Karma 2.0

Asunto: karma v2.0. El diablo está presente en la red

De: aupa@jorgegarciagarrido.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Buenos días:

Necesito con urgencia que la Iglesia o el papa hagan algo y cierren una web que ha sido creada por el mismo señor de las tinieblas. Está en circulación y al alcance de todos. Yo acabé en ella por casualidad y casi no lo cuento.

Conocí a una chica nueva de mi oficina hace unos meses. Entre papeles y tediosas tareas rutinarias, congeniamos de una manera inusual. De repente, los días grises se convirtieron en una gama de colores excitantes y motivadores. Confesamos nuestros miedos, aficiones, gustos y religión.

Le atraía el budismo, por lo que me informé sobre él por internet. En un principio, quedé fascinado. Pienso que se deberían añadir varios de sus puntos al cristianismo, pero eso es otro tema. El caso es que apareció ante mí el concepto de karma. Según la explicación oficial, consiste en que todo lo que hagas en esta vida te influirá en el futuro o en tus vidas posteriores. También creen en la reencarnación, claro.

Numerosos budistas daban constancia de vidas pasadas y reconocían que su estatus actual se debía a su comportamiento anterior. Algunos se habían redimido de sus pecados o de sus actos negativos y ahora disfrutaban de una existencia notable.

Enlace a enlace y buceando por curiosidades, encontré la página titulada Karma 2.0. En ella se proponía un sencillo test para conocer las posibles repercusiones en un futuro cercano de nuestros últimos actos. Pulsé el botón que llevaba la etiqueta de «Karma Test».

La siguiente pantalla advertía:

Para un resultado óptimo, es necesaria la sinceridad y tomar en serio al oráculo.

Ningún dato aquí expuesto se guardará en un soporte digital.

Obviamente, estaba en internet y este tipo de apreciaciones me las pasé por… Bueno, no hice caso. Pulsé el botón de «continuar». La nueva pantalla me pidió que indicara cómo quería que me llamase. Escribí «Putoamo». En año de nacimiento, introduje el «69». Llegué a un decálogo de buenas acciones. En la pantalla hubo una interferencia rara, pero no le di importancia. Las diez acciones venían encabezadas por esta frase:

Hola, Puto, ¿has hecho algo bueno esta semana?

Me había cambiado el nombre. Me pareció muy cachondo, por lo que proseguí con mi elección. Además, no vi la manera de poder cambiarlo. Entre varias opciones altruistas y humanitarias, me decanté por una que rezaba: «He acabado todas mis tareas a tiempo». No era la más espectacular, pero como preveía la próxima pregunta, la consideré la más adecuada.

Pulsé en «Siguiente».

Muy bien, Puto, has sido una persona buena, pero puedes mejorar.

Ahora, Puto, ¿has hecho algo malo esta semana?

De las diez acciones de la lista, elegí la más destructiva: «He torturado y matado a un ser vivo». Podía haber respondido anteriormente que había salvado la vida de un ser vivo y no lo hice porque en mi cabeza sonaba razonable que se anularía el efecto por ser extremos opuestos: una vida por la otra.

El test ya no me preguntó nada más. Ante mis ojos aparecían y desaparecían palabras mientras unos cálculos pasaban por los distintos estados budistas. Después del séptimo, la aplicación me presentó un número de siete dígitos y me mandó un mensaje:

Posees un karma muy descompensado. Para llegar al equilibrio, perderás un ojo y un brazo en una semana.

Camina teniendo en cuenta a tus semejantes y trata a todos los seres vivos como te gustaría que te trataran a ti. Nos encontraremos de nuevo.

Sé feliz, Puto.

Me sorprendió la claridad de la sentencia. ¿Sería lo mismo matar a una hormiga que a una persona? El veredicto no necesitaba de esa aclaración. Si el muerto que confesaba era un insecto, no me salía a cuenta lo de mis posibles pérdidas. Sin embargo, a cambio de un asesinato, sí estaría más proporcionado.

Una mosca superdesarrollada, ya que era siete veces una normal, se estrelló contra el cristal de mis gafas, dándome un susto de muerte. El aleteo desconcertado del bicho duró un milisegundo, pero me aceleró el ritmo cardíaco. También ayudó que la aplicación me había sugestionado.

