestó un cincuentón que casi me atropella.

—Perdona.

En mi defensa he de decir que la afición de varios tipos de aves urbanitas por visitar las terrazas hace que sus vuelos sean cada vez más rasantes sobre nuestras cabezas. Suelen tener buenos reflejos, pero ese día podría ser que me topara con un pájaro torpe.

En cada cruce regulado por semáforos sufría una crisis que me paralizaba y me obligaba a comprobar la seguridad del tráfico. Al final, corría de una acera a otra como si me quemara los pies en la arena, ante la cara de asombro de la gente que me rodeaba.

Los intentos por seguir con mi vida de manera normal no surtían efecto. Me doy cuenta de que es una de tantas razones para cerrar esa dichosa página. Ya sé que en estos entresijos de la fe resulta crucial el temor al ser omnipotente al que se venera, sin embargo, tanto temor me carga.

Me puse los cascos inalámbricos para ver si me calmaba. Ahora lo veo como una temeridad: anular el sentido del oído en semejante estado de emergencia no se encontraba entre las primeras opciones lógicas, pero en ese momento lo consideré una buena idea. Evité el death metal, ya que, en mi opinión, era muy adecuado para un accidente gore, y elegí un disco de hard rock.

El riff pegadizo de la primera canción me provocó una tranquilidad casi inmediata.

Jimmy ya no es ese joven soñador.

La vida cruel ha roto su corazón.

Un idiota infiel que, error tras error,

acabó por perder a su único amor.

El aislamiento que conseguí me hizo avanzar rápido e ignorar las señales que con anterioridad habían alterado mi conducta. Un chico en un patinete eléctrico pasó a pocos milímetros de mi espalda. Había decidido tocar su timbre para que me apartara en vez de aminorar la marcha. Lo vi despotricar mientras se alejaba a una velocidad, a mi parecer, fuera de lo normalizado.

Alguien se percató de que estaba tarareando la siguiente estrofa en un imperfecto inglés. Me lanzó un gesto sutil pero evidente con el que me demostraba el poco interés de los demás por mis gustos musicales. Me sentí como si fuera en un coche con la música a tope y las ventanillas bajadas.

Mara, decepcionada, sin su juventud,

apuesta con su alma a favor de la luz

que vio en esa mirada vestida de azul.

Dos aves enjauladas, una vida en común.

El suelo vibró justo cuando llegaba el subidón del estribillo. La canción me tenía ganado y en ese momento era uno más del coro de la banda de rock.

Woah, decían que se amaban,

oh-oh, ninguno, midió sus palabras.

Woah, anhelaban viejos tiempos.

Oh-oh, sus manos entrelazadas.

Esa fuerza imparable que ardía por las noches

y hacía dulces las mañanas.

¿Dónde quedaron? ¿Por qué abandonaron la batalla?

Cuando me di la vuelta, encontré el motivo del movimiento de baldosas: un bloque de hormigón de la obra que condicionaba el tránsito por esa calle había caído unos metros detrás de mí. Los obreros se apresuraron a parar la circulación y lo recogieron de inmediato. Gracias a Dios, no hubo que lamentar ningún daño personal. Me quité los cascos, asustado, y corrí hacia mi destino. No iba a dar más oportunidades al karma para demostrar su saber hacer.

Frené justo al llegar a la peatonal en la que se había montado la feria. El ambiente era espectacular. Personas de todas las edades disfrutaban de los puestos y de las atracciones medievales. Numerosas ofertas gastronómicas hacían las delicias de padres y madres mientras sus retoños se balanceaban en columpios de madera o se preparaban para girar en un tiovivo impulsado por un ingenioso mecanismo que el feriante activaba con esfuerzo y una manivela.

Los miedos sugestionados reaparecieron. Un puesto con apetitosos preñados de chorizo se convertía, en mi mente, en un lugar con contenedores de grasa que amenazaban con dispararla y destrozarme el ojo. La sección de cetrería, llena de picos y garras, me inspiraba escenas grotescas en las que la frase «cría cuervos y te sacarán los ojos» cobraba un realismo insoportable. Las espadas, escudos, hachas y demás armas de la época no ayudaban a apaciguar una imaginación intoxicada con películas, series y cómics en los que proliferaban las amputaciones de extremidades sin ningún miramiento.

