Tenemos el caserío rodeado. Gracias a un trozo de helecho, abundante en este monte guipuzcoano, ha sido posible acotar la búsqueda. En realidad, fue la coincidencia del rastro vegetal en dos de los lugares donde desaparecieron los niños lo que activó los radares de la científica.
La estructura de la casa está muy deteriorada. Se nota el paso del tiempo. La densa vegetación envuelve las piedras de sus muros y parece engullirla poco a poco. Un acceso casi invisible nos ha facilitado, por decirlo de algún modo, que lleguemos desde una carretera secundaria bastante alejada.
Empieza la operación. Entro la tercera por la puerta principal. Otros tres agentes se introducen por la puerta de atrás. En breves instantes tenemos asegurada la primera planta. Iker, el cargo al mando, sube con dos compañeros por las escaleras para inspeccionar el piso de arriba mientras los demás buscamos algún acceso a una estancia oculta.
El interior se encuentra igual de destartalado que la parte externa y se aprecian indicios de una ocupación rudimentaria.
Hace un frío inusual que contrasta con el cielo despejado y la temperatura agradable de fuera.
—¡Por aquí!
Nerviosos, nos acercamos hasta el hallazgo. Una pequeña puerta detrás de la nevera indica que existe ese sitio presente en nuestra imaginación desde el comienzo de los desgarradores sucesos, en donde tememos que han acabado los pobres críos. Toda la comunidad se encuentra impactada hasta extremos impensables debido al terror que se ha instalado a nuestro alrededor.
La solución está delante de nosotros.
De una patada, un agente revienta la puerta. Entramos con nuestras armas y linternas, dispuestos a terminar con este sinsentido. Varios escalones maltrechos nos llevan a una estancia oscura y húmeda. Predomina la roña que cubre útiles de labranza de distintas épocas, algunos parecen tener cientos de años. La luz solar se cuela por las grietas de la parte alta de las paredes, ya que un gran porcentaje de su superficie se halla por debajo del suelo. Se nota el deterioro de años sin ningún tipo de mantenimiento.
Inspeccionamos el lugar con las linternas. Es muy amplio y nos dispersamos un poco. Veo algo en el suelo.
—¡Hay un rastro de sangre por aquí!
Sigo las manchas con cuidado mientras mis compañeros se acercan.
De entre dos trillos pesados sale un hombre enorme, como el de las descripciones, y me empuja con mucha fuerza contra unas maderas. Tiene el brazo izquierdo ensangrentado. El chaleco me ha mitigado casi todo el golpe, aunque me caigo con la columna dolorida.
—¡Quieto, Ertzaintza!
Lo veo coger un azadón y alejarse de mí. Me reincorporo y lo persigo. Se escuchan gritos de «alto» y de dolor. Dos disparos terminan con el ruido. Cuando llego, encuentro una estampa horrorosa: uno de mis compañeros yace con el cuello reventado y al otro le cuelga el brazo izquierdo. El sospechoso está tumbado boca arriba con dos impactos de bala en el tórax.
—¡Agente herido! —informo tras pulsar el botón de la radio—. ¡Agente herido! ¡Solicito dos unidades médicas! —Me agacho junto a mi compañero—. Igor, ¿me oyes? ¡Igor!
Mira y asiente con lentitud.
—Viene ya la ayuda.
Cojo un trapo, lo sacudo y lo pongo en la herida de la garganta del otro agente. No sé dónde apretar, ya que parece ahogarse.
—¿Qué sucede aquí? —Llega el resto del equipo.
—Estaba escondido. Nos ha pillado por sorpresa.
Iker se pone encima de la bestia que ha hecho esto.
—¡Aún respira! ¿Dónde están los niños? —Le propina un par de bofetadas al no obtener respuesta—. ¡Dónde están los niños!
—No… No he conseguido salvarlos.
—¡Dónde están!
—Me obligó. No podía soportarlo más.
—¿Quién te ayudó?
—Le he cortado la cabeza. Hay que quemarla al sol.
—¿Qué dices?
—No se deben juntar las partes.
—¡Dónde están los niños! —Iker empieza a perder la paciencia.