Me reí en soledad para quitarle hierro al asunto y negar que algo tan aleatorio pudiera influir en mis convicciones.

El móvil vibró, llamando mi atención sobre un chat que compartía con un grupo de amigos. Llegaron siete mensajes casi seguidos, por lo que no pude desatenderlo. Un amigo nos proponía que fuéramos a dar una vuelta por una feria medieval que se celebraba en el centro. Se hacía una vez al año y, casualidad, coincidía que era ese fin de semana. Había puestos de venta ambulante construidos con maderas y se adornaba una amplia zona para ambientar el festejo. Es común en muchas ciudades y pueblos españoles. Entre las actividades propias de aquellos años, se encontraban las exhibiciones de arco y flechas, de tiro con ballestas y de duelos con espadas.

¿Qué podría salir mal?, pensé cuando me saltaron varias alarmas sobre las probabilidades de que mi integridad física sufriera daños, confirmando la sentencia de la prueba online. Las dudas se me disiparon nada más ver en una de las historias que mi compañera de oficina ya estaba en la feria. Me imaginaba una tarde agradable en la que sumaría puntos si le regalaba algo de bisutería esotérica. Sabía que le encantaba.

Todo por amor.

Con mis metas más optimistas, tomé rumbo al lugar donde se divertían mis amigos. He de reconocer que, justo en el momento que atravesaba el umbral de mi casa, no pude evitar santiguarme como se lo había visto hacer a mis abuelas y a las ancianas del pueblo. Miré hacia los lados antes de conjurar la costumbre católica para asegurarme que no me viera nadie.

La ruta más directa pasaba por al lado de unas obras urgentes, de esas que cambian la configuración vial de toda la ciudad y deben realizarse en fin de semana. Me sorprendí buscando otra alternativa menos aparatosa y más segura. Después de pensarlo y reconocer lo absurdo de la situación, escogí el camino más corto. Las risas que se iban a echar los colegas a mi costa cuando se lo contase me animaron a restarle importancia y a continuar con mi vida.

La incredulidad me duró hasta que un martillo neumático me hizo dar un brinco hacia el escaparate de un comercio que tenía la persiana echada. La estructura metálica sonó casi más fuerte que la herramienta, sobresaltando a los transeúntes. El golpe me había dejado dolorido el hombro izquierdo, pero me cercioré de que mi extremidad colgaba sin problema de mi cuerpo.

—Estoy bien, estoy bien… —quise tranquilizar al personal y a mí mismo.

El tránsito volvió a la normalidad medio segundo después de comprobar que se trataba de un imbécil con una atracción extraña hacia las persianas.

Reanudé la marcha y una paloma me pasó por encima. Me agaché como si el cuervo del infierno viniera a sacarme los ojos. Un grito agudo de pavor salió de mi tensa garganta.

—¡Joder! —protestó un cincuentón que casi me atropella.

—Perdona.

En mi defensa he de decir que la afición de varios tipos de aves urbanitas por visitar las terrazas hace que sus vuelos sean cada vez más rasantes sobre nuestras cabezas. Suelen tener buenos reflejos, pero ese día podría ser que me topara con un pájaro torpe.

En cada cruce regulado por semáforos sufría una crisis que me paralizaba y me obligaba a comprobar la seguridad del tráfico. Al final, corría de una acera a otra como si me quemara los pies en la arena, ante la cara de asombro de la gente que me rodeaba.

Los intentos por seguir con mi vida de manera normal no surtían efecto. Me doy cuenta de que es una de tantas razones para cerrar esa dichosa página. Ya sé que en estos entresijos de la fe resulta crucial el temor al ser omnipotente al que se venera, sin embargo, tanto temor me carga.

Me puse los cascos inalámbricos para ver si me calmaba. Ahora lo veo como una temeridad: anular el sentido del oído en semejante estado de emergencia no se encontraba entre las primeras opciones lógicas, pero en ese momento lo consideré una buena idea. Evité el death metal, ya que, en mi opinión, era muy adecuado para un accidente gore, y elegí un disco de hard rock.

El riff pegadizo de la primera canción me provocó una tranquilidad casi inmediata.

Jimmy ya no es ese joven soñador.

La vida cruel ha roto su corazón.

Un idiota infiel que, error tras error,

acabó por perder a su único amor.