Alterado, me dispuse a encontrar a mis amigos, a ver si en compañía me distraía y lograba superar el mal trago. Había demasiada gente para poder localizarlos. Era difícil concentrarse con tanto peligro potencial a mi alrededor. Un niño gritó por alguna razón y yo casi lo imité por acto reflejo. Un ladrido de un perro minúsculo me perforó el tímpano. Una mano en mi espalda acabó sacando ese alarido que estaba conteniendo.

—¿Qué te pasa, tío? —Era Pedro, mi colega.

—Nada, nada. —Forcé una risa.

—Estamos en las gradas para la demostración de tiro con arco y ballesta.

—Qué bien… Yo…

—Venga, que nos lo vamos a perder.

Me guio hasta el lugar donde se sentaban otros dos amigos. El espectáculo estaba a punto de empezar. Lo veíamos desde un lateral, en la tercera fila de una grada con seis alturas. En el medio de una pista de arena, un arquero con los ojos vendados pedía al público que guardara silencio, necesitaba concentrarse en su objetivo. Delante de él, a veinte metros, tenía una manzana sobre una columna de madera de metro setenta. Hizo dos veces la gracia de apuntar a las gradas mientras preguntaba si alguien había dicho algo. Todos reían, menos yo, que me retorcía aterrado en mi asiento.

El arquero movió el pie atado a un cordel y agitó un cascabel que se situaba a poca distancia de la manzana. Respiró hondo y la flecha atravesó la fruta hasta clavarse en una barrera de madera que había más adelante. Todos aplaudimos la hazaña.

Vi a lo lejos pasar a Mónica, mi compañera de trabajo. Me levanté como un resorte para llamar su atención y perdí el equilibrio. Caí dos filas y me di un golpe muy fuerte. La arena que habían echado no amortiguó nada mi caída y, en cambio, me llenó la sudadera de granos y barro. Algún refresco había hecho argamasa con la arena y con los distintos materiales existentes en el suelo.

—Estoy bien, estoy bien —dije mientras me ponía en pie deprisa y me sacudía la ropa. Notaba varios puntos de dolor en mi cuerpo, insignificantes comparados con la brecha en mi orgullo.

—¿Estás bien, tío?

Mis colegas llegaron a mi posición con cara de susto.

—Sí, sí, me he tropezado.

Mónica, al parecer, no se había dado cuenta. No la veía por ningún lado.

—Vaya hostión. Ja, ja.

No podían parar de reír. Las lágrimas fueron inevitables. Me lo iban a recordar durante mucho tiempo.

—Qué cabrones. Voy a ver si encuentro a una compañera de curro.

Creí entender que me habían escuchado, aunque no podía distinguir bien sus gestos entre tanta carcajada.

Me fui en la dirección en la que había pasado Mónica y, tras examinar el laberinto de puestos de artículos artesanos, la localicé: estaba agachada, acariciando a un perrito muy mono. Tras un saludo prometedor y una conversación interesante sobre perros, acabé con una cita para ver en mi casa la última superproducción de Hollywood con ella y con un cachorro de dos meses recién adoptado. Un día redondo en el que gané todos los puntos posibles. Los ataques imaginarios continuaron, pero ella no les dio importancia.

Rayo, mi nuevo compañero de piso, es un torbellino, pura energía.

Por cierto, tengo el brazo derecho escayolado y un parche en el ojo izquierdo. A los dos días de adoptarlo, se me cruzó cuando yo salía de la ducha y me resbalé. Deberían cerrar esa página del diablo para que no ocurran más desgracias. Me costará tres meses recuperarme. ¿Quizás por haber mentido no perdí para siempre el brazo ni el ojo?

Espero impaciente su respuesta.

Jorge

Asunto: karma v2.0. Rectifico.

De: aupa@jorgegarciagarrido.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Hola de nuevo:

Vuelvo a ponerme en contacto con ustedes para que se olviden de mi mensaje anterior. Decidí volver a hacer el test. En este caso, puse la verdad: que había ayudado a mejorar la vida de un ser vivo. Me dio como resultado siete números con los que probé suerte. Soy muy afortunado.

El caso es que han pasado dos meses y aún no he recibido su contestación. ¿Han hecho el test? ¿Por qué nadie responde?

Saludos, Jorge

Pues sí, es un dragón.

Lo miré desde mi balcón y sí, era un enorme dragón plagado de escamas de colores, con una robusta cola y las alas de un pequeño avión. Se lo describí a un viejo amigo residente en México y me aseguró que había viajado en aeroplanos más pequeños. Creía haber visto de todo por esas tierras, sobre todo en el día de los muertos, y me había contado que convivían con la creencia de la existencia de las criaturas más pintorescas sobre la Tierra o la no Tierra.