—¡Tengo que acabarlo! —Un arrebato de energía le proporciona fuerzas extras para lanzar hacia atrás al mando. Coge de nuevo el azadón y se incorpora ante nuestras miradas de asombro—. ¡Vais a morir si no lo termino!
De un golpe aparta una de las pistolas que lo encañonan, pero el resto cumplen su cometido y lo acribillamos a disparos. Cae al suelo y fija la mirada en mí.
—No lo entendéis… Vais a… morir.
Ahora estoy segura de que ha pronunciado sus últimas palabras.
—Este tío es un zumbado. Elena, ¿estás bien?
Asiento para dejarle claro a mi superior que no me he roto nada y oculto el mal cuerpo que me ha provocado esta situación. Las miradas de mis compañeros dicen que el sentimiento es mutuo.
—Hay que parar esas hemorragias.
Me quedo helada mientras busco la pieza que falta en este tétrico puzle. Recuerdo que he seguido el rastro de sangre hasta encontrar al sospechoso. Ese rastro no sé de dónde venía. Él tenía una herida en el brazo cuando lo he descubierto, por lo que debe habérsela hecho en otro lugar.
Me dispongo a localizar de nuevo las manchas carmesí en un escenario alborotado por los acontecimientos. Hay muchos más charcos de sangre que antes. Me centro en las señales y al final doy con una vía desconocida.
—¡Oficial!
—¿Qué ocurre?
Le enseño las gotas que se acaban delante de un armario de madera de roble.
—Estaba herido cuando lo hemos encontrado, seguro que hay algo en ese armario.
—Joder, a ver si llegan las ambulancias. ¡Jesús, Jokin, quedaos con los heridos!
Tras recibir sus respectivas confirmaciones, nos disponemos a inspeccionar el mueble. Lo abre mientras yo le cubro, preparada para terminar con lo que salga de ahí. Demasiado estrés como para andar con miramientos.
No sale nadie y suelto un soplido de alivio. He aguantado la respiración todo el rato. El interior está vacío.
—Elena, tranquila. Coge aire, no puedes disparar a todo lo que se mueva. Si se trata de uno de los niños…
Lo miro, intentando disimular el temblor de mis manos. Sostener el arma con fuerza me ayuda.
Mi respiración vuelve a fallar cuando un ser atrapa a Iker y lo mete en la negrura del armario. Asustada, enfoco las maderas del fondo y veo destellos de su arma y su linterna por algunas rendijas. Empujo las tablas, pero no ceden. ¿Cómo cojones ha conseguido atravesarlas sin romperlas? Parece cosa de brujería barata en una película de bajo presupuesto.
Tengo que rescatar a Iker. Localizo una robusta azada y cargo contra la barrera de roble. Con mucho esfuerzo, la reviento y descubro una galería oscura en cuyo final se aprecia una tenue luz cálida.
Mis compañeros están alejados de nuestra posición. No puedo esperar más. Entro con los nervios a flor de piel. Camino con rapidez, pendiente de cualquier movimiento extraño por el suelo o por las paredes. Ahora parece que es más importante disparar instintivamente que con cabeza, pero temo hacerlo. Todavía no entiendo cómo se lo ha llevado delante de mis ojos. Ha sido en un puto pestañeo.
La galería finaliza en una estancia austera iluminada por muchas velas. Recuerda a una antigua bodega excavada en la montaña. Las paredes muestran un tratamiento rudimentario pero efectivo. Apesta a carne en proceso de putrefacción, orines y heces.
Una muchacha se encuentra encima de Iker, agachada y dándome la espalda. Lleva un camisón blanco transparente que desvela la ausencia de ropa interior. Solo escucho sonidos guturales, como si se estuviera alimentando.
No puedo pensar, diría que es una de las niñas, pero no estoy segura.
—¡Quieta!
Se gira hacia mí y me horroriza ver que su cabeza cuelga a un lado. Solo algunos cartílagos evitan que caiga.
Mi compañero tiene el cuello desgarrado.
Disparo cuatro veces contra la muchacha y recibe un par de balazos. Se mueve muy rápido. Tras dos saltos ágiles, consigue cubrirse con una caja de madera llena de arena.