El aislamiento que conseguí me hizo avanzar rápido e ignorar las señales que con anterioridad habían alterado mi conducta. Un chico en un patinete eléctrico pasó a pocos milímetros de mi espalda. Había decidido tocar su timbre para que me apartara en vez de aminorar la marcha. Lo vi despotricar mientras se alejaba a una velocidad, a mi parecer, fuera de lo normalizado.

Alguien se percató de que estaba tarareando la siguiente estrofa en un imperfecto inglés. Me lanzó un gesto sutil pero evidente con el que me demostraba el poco interés de los demás por mis gustos musicales. Me sentí como si fuera en un coche con la música a tope y las ventanillas bajadas.

Mara, decepcionada, sin su juventud,

apuesta con su alma a favor de la luz

que vio en esa mirada vestida de azul.

Dos aves enjauladas, una vida en común.

El suelo vibró justo cuando llegaba el subidón del estribillo. La canción me tenía ganado y en ese momento era uno más del coro de la banda de rock.

Woah, decían que se amaban,

oh-oh, ninguno, midió sus palabras.

Woah, anhelaban viejos tiempos.

Oh-oh, sus manos entrelazadas.

Esa fuerza imparable que ardía por las noches

y hacía dulces las mañanas.

¿Dónde quedaron? ¿Por qué abandonaron la batalla?

Cuando me di la vuelta, encontré el motivo del movimiento de baldosas: un bloque de hormigón de la obra que condicionaba el tránsito por esa calle había caído unos metros detrás de mí. Los obreros se apresuraron a parar la circulación y lo recogieron de inmediato. Gracias a Dios, no hubo que lamentar ningún daño personal. Me quité los cascos, asustado, y corrí hacia mi destino. No iba a dar más oportunidades al karma para demostrar su saber hacer.

Frené justo al llegar a la peatonal en la que se había montado la feria. El ambiente era espectacular. Personas de todas las edades disfrutaban de los puestos y de las atracciones medievales. Numerosas ofertas gastronómicas hacían las delicias de padres y madres mientras sus retoños se balanceaban en columpios de madera o se preparaban para girar en un tiovivo impulsado por un ingenioso mecanismo que el feriante activaba con esfuerzo y una manivela.

Los miedos sugestionados reaparecieron. Un puesto con apetitosos preñados de chorizo se convertía, en mi mente, en un lugar con contenedores de grasa que amenazaban con dispararla y destrozarme el ojo. La sección de cetrería, llena de picos y garras, me inspiraba escenas grotescas en las que la frase «cría cuervos y te sacarán los ojos» cobraba un realismo insoportable. Las espadas, escudos, hachas y demás armas de la época no ayudaban a apaciguar una imaginación intoxicada con películas, series y cómics en los que proliferaban las amputaciones de extremidades sin ningún miramiento.

Alterado, me dispuse a encontrar a mis amigos, a ver si en compañía me distraía y lograba superar el mal trago. Había demasiada gente para poder localizarlos. Era difícil concentrarse con tanto peligro potencial a mi alrededor. Un niño gritó por alguna razón y yo casi lo imité por acto reflejo. Un ladrido de un perro minúsculo me perforó el tímpano. Una mano en mi espalda acabó sacando ese alarido que estaba conteniendo.

—¿Qué te pasa, tío? —Era Pedro, mi colega.

—Nada, nada. —Forcé una risa.

—Estamos en las gradas para la demostración de tiro con arco y ballesta.

—Qué bien… Yo…

—Venga, que nos lo vamos a perder.

Me guio hasta el lugar donde se sentaban otros dos amigos. El espectáculo estaba a punto de empezar. Lo veíamos desde un lateral, en la tercera fila de una grada con seis alturas. En el medio de una pista de arena, un arquero con los ojos vendados pedía al público que guardara silencio, necesitaba concentrarse en su objetivo. Delante de él, a veinte metros, tenía una manzana sobre una columna de madera de metro setenta. Hizo dos veces la gracia de apuntar a las gradas mientras preguntaba si alguien había dicho algo. Todos reían, menos yo, que me retorcía aterrado en mi asiento.

El arquero movió el pie atado a un cordel y agitó un cascabel que se situaba a poca distancia de la manzana. Respiró hondo y la flecha atravesó la fruta hasta clavarse en una barrera de madera que había más adelante. Todos aplaudimos la hazaña.