De verdad que entrarían muchos viajeros en la panza de la espectacular bestia.

En la calle los transeúntes no se inmutaban, más pendientes de sus teléfonos portátiles que del inusual visitante. Abstraídos por las nuevas tecnologías podrían recibir una bocanada infernal del dragón sin desviar sus trayectorias. Chocaban molestos con la dura piel escamada y seguían por otro lado. Los ancianos parecían notar algo fuera de lo normal, pero como tenían paso por los laterales no le dieron mucha importancia.

El caso es que el gigante alado no hacía daño a nadie y sabedor de su superioridad no temía nada.

Terminé la conversación intercontinental y al colgar un escalofrío me recorrió la espalda cuando sentí la ardiente mirada del exótico seudosaurio sobre mis carnes. Me escondí en el interior del pequeño y acogedor apartamento que compartía con la mujer de mi vida. Estaría a punto de llegar y se iba a encontrar a esta infranqueable amenaza. Quise llamarla, pero una garra, que destrozó la abertura en la fachada por donde accedíamos al palco privado desde el cual disfrutábamos de la actuación coral diaria en el barrio, me hizo tirar el móvil y me agarró con fuerza, impidiendo mi huida ¿Por qué había estado hablando con otro país y no con la única persona que daba sentido a este loco mundo?

Ella llegó y me vio en volandas atrapado por la grotesca mano. Con lágrimas en los ojos intentó liberarme, pero no pudo. El animal me arrastró con él, mientras veía como mi amor llamaba desesperada a urgencias. Yo esperaba que trajeran varios tanques, aunque no sería muy conveniente para mí que dispararan al monstruo.

Por supuesto que había observado que el agresor tenía alas y las usó. En cuestión de segundos ya estábamos en el aire e íbamos directos hacia la unión entre las lágrimas celestes y las lanzas ardientes proyectadas por el Sol, el arcoíris. Al atravesarlo mis manos perdieron la piel y la carne al igual que el resto de mi cuerpo. Recordé entonces algo que me había narrado entusiasmado mi amigo mejicano: los pintorescos seres en los que creían los mexicanos eran guías que ayudaban a cruzar a las lamas hasta el mundo de los muertos. Ausentes mis lacrimales, con un corazón renegando de su cometido, no entendía por qué sentía tanto dolor al perderla.

RC: Cadena parte 3. Ekain (2018)

Me gustaría presentarme, pero no va a ser posible; por lo menos por ahora.

Quiero seguir con la cadena de mensajes iniciada por Iker Gauss, ingeniero desaparecido junto a su mujer y otras personas cercanas. A mi parecer se está obrando muy mal con este asunto en el que claramente se han saltado a la torera los derechos de los ciudadanos. Es todo demasiado turbio. No hablo de un hecho ocurrido en un país remoto, hablo de sucesos que transcurren en La Rioja y en Euskadi, hasta donde yo sé.

Conozco a un trabajador de una empresa de seguridad privada que sustituía a un compañero en las cuevas de Ekain en Zestoa, Gipuzkoa. Son cuevas con pinturas rupestres espectaculares que forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde hace tiempo. Él me contó lo que ahora mismo relato.

El día en cuestión todo iba como la seda. Empezó una nueva ronda relajado sin pensar en nada. Tenía que revisar una zona donde había material muy caro para escaneo y fotografía. Estaban en la segunda fase de una digitalización del contenido de las cuevas para deleite de todo el mundo. Ya habían colgado varias fotos y la gente podía disfrutar del interior de las enormes cavernas mediante su navegador. La calidad de esas fotografías es espectacular. Todavía se pueden ver.

Cuando pasó por allí, un ruido llamó su atención. Se trataba del disparador de una cámara réflex. El lugar debería estar vacío. Se imaginó que algún currela estaría metiendo horas y decidió ir a llamarle la atención, ya que su hora de retirada iba ligada a la salida del colega. Al verle aparecer, el individuo guardó la máquina y salió corriendo del lugar. Se inició una tremenda persecución en la que el vigilante, bastante pasado de peso, dijo darlo todo por atrapar al ladrón. Estaba seguro de que se trataba de alguien que se llevaba alguna de las cámaras. En la carrera, el guarda se cayó y rompió el walkie, además de parte del uniforme. En resumen, el fugitivo se escapó y le echaron una bronca tremenda por romper material de la empresa, incluso por el uniforme, que ya tenía más de cinco años. El jefe no se creía nada de lo que le contaba porque no había desaparecido nada, no había registros en vídeo ni huellas. Ya había tenido algún encontronazo con él a causa de su dejadez y su baja forma física.