No le encuentro el pulso a Iker. Miro hacia uno de los rincones y descubro la fuente del mal olor: son los cadáveres de los seis críos desaparecidos. Tienen dentelladas y los huesos sin carne en algunas zonas de su anatomía.
Mi estómago no soporta tanta sobreestimulación y vomito todo su contenido.
—¡Sal de ahí! —Encañono al monstruo. La caja está rota y entre las tablas, las astillas y la arena derramada veo que hay un hacha cubierta de una sustancia oscura similar a la que mancha el atuendo de la muchacha.
—Espera, no me hagas daño. —Su voz suena angelical, frágil.
—¡Sal de ahí!
Obedece. Está nerviosa y asustada, además de llevar la cabeza colgando. La herida se empequeñece un poco, sin llegar a cerrarse.
—Él me ha hecho esto. Me obliga a matar para que cumpla sus deseos. —El tono suave de sus palabras me relaja y el horror que debería sentir pierde mucho terreno.
—¿Qué… demonios eres?
—Soy una caminante nocturna. Me llamo Eva. No quiero dañar a nadie. Necesito sangre para vivir.
—Habéis matado a esos niños. —La ira me sobrecoge y mi dedo tira del gatillo con rabia.
—No. —Consigue detenerme. El ambiente, al igual que yo, reacciona ante sus gestos y sonidos—. No me hagas nada. Puedo sobrevivir a base de animales. Vasile no me dejaba alimentarme de otra forma. —Adelanta las manos pálidas y sucias—. Ponme los grilletes. No quiero dañar a nadie más.
La situación me sobrepasa. Noto una nebulosa en los ojos. Sacudo la cabeza y le lanzo las esposas.
—Póntelas por la espalda y date la vuelta.
Me obedece y me calma un poco más saber que está esposada.
—¿Qué va a ser de mí? He hecho cosas horribles.
—Deberás pagar por ellas.
—Jamás he tenido la oportunidad de vivir mi vida. El yugo de los hombres siempre ha dominado mi destino. ¿Acaso crees que voy a ser juzgada con dignidad por un juez que solo conoce las leyes humanas?
—Eres una abominación. —Un sopor me invade. Demasiadas emociones—. Eran niños y están destrozados. ¿Te los has comido?
—Me han transformado en un monstruo. Yo solo quiero sobrevivir. El mundo es muy duro. Tú lo sabes bien.
Me vienen imágenes del pasado, cuando tuve que parar las intenciones de varios de mis compañeros; la mirada de superioridad de cualquier hombre con uniforme que me encontraba en el cuartel; el esfuerzo extra para demostrar mis aptitudes.
—Vámonos. Camina.
—Pese al esfuerzo por llegar hasta aquí —parece que lee mi mente—, siempre estarás bajo sus batutas.
Se me acerca liviana, rodeada de un aura mágica a pesar de su horrible estado. Me aparto para que enfile la galería. Se trata de un ser imposible, algo creado para alimentar cuentos y leyendas aleccionadoras, y sin embargo existe.
Avanza justo delante de mí. De repente, se para.
—No lo van a entender. Nadie lo entiende.
—Continúa.
Se da la vuelta.
—Es mejor que acabes conmigo y así dejaré de sufrir. O puedes aprovechar una oportunidad genuina.
—¿Qué dices?
—Te ofrezco gloria y fortuna. Ayúdame y te serviré el resto de tu vida.
—¿De qué me sirve un monstruo asesino?
—Solo mataré lo que tú quieras que muera y soy muy fuerte para acabar con cualquier peligro que nos aceche.
Me excita recibir una propuesta tan sugerente. Pierdo de vista a la bestia y aprecio a la bella y excepcional criatura que se ofrece a cumplir mis deseos. Pero significa ir contra la ley; hacer la vista gorda sobre hechos atroces; continuar un plan con tintes antinaturales.
—¿Tienes miedo? —Intuyo que no quiere salir de aquí. Es muy poderosa, pero prefiere no exponerse—. ¿Temes a la luz del sol?
—Me condenaron a caminar por la oscuridad. Podemos beneficiarnos mutuamente, preciosa.
—¿Qué clase de trato hiciste con el de ahí fuera? —Intento luchar contra el cansancio.