Vi a lo lejos pasar a Mónica, mi compañera de trabajo. Me levanté como un resorte para llamar su atención y perdí el equilibrio. Caí dos filas y me di un golpe muy fuerte. La arena que habían echado no amortiguó nada mi caída y, en cambio, me llenó la sudadera de granos y barro. Algún refresco había hecho argamasa con la arena y con los distintos materiales existentes en el suelo.

—Estoy bien, estoy bien —dije mientras me ponía en pie deprisa y me sacudía la ropa. Notaba varios puntos de dolor en mi cuerpo, insignificantes comparados con la brecha en mi orgullo.

—¿Estás bien, tío?

Mis colegas llegaron a mi posición con cara de susto.

—Sí, sí, me he tropezado.

Mónica, al parecer, no se había dado cuenta. No la veía por ningún lado.

—Vaya hostión. Ja, ja.

No podían parar de reír. Las lágrimas fueron inevitables. Me lo iban a recordar durante mucho tiempo.

—Qué cabrones. Voy a ver si encuentro a una compañera de curro.

Creí entender que me habían escuchado, aunque no podía distinguir bien sus gestos entre tanta carcajada.

Me fui en la dirección en la que había pasado Mónica y, tras examinar el laberinto de puestos de artículos artesanos, la localicé: estaba agachada, acariciando a un perrito muy mono. Tras un saludo prometedor y una conversación interesante sobre perros, acabé con una cita para ver en mi casa la última superproducción de Hollywood con ella y con un cachorro de dos meses recién adoptado. Un día redondo en el que gané todos los puntos posibles. Los ataques imaginarios continuaron, pero ella no les dio importancia.

Rayo, mi nuevo compañero de piso, es un torbellino, pura energía.

Por cierto, tengo el brazo derecho escayolado y un parche en el ojo izquierdo. A los dos días de adoptarlo, se me cruzó cuando yo salía de la ducha y me resbalé. Deberían cerrar esa página del diablo para que no ocurran más desgracias. Me costará tres meses recuperarme. ¿Quizás por haber mentido no perdí para siempre el brazo ni el ojo?

Espero impaciente su respuesta.

Jorge

Asunto: karma v2.0. Rectifico.

De: aupa@jorgegarciagarrido.es

Para: iglesiacatólica@santísimatrinidad.es

Hola de nuevo:

Vuelvo a ponerme en contacto con ustedes para que se olviden de mi mensaje anterior. Decidí volver a hacer el test. En este caso, puse la verdad: que había ayudado a mejorar la vida de un ser vivo. Me dio como resultado siete números con los que probé suerte. Soy muy afortunado.

El caso es que han pasado dos meses y aún no he recibido su contestación. ¿Han hecho el test? ¿Por qué nadie responde?

Saludos, Jorge

Alrededor de la hoguera hablamos de pasiones y guerras

Este libro es un compendio de relatos cortos de distintos géneros, de poemas, de canciones y de modestos pensamientos dedicados a fechas determinadas, a situaciones vividas o a distintas reflexiones.

Entre los relatos encontramos líneas repletas de tensiónterrorhumorfantasía ciencia ficción. Son textos sencillos con una historia siempre sorprendente que seguro conseguirá entretenerte.

 Alterno distintos estilos que rompen una prosa continua y recogen numerosas tramas en forma de poemas cortoscanciones y relatos en verso. Todos ellos con una musicalidad muy personal.

Puedes conseguir de manera gratuita la versión ebook pulsando aquí.

Los formatos físicos se pueden obtener en los siguientes botones:

Elisea siente

¿Y si fueras capaz de sentir lo que sienten los demás?

Descubrirías quién miente, quién está triste, quién te desea, quién es un perturbado. ¿Y si no pudieras controlarlo? Tendrías un verdadero problema para saber cuáles son tus propios sentimientos y harías lo que no estás dispuesto a hacer.

Elisea, asesora de la policía, posee ese don y lo utiliza para intentar atrapar a un asesino en serie con características sobrehumanas que aterroriza a la ciudad.

Catorce nuevas canciones ilustran el contenido con momentos inolvidables. Desde el pop más actual hasta el folk de todos los tiempos. Fado, jota, música disco, rock y diferentes estilos retratados con letras cargadas de historias conmovedoras.

Disponible en versión:

Kindle

Tapa blanda

Tapa dura

Empezar a leer los primeros capítulos.

El tesoro de Nita (Parte I y II)

Por clamor popular (2 personas me lo han pedido y no quiero dar sus nombres) he recopilado las dos primeras partes de las fantásticas aventuras de Nita. De esta manera queda un volumen más completo y en los formatos más interesantes.

Nita es envuelta en un mundo oscuro que destruye su infancia y la lanza a la edad adulta. Los juegos y momentos divertidos son sustituidos por aventuras al límite de sus posibilidades. En muchas ocasiones son misiones a vida o muerte.

Lo tenéis en los siguientes formatos:

Kindle

Tapa blanda

Tapa dura

El nido de Mus

    Mus es una pequeña musaraña que se desenvuelve en un mundo salvaje. Se trata del mamífero más pequeño del mundo. Sufrirá una complicada odisea para encontrar su sitio. En su camino nos dará una increíble lección de humanidad. Esa humanidad perdida por aquellos abusones y maltratadores que se creen superiores a los demás. Un grupo de niños en una excursión que marcará sus vidas.

Disponible en Kindle.

Tapa blanda

El tesoro de Nita: El no dragón hambriento.

Nita es una niña de 11 años que vive en los años ochenta. Agosto, sol, juegos, diversión y baños en su bonito pueblo pesquero chocan con un mundo cruel, fantástico y demoledor. Deberá luchar por sus seres queridos descubriendo secretos sorprendentes sobre el entorno que la rodea y sobre sí misma.

Actualmente se puede adquirir en Amazon a un precio muy asequible. Está en versión digital (kindle) y en versión de tapa blanda.

Empezar a leer los primeros capítulos.

Saga:

  1. El no dragón hambriento.
  2. El lenguaje de la tierra.
  3. T-Regina (próximamente)

Tonos

«Cuando lo ves todo negro te agarras a cualquier gris oscuro»

Sigue la vida de cuatro personajes que intentan salir de la oscuridad que envuelve sus vidas. Deseos obsesivos, esclavitud sexual, amenazas de muerte y depresiones se mezclan para crear distintas tonalidades que tiñen sus trayectorias sin remedio aparente.

Una lucha por lo importante de verdad contra monstruos alojados cómodamente en nuestra sociedad.

Catorce nuevas canciones ilustran el contenido con momentos inolvidables, situaciones hilarantes y encrucijadas desesperadas. Desde el pop más actual hasta el folk del otro lado del atlántico. Tango, joropo, música disco, rock y diferentes estilos retratados con letras cargadas de historias conmovedoras.

Disponible en versión:

Kindle

Tapa blanda

Tapa dura

Empezar a leer los primeros capítulos.

Hechizo de mar

«Basado en la vida de María de Zozaya, nacida en 1530 y cuya defunción fue causada por torturas inquisitoriales en 1610. Vivió en Rentería y murió en una mazmorra en Logroño».

Sangre de la tierra, de la vida y del espíritu carente de libertad. Mar magnético que me arrastró hasta sus límites para gozar con el arenal fruto de su generosidad.

Alimenté mi mente con viajes que atravesaban su ondulada superficie a bordo de veleros, calaveras o manejables txalupas sin llegar nunca a un destino fijado, sin esperar nada distinto al mecer de mi cuerpo por el arrullo constante de sus aguas y ese olor salado que desprende.

Dejé las montañas, pobladas de verde colorido, tan acogedoras y rebosantes de recursos, para admirar su inmensidad. Joven, niña e ingenua, me acerqué hasta el lugar más próximo donde el océano acariciaba la costa, insistente, tenaz, cariñoso como un buen amante sabedor de conseguir poco a poco el fruto de su perseverancia. En la ciudad prometida, construida bajo su amparo, San Sebastián.

Todavía recuerdo ahogarme ante tan descomunal presencia, anulando mi propia existencia con el único anhelo de aprender sus secretos, esos misterios que rondaban por el aire con el que todos los mortales respirábamos afortunados. Vegetales, alimañas y aves, animales pequeños o grandes se mostraban transparentes ante mis cada vez más desarrolladas facultades; pero esa extensión azul, oscura, escondía riquezas inalcanzables. Esta lejanía las hacía, si cabe, más atractivas.

Las gaviotas podían sobrevolarlo sin encontrar la manera de recorrer toda su extensión. El horizonte infinito desesperaba a cualquier aventurero impaciente por llegar a cruzarlo. Podría albergar todos los sueños de los seres humanos desde el comienzo de los tiempos.

La juventud, bendito coraje inconsciente, me bañó de la energía necesaria para enfrentarme a todos los retos que marcaban mis pasiones. En los ojos de varios mozos encontré otro tipo de placer y un asombro continuo al verme depositar mi ropa en el banco del batel con el que salíamos a alta mar, lejos de la costa, lejos de las miradas morbosas y donde, antes de perdernos en la excitación de nuestra piel, me lanzaba desnuda, como una punta de flecha, hacia las profundas aguas que nos sostenían. Intentaba atravesar todas sus capas para encontrar la esencia reveladora que me ayudara a comprender hasta dónde llegaba este hermoso continente buceando en su contenido. Era un pez que compartía mi vida con el resto de los seres marinos. Incluso me consideraba parte del mar. Yo golpeaba las rocas hasta convertirlas en polvo de arena. Cobijaba a todos los seres que poblaban mi interior y engullía barcos repletos de tesoros con los que decorar mis estancias. Alguna vez me pareció sentir la presencia de una enorme ballena viajando a algún lugar fantástico donde sería venerada como un dios mundano.

Y el pueblo cantaba.

Si lanzas al mar todos tus problemas

no se van sin más, vuelven con la marea.

Elige un lugar sin castillos de arena.

Cuida tu amor y olvida tus penas.

«Forma parte de Dios», me decía a mí misma. Algo tan complejo repleto de criaturas excepcionales, como los mismos cetáceos, avalaban en mi cabeza, en gran medida, la figura de ese ente superior al que adorábamos. Dios. Se suponía que era portador de justicia, bondad y humanidad. Todo estaba al alcance de todos y podíamos utilizarlo. En qué momento se torció el camino que partía de él y nos unía al final de nuevo con su presencia.

A nuestra imagen y semejanza los incontables cambios de humor del océano, que delimitaba el territorio, dejaban entrever su carácter divino mezclado con lo humano, confundiéndolo todo en un borrón ennegrecido. La clama se perdía de repente como un mal gesto ante algo reprochable. Un aviso de pura violencia. De origen celestial sin ninguna duda. Aguantaba mis ganas observando el poder de las incontables fanegas juntas por un mismo fin y sincronizadas en movimientos hipnotizantes. Me fastidiaba no poder navegar por esos lomos salvajes, envidiando a los también innumerables habitantes de las aguas profundas, que participaban en todos los estados de ánimo de su fiel cobijo.

Una mujer no podía trabajar en un barco pesquero. Incluso no debería pisar ningún cascarón que flotase bajo pena de mal fario. Se me escurría entre las manos, con el tiempo, el sueño de aprender a moverme por un ballenero y explorar lugares lejanos. Ser testigo de situaciones o ver pueblos que pocas personas habían visto quedó en un segundo plano, desplazado por la necesidad de seguir una trayectoria marcada por la sociedad. La vida cotidiana y ordinaria se apoderó de todos a mi alrededor y sucumbí sin remedio.

Aunque el papel de inquieta marinera desapareciera de mis posibles roles, no abandoné la necesidad de empaparme con lo que la naturaleza me ofrecía. Hierbas, insectos, árboles, plantas, animales y seres vivos en general tenían algo que ofrecer al ser humano en mayor o menor medida. Obra toda ella digna de su creador. Y pude aprender a utilizarla para el beneficio de la comunidad. Construí una vida junto a un buen hombre con el que compartir el frío invierno y las cálidas tardes de verano. A pesar de todo, los paseos por las playas y acantilados llenaban de gozo nuestros cada vez más ancianos corazones, aportando las dosis adecuadas de fuerza para aguantar los distintos temporales.

De la mano de los defensores de Dios, esa extremidad temida por creyentes y herejes, se llevaba más almas que el prodigioso mar. El carnaval al que sometían a las más puras intenciones hacía las delicias de oscuras perversiones reprimidas por votos imposibles de cumplir. Solo así se explicaban las atrocidades cometidas. Los nubarrones se posicionaban sobre los afectados como si intentaran evitar que alguien en las alturas pudiera ver lo que estaba pasando. Rompía el aire un ruido cortante fruto de la fricción del látigo agitado con saña hacia un inminente castigo.

Fui condenada a reconocer al diablo como un ser superior facultado con un conocimiento profundo del que yo me beneficiaba. De esta manera reconocía la ignorancia de nuestro Señor, el Creador y su incapacidad de enseñarme lo que sabía.

La imaginación, como arma de doble filo, es capaz de alimentar el espíritu hasta empujarlo a realizar acciones maravillosas y, también, puede poblar tu cabeza con imágenes insanas, sin sentido, que te acercan a herramientas de tortura.

El poder siempre se manifiesta cuando lo sufren las personas. A menudo, los más débiles. Si viene envuelto por hábitos de cualquier tipo de interés se convierte en una prolongada tragedia.

Yo era un juguete en manos del Mal. Me lo repetían y estaba de acuerdo al ver mi estado y quien me lo decía. Las fuertes tormentas que asolaban los mares cumplían mis deseos de segar vidas en el nombre del príncipe de las tinieblas. Asistía a aquelarres mientras un diablo me suplantaba en mi hogar yaciendo con mi marido y relacionándose con el vecindario con el fin de encubrir mis abominables reuniones.

Con más huesos rotos que sanos, el hombre bueno con el que enlacé mi vida, acusado de gran hechicero, me echó en cara el haber tenido encuentros carnales con un demonio con mi aspecto, mi olor, mi calor.

¿Cuál era la verdad en toda esta historia? Mi mente se encontraba colapsada por tantos hechos fantásticos y tantos maltratos.

Cuando caí de rodillas en la húmeda mazmorra, me encontraba contenta y tranquila por haber vivido tanto tiempo. Gotas de sangre mojaban mi temblorosa mano. El rojo líquido cubría todas mis arrugas llenándolas hasta desbordarlas al igual que la lluvia cubre las heridas creadas sobre las montañas y los valles, confluyendo en caudalosos ríos que acaban por verter su contenido en los inmensos mares. Las fuerzas se me escapaban y no podía dejar de pensar en la arena mojada bajo mis pies, en la fría caricia del agua en la orilla sobre ellos, constante, agradable, relajante. Ahora me podía liberar del cuerpo, ancla terrenal, e ir a explorar sus vastas extensiones sin miedo a los temporales, sin nadie que me atase.

Dragones de Stygia III: Antología de relatos

Ya está disponible en kindle y tapa blanda la tercera entrega de relatos cortos del grupo de talentosos escritores de fantasía denominado «El Círculo de Fantasía».

Historias que te cautivarán y con las que pasaras ratos inolvidables.

Una manera ideal de conocer a nuevos escritores de fantasía a un precio que está al alcance de todos.

El tesoro de Nita: El lenguaje de la tierra

Después de más de un año de los sucesos con su padre, Nita, al borde de la adolescencia, intenta descifrar su camino. Corren los años ochenta. Recién salidos de la crisis del petróleo, se conjugaban varios aspectos en la vida cotidiana de Euskadi que marcarían a varias generaciones y por su puesto influirán en el entorno de la pequeña. Alrededor de ella y de sus increíbles poderes aparecen nuevos seres interesados en dominar un extraño idioma: «el lenguaje de la tierra». Su manipulación fue prohibida en los albores de la formación de los mundos. Todo es posible si sabes utilizarlo. De nuevo ella parece tener la calve.

Por otro lado, su amigo Jaime envuelto en una profunda oscuridad, como secuela de su «accidente», y Jon, el maltratador que tanto sufrimiento causó en el grupo de la niña, se mezclarán en esa búsqueda implorada por su progenitor. Una lucha constante intentado discernir entre el bien y el mal que forma parte de todo ser vivo.

Gum, el fiel gúmulo de cinco toneladas, el más grande del cantábrico, el hijo de las nubes y el viento, teme lo peor para su pupila y constata que muchas amenazas quieren acabar con su luz.

Nita, con trece años, añora su ingenua infancia mientras se prepara para la lucha.

Disponible en Amazon en dos formatos:

Es aconsejable leer la primera parte: «El no dragón hambriento».

Saga:

  1. El no dragón hambriento.
  2. El lenguaje de la tierra.
  3. T-Regina (próximamente)