Después de varias cañas y de ver como la Real casi volvía a dejarse remontar, me empezó a contar lo sucedido. Despotricó sobre el jefe y la baja estima que le profesaba. «Ese cabrón piensa que me caí sobre el walkie sin más. Él sí que es un puto torpe», me decía caliente por la cerveza. Me divertía toda la historia y empecé a interrogarle sobre cómo era el presunto ladrón. Me dijo que llevaba coleta, tenía grandes entradas, y vestía una cazadora de cuero. Además, en el cuello llevaba un tatuaje con unos y ceros. Estos dígitos se repetían como si fueran algo significativo en varias líneas. He de reconocer que mi colega tenía cierto don para fijarse en detalles importantes y que, yo, con algo de alcohol en el cuerpo, podía parecer la sombra de Jessica Fletcher.

Todo quedó en una simple anécdota hasta que, un día, cuando salía del trabajo, me encontré con un individuo que encajaba perfectamente con la descripción de mi amigo. No le di importancia hasta que me lo encontré varias veces más. Le vi con un bolso para material fotográfico profesional. Lo comenté con mi amigo y me instigó a que le siguiera. Me picaba la curiosidad, así que una tarde le seguí hasta su domicilio. Entró a un portal y, desde la calle, tras unos segundos de espera, se encendía una luz en el segundo piso. Me iba a acercar para ver si ponía algún nombre en el telefonillo, pero entonces dos hombres se dirigieron al portal. Disimulé un poco y, cuando entraron, miré los nombres. Ponía «J.C. Cuadrado». De repente, varios cristales llovieron de la ventana rota y el sospechoso cayó después torciéndose el pie derecho. Con una cojera pronunciada me atropelló en su torpe huida. Se paró, me entregó un pendrive repitiendo la frase «corre por tu vida» y salió escopetado. Escuché ruidos desde el segundo piso y me escondí entre varios setos. Cuando se calmó el asunto conseguí reunir el valor suficiente para abandonar el escondite y poner rumbo a mi casa.

Pensaba que me había librado de morir en extrañas circunstancias hasta que vi el contenido del pendrive. Me quedó muy claro que había que compartirlo.

Os dejo el enlace:

Enlace caído.

RC: Cadena parte 2. Cloacas (2018)

Estás a salvo, has entrado en las cloacas.

Si estáis leyendo este comunicado aseguraos de tener protegida la IP desde donde os conectáis. Vuestro ordenador no corre ningún peligro, no quiero que penséis que vais a ser infectados o controlados por troyanos ni mierdas de esas. Corréis peligro de muerte. Tengo evidencias de asesinatos y desapariciones por no ser cautos. No os va a salvar un pedazo de cinta aislante en vuestra webcam, tenéis que aseguraros de no ser visibles por completo.

Como ya sabéis, existen muchas herramientas para monitorizar alertas y hacer búsquedas sofisticadas de todo lo que se publica en internet, ya sea en páginas, redes sociales, blogs, etc. Si no teníais ni idea de esta posibilidad no veo salvación en vosotros. Hace unos meses conseguí unas fotos de un suceso extraño sucedido en España, en concreto en La Rioja. Me descargué unas fotos de un mensaje impreso en el chasis de un automóvil. En la siguiente búsqueda habían desaparecido. El chico que las publicó junto con su mujer y otras personas también relacionadas con la noticia, se encuentran en paradero desconocido. Nadie sabe nada y existen cuatro denuncias en dependencias de la Guardia civil.

El hecho de no poder comunicarme con ellos me intrigó de tal manera que me puse a investigar el código. En la subred, las entrañas de internet, como a mí me gusta llamarla, contacté con un potente programador. Le expliqué mi problema y se dispuso gustoso a ayudarme. Me proporcionó un software de reconocimiento de imágenes muy sofisticado con el que poder analizar las fotos en busca de patrones, rostros y otros detalles difíciles de ver a simple vista.

Lo llamó Leonardo en un alarde de originalidad.

Gracias a este software, he descubierto en las fotos un código binario impreso que a su vez contiene más código. El software ha llegado a encontrar cincuenta capas de información en cada dígito. La pareja que lo descubrió eran expertos en calidad de fotografía y las imágenes eran enormes. Me expuse mucho descargándolas, pero ahora veo que ha merecido la pena.