—Era un cerdo degenerado. Me traía esos niños y me convertía en su ángel sexual. El fluido vital de esos pequeños me dio un vigor extraordinario. —Un calor agradable y un hormigueo sanguíneo en mis genitales potencian esa imagen lujuriosa—. Pero también puedo alimentarme de otros seres y vivir con cierta plenitud.
Baja un poco el nivel de radiación animal mientras mantiene mis sentidos expectantes. Me encandila demasiado. Empiezo a pensar en sacar a Iker y decir a todos que se nos ha escapado.
—Es fácil que lleguemos a un compromiso.
Me tiene en la palma de su mano.
—Hay que planear cómo esconderte.
Examino la caja con la arena y un brillo en el metal del hacha me recuerda la mirada de Vasile y sus últimas palabras. Estaba aterrorizado y no parecía ser el pervertido que me ha descrito la criatura. Nos decía que no lo soportaba más y que tenía que terminarlo. Lo habíamos interrumpido justo en el momento en el que había cortado el cuello a la muchacha. Era un siervo de este ser malvado.
Consigo que la niebla de mis ojos se disipe y me acerco a la caja. Eva hace un gesto y la reconstruye astilla por astilla. Entiendo que ha recurrido a algo similar cuando se ha llevado a Iker. Se me parte el alma al recordar que está muerto. Levanto el hacha y me encaro con el monstruo.
—Eres una mentirosa. Te sirves de nosotros para conseguir tus fines. Hoy no vas a jugar con nadie más.
—No, por favor. —La galería está a su espalda. Se gira, indecisa—. No, no tengo por qué mentirte.
—Me necesitas para salvarte y después a saber qué es lo que me harás. Quieres que llegue la noche y tu prioridad es ganar tiempo.
Su rostro se vuelve monstruoso. Intenta en vano quitarse las esposas. Debe estar muy debilitada debido a la herida en el cuello. Me mira enfadada y se abalanza sin miedo contra mi pistola. Logro pegarle un tiro, pero no la para, y me estampa contra la pared. Su cabeza lanza dentelladas y noto sus colmillos en mi antebrazo derecho. Pierdo el arma.
—Te equivocas, mortal, la noche siempre llega. La oscuridad no responde ante nadie.
Con las piernas consigo quitármela de encima y ruedo a un lado mientras sujeto con las dos manos el hacha. Vuelve a atacar y yo trato de incrustarle el filo. Me esquiva. Percibo que se mueve más lenta. El líquido ponzoñoso de su cuerpo sale a borbotones por la herida. Aprovecho para propinarle un golpe y la desequilibro. Cae de rodillas a poca distancia de mí y no lo pienso más: la decapito con todas mis fuerzas.
El ambiente se libera de una carga que lo controlaba y lo oprimía. Escucho cómo el corazón me martillea la cabeza tras el esfuerzo. Las piernas no me sostienen y me arrodillo con el arma todavía en las manos.
Cierro los ojos, respiro hondo. Una imagen de Eva levitando ante mí me colapsa la mente y me altera de nuevo. La conexión con ella persiste, esto no ha terminado.
Levanto el cuerpo y me lo echo al hombro. Es más ligero de lo que pensaba. Agarro la cabeza y salgo por la galería. Mis compañeros me miran atónitos. No entienden nada. Para ellos han pasado treinta segundos desde que nos adentramos en el armario. Sin hacerles caso, saco el cadáver del caserío y lo expongo al sol. Reacciona incrementando la temperatura de la piel. Me fijo en las paredes de la casa y encuentro lo que preveía encontrar: un bidón de gasolina. Vasile lo había preparado. Lo derramo sobre Eva y entra en combustión al instante.
En menos de dos minutos, solo queda el rastro del fuego sobre el terreno. Da la impresión de que estaba vacía por dentro.
Las sirenas de las ambulancias se oyen con mayor intensidad conforme llegan al caserío lo más rápido que pueden. Me siento en el suelo y trato de darle sentido a lo que acabo de vivir. Sé que he obrado bien y, a pesar de ello, sigo asustada. Solo pensar en que haya más seres como Eva me hiela el alma. El brazo me abrasa justo donde ese monstruo me ha mordido.