Se trata de una nueva fuente de energía generada por biomáquinas, pero no he descubierto quién lo ha mandado ni, por su puesto, de dónde proviene. Parece tecnología muy avanzada. Algo que puede ser codiciado por grandes fortunas. Hay que andar con mucho cuidado. Si una cosa tengo clara es que lo compartiré con todo el mundo.

Por cierto, me llaman Racu, el vigilante de las cloacas que, al igual que en las playas, se encuentran todas las miserias de la gente. Si no te lo crees todavía, déjame que te diga que hay demasiada mierda.

Os seguiré informando. Difundid todo lo que encontréis en las cloacas. Aquí os dejo el mensaje original:

Enlace caído.

RC: Cadena parte 1. Origen (2018)

Me llamo Iker Gauss y soy ingeniero de telecomunicaciones. Hace dos meses me ocurrió algo que no puedo explicar, pero sí narrar. Dejo a las futuras generaciones la decisión de tomar en serio el relato o mandarnos al olvido. Estoy acostumbrado a crear entradas en blogs especializados y ciertas revistas del sector, pero este suceso es difícil de catalogar. Me están llamando loco antes de empezar.

Todo ocurrió en La Rioja la pasada Semana Santa. Mi mujer y dos amigas se fueron la víspera de Resurrección a pasar el día a la famosa calle Laurel de Logroño. A la vuelta pasaron por Nájera para disfrutar de la bonita tarde que, por sorpresa, les brindó ese día. Llegaron a casa bastante más tarde de lo que yo pensaba, pero había visto fotos de la jornada y, sintiendo que se lo estaban pasando muy bien, no le di importancia.

Me iba a retirar a dormir cuando aparecieron muy alteradas. Era ya medianoche. Estaban en estado de shock. Después de un rato tranquilizándolas me contaron lo sucedido. En su trayecto de vuelta, a las afueras de Haro, decidieron venir por una carretera comarcal menos transitada. Obviamente, sabía el porqué, ya que las fotos compartidas lo revelaban, pero no era lo importante en ese momento. En la carretera, mientras cantaban una famosa canción que sonaba en la radio, perdieron el control del coche. Dudaban sobre lo que pasó ya que no se salieron de la carretera, sino que el coche se apagó de pronto y no pudieron frenarlo. El contacto no funcionaba y la radio tampoco. El extraño suceso las dejó confundidas unos segundos antes de que algo cayera sobre el techo y rodara por el parabrisas. Quedó tirado en medio de la carretera delante del morro. Parecía tener forma esférica. Mi mujer y sus dos amigas salieron a ver que era, asustadas y nerviosas. El artefacto, después de soltar varios chispazos, se elevó. Era un ojo mecánico, redondo, de unos veinte centímetros de diámetro. Se apreciaba perfectamente el iris, la pupila y el cristalino. Empezó a vibrar lanzando rayos que quemaban. Las tres se lanzaron a un lado evitando esos millones de agujas luminosas que sentían penetrar en su piel. En pocos segundos, el ojo mecánico estalló, dejando solo minúsculas partículas de metal.

Mientras asimilaba lo que me estaban contando me asaltaron muchas dudas. A ninguna de ellas se les ocurrió hacer una foto. Cuando pregunté casi me lanzan a la cabeza los móviles; fritos por algún tipo de onda electromagnética, pensé. Según me dijeron, el coche empezó a funcionar al reventar la esfera. Salí a ver el coche y vi el bollo en el techo. Sintonicé varias radios para saber si había ocurrido algo parecido, pero no hubo ninguna noticia. Decidimos ir a dormir y descansar. Nos costaría mucho borrar esa noche de nuestras cabezas.

Todo hubiera acabado en ese momento si no fuera por la marca que todavía prevalecía en ellas. Las pesadillas impedían dormir a mi mujer y a sus dos amigas. Por supuesto, si ella no dormía, yo a duras penas lo conseguía. Sin embargo, estas pesadillas desaparecieron cuando limpiamos el coche. Un fin de semana nos dispusimos a darle un repaso a la carrocería armados con mangueras, jabón y esponjas cuando nos dimos cuenta de que el agua dejaba ver un sistema binario impreso en la chapa y el cristal del automóvil. Esta vez sí que sacamos fotos. Daba la impresión de que el agua, vital para la vida, nos mandara un mensaje.

Todavía estoy intentando descifrar qué pone y he decidido compartirlo con todos en el siguiente post: